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Educación

El alma del colegio sin nombre

Los padres de la única escuela íntegramente en barracones de Valencia eligen el centro por la valía de su profesorado

El alma del colegio sin nombre

­«Somos una escuela que, por no tener, no tenemos ni nombre». Así resume las carencias materiales del Colegio público de Educación Infantil y Primaria (CEIP) 103 de Valencia, Patricia González, una madre cuya hija crece entre barracones desde el primer día en que abrió las puertas en el curso 2009-10 el único centro docente de toda la ciudad alojado integramente en aulas prefabricadas.

La instalación provisional, montada en principio para los 20 meses que se pensaba que iba a estar construido el nuevo colegio en una parcela junto a las naves de la Cross, acaba de iniciar su séptimo curso con unos 380 alumnos. No tiene biblioteca, ni aula de informática, ni gimnasio, hay prefabricados en los que nunca entra la luz del Sol... Cuando llueve, el agua se cuela en las aulas y al mojar los cables las chispas saltan de la instalación eléctrica.

Olga Rodríguez, con dos hijos en el 103, admite que los niños estudian «en peores condiciones» que ella hace 30 años, «y eso no puede ser». «Lo más fácil „dice„ es irse a otro centro, pero yo he optado por luchar: creo en la escuela pública y la defiendo, por eso reivindico un nuevo colegio».

Alberto García Sanchis, que también tiene dos hijos en el 103, cuenta que «los niños que vienen aquí se piensan que todos los colegios son iguales, de hecho hace poco un padre me contaba que paseando por el Jardín del Turia con su hijo, al pasar junto a unas casetas que montaban para una feria, el chiquillo le preguntó si iban a construir un cole en el río».

«La docencia es muy buena»

Pero, si todo son penalidades, por qué apostar por el 103... «Porque la docencia es muy buena y eso es alma de este colegio», sostiene Alberto. «Bajo una tienda de campaña o en un colegio de verdad, un buen maestro siempre es un buen maestro», sentencia.

A su lado, Rainer, un ciudadano alemán cuyo hijo es alumno de Infantil en el 103, asiente y afirma que «los profesores son fenomenales, los niños están muy contentos y el colegio es como una familia grande». «Todo esta bien excepto la contrucción», lamenta.

Patricia González comparte esa opinión: «Decidí quedarme en el 103 porque mi hija viene encantada». «En mi clase son 16 niños y para mi eso es más importante que estar en un colegio concertado con 32 chiquillos en un aula», apunta.

Y es que este colegio sin nombre, cuyos alumnos lucen mochilas con un corazón con el 103 grabado por el que asoman las cabezas sonrientes de un niño y una niña, ha pasado por momentos duros. Uno de los más delicados llegó en el curso 2012-13, cuando con el aumento de ratios de 25 a 30 escolares por aula más de 60 alumnos abandonaron el centro al haber vacantes en otras escuelas de la zona, en especial en los cuatro colegios privados concertados que están a cinco minutos andando del 103. «En la clase de mi hija eran 25 y se fueron 11», recuerda Patricia.

La lucha por una escuela mejor les ha unido en una comunidad educativa singular, pues como dice esta madre, «este colegio es algo más, la bedel se ha jubilado este verano y el primer día de clase ha venido a la escuela».

Todas las familias del 103 esperan que la Conselleria de Educación del bipartito Compromís-PSPV cumpla la promesa que les acaba de hacer de iniciar las obras en 2016 para que el nuevo colegio se abra por fin en el curso 2017-18.

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