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Víctimas del nazismo

Esclavos valencianos de Hitler

Las pequeñas Islas del Canal „Jersey, Guernsey y Alderney„ se convirtieron en un escenario de sufrimiento y muerte para los republicanos españoles bajo el nazismo - Los alemanes perseguían construir un Muro Atlántico, de Francia a Noruega, para frenar las invasiones marítimas

Esclavos valencianos de Hitler

Cuando en 1869, tras casi 20 años de exilio en Jersey y Guernsey, el escritor francés Víctor Hugo proclamaba su apoyo a la instauración de la Primera República en España, poco podía imaginar que aquellas bucólicas islas se convertirían en un terrible escenario de sufrimiento y muerte para los republicanos españoles unas décadas más tarde. «Una república supondría la constatación simple y llana de la soberanía del ser humano sobre sí mismo», afirmaba. Lo único que se constató allí entre 1942 y 1945 fue la soberanía de la barbarie y la violencia sobre el comportamiento humano.

De cultura y lengua vinculadas a Normandía y más próximas a Francia que a Inglaterra, las pequeñas Islas del Canal -Jersey, Guernsey y Alderney son las tres principales - pertenecen a la Corona británica desde la edad media. Sus escasos habitantes se dedicaban tradicionalmente a la pesca del bacalao, la ganadería vacuna y ovina (de su lana proviene la palabra «jersey») y la modesta agricultura de patatas, chirivías y tomates. En la actualidad, por contra, ejercen como discretos paraísos fiscales que viven del turismo y el negocio financiero. En el tránsito de un modelo a otro, no obstante, formaron parte del Tercer Reich, que hizo de ellas un significativo enclave fortificado durante la Segunda Guerra Mundial.

El muro nazi

El avance de la Wehrmacht, las fuerzas armadas alemanas, fue imparable durante los primeros meses de la guerra iniciada por Hitler en septiembre de 1939. Polonia, Noruega, Dinamarca, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia cayeron sin interrupción hasta junio de 1940, como paso previo a los ataques aéreos que iniciaron la Batalla de Inglaterra, la primera gran derrota del ejército nazi. Justo antes de iniciarla, sin embargo, las autoridades británicas decidieron abandonar a su suerte las Islas del Canal, desmilitarizándolas y evacuando parcialmente a su población.

Enseguida, aquel mismo verano, las tropas alemanas ocuparon las islas, que si bien no tenían una importancia estratégica crucial jugaron un importante rol propagandístico a lo largo de todo el conflicto, como único territorio británico ocupado por los nazis. Además, a partir de finales de 1941, cuando los Estados Unidos de América se vieron forzados a entrar en la guerra, las islas se convirtieron en una de las zonas más densamente fortificadas por los alemanes, en su plan de construir un Muro Atlántico, de Francia a Noruega, que los protegiera de eventuales invasiones marítimas.

A lo largo de decenas de puntos costeros la Organisation Todt, la principal empresa pública de ingeniería nazi, se encargó de construir baterías antiaéreas, trincheras, diques, búnkeres, túneles, hospitales fortificados, bases submarinas y otros elementos defensivos para los que utilizó, principalmente, mano de obra forzada, como los dos millares de españoles expatriados que dieron con sus huesos en las islas de Jersey, Guernsey y la atroz Alderney. Así lo ha puesto de relieve un reciente libro del periodista catalán Martí Crespo, Esclavos de Hitler. Republicanos en los campos nazis del Canal de la Mancha (UOC, 2014).

Larga marcha de los republicanos

Como narra Maria Folch en Després vénen els anys (Drassana, 2014) a través de la historia de un miembro de las Brigadas Internacionales, aquellos que participaron en el bando antifascista durante la Guerra Civil española sufrieron casi una década de movilización y exilio continuados, desde 1936 hasta 1945 o incluso más allá. Se calcula que tras el avance final franquista de los primeros meses de 1939 hasta 440.000 republicanos cruzaron la frontera hacia Francia, donde fueron internados en campos de refugiados. Posteriormente muchos fueron incorporados a las Compagnies o Groupements de Travailleurs Étrangers, unidades militarizadas de trabajadores con las que se vieron abocados a colaborar con el ejército francés primero y el alemán después, tras la ocupación nazi de Francia en junio de 1940. Más tarde, con el inicio de la construcción del Muro Atlántico hasta 26.000 españoles fueron enviados a diversas fortificaciones marítimas.

