Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Valenciana y plebeya

Ginesa, la amante valenciana de Jaume I

A Jaume I se le han conocido hasta tres matrimonios, ocho amantes y más de quince hijos - El investigador Cingolani aporta ahora un nuevo nombre, el de la plebeya Ginesa

La Edad Media, época del amor cortés.

El principal estudioso de Jaume I durante la segunda mitad del siglo XX fue un sacerdote norteamericano, el jesuita californiano Robert Ignatius Burns, que dedicó su vida a localizar, transcribir y examinar documentos sobre el proceso de conquista, creación y colonización del reino de Valencia que encabezó el monarca nacido en Montpellier hace más de ochocientos años. A la hora de calificar su trayectoria amorosa y sexual lo tuvo claro: «Adúltero incansable, con una confusa colección de esposas, mujeres y peticiones de divorcio».

Lo cierto es que se le han llegado a conocer hasta tres matrimonios — uno de ellos morganático—, ocho amantes y más de una quincena de hijos, pero, en cualquier caso, aquella no fue una conducta «confusa». Lo podría parecer a ojos de un religioso que practicaba el celibato, pero Jaime I se limitó a desarrollar el comportamiento que llevaban a cabo los grandes aristócratas de su época para cubrir sus necesidades primarias: comer con abundancia y lo más exquisito, vestir las ropas más elegantes y opulentas, vivir en los más sólidos y bellos palacios y mantener una esplendorosa e incansable actividad sexual y procreadora.

Como era habitual en toda dinastía, el primer matrimonio de Jaime I fue decidido por sus progenitores o tutores. Aún siendo bebé fue prometido en dos ocasiones: primero a Aurembiaix, heredera del condado de Urgell, y a continuación a Amicia, hija del conde Simón de Montfort, para tratar de acabar con los ataques franceses contras las tierras occitanas que los reyes aragoneses trataban de dominar. Ninguno de los dos, sin embargo, acabó teniendo efecto.

Con ansias desde los 13 años

La primera esposa del monarca sería, por el contrario, la infanta Leonor de Castilla, con quien se casó en Ágreda, cerca de Soria, a los 13 años, en febrero de 1221. La consumación del matrimonio, no obstante, no pudo tener lugar hasta un año más tarde, cuando Jaime llegó a la mayoría de edad establecida para los monarcas de la época. Y sus ganas por hacerlo debían ser tantas que se encargó de remarcarlo expresamente en su «Llibre dels fets»: «Un any estiguem ab ella que no podíem fer ço que els hòmens han a fer ab sa muller, car no havíem l’edat». A partir de entonces, al parecer, sus ganas por relacionarse con mujeres nunca le abandonaron.

Es posible que ya durante aquel primer matrimonio Jaime mantuviera un idilio con una de las damas castellanas del séquito de la propia reina Leonor, Elo Álvarez, aunque los documentos para afirmarlo no sean categóricos. Fuese como fuese, y a pesar de haber tenido un primer hijo con ella, el rey se separó de Leonor y consiguió la nulidad matrimonial a los pocos años. Antes incluso de obtenerla, el rey mantuvo otra relación con Aurembiaix de Urgell, aquella noble con la que había sido prometido en su niñez. Como también narra en su crónica, tras derrotar a los nobles que se oponían a la entonces condesa, «anam-nos-en ab ella a Agramunt e metem la comtessa dins al castell».

La relación con Aurembiaix quedó hecha añicos por la expedición de conquista de la isla de Mallorca que Jaime llevó a cabo entre 1229 y 1231. A su vuelta buscó nueva esposa y la elegida, con la mediación del papa, fue la princesa Violante de Hungría, con quien se casó en Barcelona, en segundas nupcias, cuando todavía tenía 27 años. Enseguida, de manera sucesiva, tuvieron hasta cuatro hijos, pero ello no evitó que al poco se documente ya la existencia de una concubina real: la noble aragonesa Blanca de Antillón. Con ella el monarca tuvo otro hijo, Fernando Sánchez, barón de Castro, conocido por encabezar una rebelión en la vejez del propio Jaime I que le acabó costando la vida a manos de su hermanastro, el futuro Pedro el Grande.

Antes del fallecimiento de Violante de Hungría en 1251, tras dieciséis años de matrimonio y nueve hijos en total, aún se conocen tres amantes más del monarca: la aristócrata castellana Berenguela Fernández, con quien tuvo al futuro barón de Híjar, la dama leridana Elvira Sarroca, con quien tuvo dos hijos ingresados en la carrera eclesiástica, futuros obispos de Huesca y de Lérida, y la noble ampurdanesa Guillema de Cabrera, con quien no tuvo descendencia. Al poco de quedar viudo, no obstante, Jaime buscó un nuevo matrimonio — en este caso morganático, es decir, sin que la esposa accediera al título de reina— con la noble aragonesa de origen navarro Teresa Gil de Vidaure. Con ella convivió diez años, durante los que nacieron dos hijos, los futuros barones de Jérica y de Ayerbe, hasta que el monarca la repudió tras conocer en la corte de Alfonso X el Sabio, en plena guerra contra los musulmanes de Murcia, a Berenguela Alfonso.