Es justo lo que sucedió con tres de los valencianos que acabaron en las Islas del Canal: Fernando Gil Llorca, Vicente Gasulla Solé y Manuel Sirvent Romero. El primero, nacido en Vila-real en 1910 (contaba con 26 años cuando estalló la Guerra Civil), era un jornalero de la naranja afiliado a la UGT y el PSOE que luchó durante la guerra en Talavera y Brunete, y después en Lleida con la 104ª Brigada Mixta, de valencianos. Tras atravesar la frontera, recibió una carta familiar con un mensaje claro, «No vengas», lo que le llevó a ingresar en una unidad de trabajo. Instalado en barracones, quitó nieve cerca de Suiza, acarreó piedras para construir carreteras y transportó obuses a la frontera italiana hasta que en enero de 1941 fue llevado a la costa bretona («cinco días de viaje sin comer», recordaba), para trabajar en la base submarina de Brest.

Vicente Gasulla, por su parte, había nacido en Barcelona, pero su familia paterna, con quien compartía ideales republicanos y católicos, procedía de Cabanes y Les Coves de Vinromà, en la Plana Alta: «We come from very strong Catalans and Valencians», afirmaba en una entrevista realizada para el Imperial War Museum en los setenta. Con apenas 18 años se alistó en el ejército republicano y estuvo en el frente de Teruel hasta que fue a parar a los campos de refugiados del Rosellón, antes de ir a construir instalaciones militares y fabricar munición en la Línea Maginot. Posteriormente, con la llegada del Régimen de Vichy fue enviado a la base marítima de La Rochelle, también en la Bretaña, donde hacía jornadas de 12 horas seguidas cargando sacos de cemento, con un simple descanso de 20 minutos, para levantar fortificaciones,

Manuel Sirvent, en último lugar, era el mayor de ellos. Nacido en Elda y dedicado a la confección del calzado, había sido un destacado militante de la CNT y el anarcosindicalismo, que con casi 50 años se mantuvo en las fábricas aeronáuticas de la retaguardia durante la Guerra Civil. Tras pasar dos años en diversos campos del sur de Francia, «faltos de comida y agua», donde abundaban la colitis y las epidemias cutáneas, fue enviado a finales de 1941 a Brest, como Gil Llorca. Allí, según dejó escrito en las memorias rescatadas por su nieta Melodía Sirvent, se dedicó a construir diques, a la par que observaba cómo los judíos eran maltratados con todo tipo de vejaciones, obligándoles a entrar en el océano helado antes de volver a los barracones y haciéndoles «trotar como si fueran caballos hasta quedar rendidos». Finalmente, todos ellos (Gil, Gasulla y Sirvent) fueron destinados entre finales de 1941 y principios de 1942 a los campos de trabajo de Jersey o Alderney.

La supervivencia en Jersey

«Every day we were alive was a bonus» («Cada día que permanecíamos vivos era un extra»), recuerdan las palabras de Vicente Gasulla inscritas en una baldosa de Charing Cross, una de las calles céntricas de la capital de Jersey. En efecto, de los más de 5.000 trabajadores forzados que pasaron por la isla debieron morir centenares, es posible que algún millar. Según afirmó un preso ucraniano que sufrió los rigores de Jersey de los 15 a los 18 años, Vasilly Marempolsky, «la gente moría trabajando: caían y nunca más se levantaban». Es por ello que estimar de manera fiable el número de muertos es imposible, ya que los podían enterrar en el mismo sitio donde fallecían o los arrojaban al mar.

En una isla poco más grande que Formentera existían hasta 16 campos con presos y deportados procedentes principalmente de la Unión Soviética y de España, aunque también de Francia, Checoslovaquia, Polonia y otros países, separando siempre a los judíos. Las condiciones de vida eran penosas, «con provisiones insuficientes de comida y agua potable, sin apenas medios para frenar la propagación de enfermedades, con altos índices de malnutrición y malos tratos sistemáticos», destaca Martí Crespo. En verano de 1942, un oficial nazi se acercó al barracón donde se alojaban los enfermos rusos y, sin mediar palabra, les atacó con un perro alsaciano y un látigo hasta que murieron 32 de ellos.

En dicho contexto, Fernando Gil y Vicente Gasulla tuvieron una suerte enorme. El primero, tras unos meses en el campo de Fort Regent, también llamado Franco por la masiva presencia de republicanos españoles, logró escapar de Jersey, alegando que deseaba alistarse en la División Azul y mezclándose entre el gentío del puerto al desembarcar en la cercana Saint-Malo, donde vivió clandestinamente hasta el final de la guerra y residió hasta su muerte. Gasulla, por su parte, tuvo que vivir la pesadilla de Jersey durante tres años, hasta la liberación de 1945, pero lo hizo como auxiliar de enfermería, por lo que pudo disponer de una mejor situación.

Mucho peor lo pasaron la gran mayoría de los cautivos, como el teniente catalán Joan Dalmau, que fue de los pocos en dejar por escrito un relato detallado de sus vicisitudes, en el libro Slave worker in the Channel Islands (Guernsey Press, 1956). En él, además, explica algunas de las actividades de resistencia y sabotaje que tanto la población isleña como los trabajadores practicaron contra los nazis. En la más espectacular, robaron 25 cartuchos de explosivos con los que hicieron volar el carguero Schottland en enero de 1943, con 3.000 toneladas de cemento y 230 soldados alemanes. Poco después el propio Dalmau intentó escapar pero fue capturado, siendo llevado a un destino aún peor, el islote de Alderney.

La isla del Diablo

Así la llamaron algunos de sus supervivientes, puesto que Alderney, no más grande que los distritos de Campanar y Benicalap juntos, era utilizada como penal de castigo con cuatro campos de trabajo y en ella se cometían todo tipo de crueldades. No en vano, su nombre en clave era isla Adolf, por el Führer, y era gobernada por un oficial de las SS continuamente borracho, Adam Adler, y su ayudante Heinrich Evers, un antiguo techador con problemas psiquiátricos de comportamiento extremadamente violento.

En ella, por ejemplo, los soldados lanzaban trozos de zanahoria o pieles de patatas a los judíos y a los deportados políticos „ alemanes disidentes„para verlos pelearse con desesperación. Asimismo, se celebraban macabras danzas disparando a los pies de determinados grupos de cautivos hasta que les alcanzaban, para posteriormente rematarlos en la cabeza uno a uno. Aquí se multiplican los testimonios sobre cadáveres arrojados al mar, junto a los que debían trabajar los presos, mientras eran devorados por langostas y cangrejos.

En febrero de 1942 el eldense Manuel Sirvent llegó a Alderney para realizar trabajos metalúrgicos, pero tuvo la inmensa fortuna de ser interrogado sobre sus aptitudes profesionales. Cuando los alemanes observaron la habilidad con la que fabricaba botas de excelente calidad, lo agregaron al taller de zapatería y le facilitaron una existencia digna, junto a otros cuatro artesanos españoles. Incluso les adjudicaron una casa de veraneo, donde, según confesaba, «nos dedicábamos a escribir algo de poesía». Ello no les impidió observar durante más de dos años el horror cotidiano protagonizado por los soldados alemanes: las sangrientas palizas diarias y la muerte, «a golpes de palo y de hambre», de centenares y centenares de presos.

La liberación y la memoria

Tras el desembarco aliado en Normandía en junio de 1944, las Islas del Canal continuaron ocupadas por los nazis. Únicamente la pequeñísima Alderney fue evacuada y, por ejemplo, Manuel Sirvent pudo escapar primero a Rennes y después a París, donde vivió hasta su muerte en 1968. Jersey, en cambio, siguió en manos alemanas hasta el 9 de mayo de 1945, dos días después de la rendición incondicional del Tercer Reich. Por entonces algunos de los presos liberados, como el propio Vicente Gasulla Solé, decidieron permanecer en la isla, donde aún viven sus hijos y nietos, con los mismos apellidos.

De hecho, se les pudo ver en la reciente celebración del 70 aniversario del Día de la Liberación, junto a Gary Font, hijo de otro republicano que se quedó, el catalán Francisco Font, que impulsó la erección de diversos monumentos conmemorativos a lo largo de la isla. En uno de ellos, el Westmount Memorial, levantado sobre la tumba de 101 presos, Gary se encarga de ejercer de guardián de la memoria organizando todos los años una ceremonia para recordar el sufrimiento y la esperanza de miles de luchadores antifascistas, como los españoles y valencianos que fueron esclavos de Hitler en las Islas del Canal de la Mancha. En su país de origen, en cambio, parece que nadie se acuerda de ellos.

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