Era diciembre de 1265 y, a sus 57 años, Jaime quedó prendado de la joven cortesana que formaba parte del séquito de su propia hija, Violante de Aragón, esposa del mencionado rey de Castilla. Intentó obtener la nulidad matrimonial de Teresa Gil de Vidaure, pero el pontífice, tras sus continuos adulterios, se la negó y tuvieron que permanecer casados, aunque separados —Teresa en el monasterio de la Zaidía de Valencia, que ella misma había fundado— hasta su muerte. En cualquier caso, tras el fallecimiento prematuro de Berenguela en 1272, Jaime aún tendría tiempo de convivir con una última concubina, la noble catalana Sibila de Saga, nuera de Guillema de Cabrera, con quien el rey había estado, como hemos indicado, una veintena de años antes.

Ginesa, la amante desconocida

Hasta aquí lo que se conocía por ahora. Pero el investigador italiano Stefano Cingolani, en su incansable búsqueda de informaciones relativas a la dinastía real aragonesa, ha descubierto una nueva amante de Jaime I, madre de otro de sus hijos ilegítimos, Fernando, que fue nombrado abad del monasterio-castillo de Montearagón, en la actual provincia de Huesca. Su identificación ha sido posible gracias al infrecuente nombre de Ginesa (Genesia en latín o también Genesa en romance), que aparece en ciertos documentos de la cancillería real como la madre del mencionado Fernando y en otros como una mujer residente en Alzira, colmada de favores por parte de Jaime I y sus sucesores.

El encuentro real

La identificación entre ambas resulta bastante evidente y la unión de todos los documentos conocidos sobre ella y su hijo encajan a la perfección. Incluso podemos saber la fecha aproximada en que probablemente se produjo el encuentro entre el monarca y Ginesa: entre el 21 y el 24 de febrero de 1261, cuando se documenta la primera estancia de Jaime en Alzira desde 1250, lo que concuerda con las primeras noticias que tenemos sobre el hijo de ambos, Fernando, comenzando la carrera de teología en París en 1278, a los 17 años. Por lo que se infiere de la documentación, además, debió ser una relación puntual, un «aquí te pillo aquí te mato» de la época, ya que ni el rey volvió a la villa alzireña hasta siete años después, ni parece que Ginesa se moviera de allí.

Si bien Jaime I tenía por entonces 53 años, Ginesa debía ser una jovencita, ya que sobrevivió durante más de treinta años a su muerte, hasta entrado el siglo XIV. En cualquier caso, el hijo de aquella relación — fugaz, como máximo de cuatro días, pero bien certera— sí que fue entregado a la corte real y, como el resto de descendientes legítimos o ilegítimos del monarca, fue convenientemente educado y dotado para que ocupara las más altas esferas del poder de la Corona. Fue así, con rentas procedentes del monasterio de San Vicente de la Roqueta o de las bailías y castillos de Morella, Sagunto y Alfàndec, como Fernando costeó su exclusiva educación en París, donde también ejerció como enlace diplomático con el rey de Inglaterra, Eduardo I.

A su vuelta, además, su hermanastro Pedro el Grande, que ahora gobernaba como rey, le nombró abad de Montearagón en verano de 1284, cuando tenía 22 años, aunque no llegaría a tomar posesión del cargo, ya que enfermó y murió poco después. Con todo, su plena consideración como miembro de la familia real quedó reflejada en su enterramiento, en el propio panteón del monasterio de Santes Creus, según ha podido revelar el propio Stefano Cingolani, junto al mismo Pedro el Grande, Jaime II o la reina consorte Blanca de Anjou.

A Jaime I se le conocían relaciones seguras o probables con una decena mujeres de diversas procedencias, ya fueran de Castilla, Cataluña, Hungría, Navarra o Aragón. La ausencia de mujeres originarias de los dos territorios que él mismo conquistó, Mallorca y Valencia, no era, en todo caso, tan extraña como podría suponerse: en primer lugar, porque aquellos reinos no contaban en una época tan temprana con una alta aristocracia propia, que era el estrato social con el que el monarca se solía relacionar, y, en segundo lugar, porque si lo hacía con gentes más humildes, normalmente estas no dejaban rastro documental. No sería de extrañar, por ejemplo, que el rey también hubiera mantenido relaciones con alguna mujer de Mallorca en su última estancia en la isla, en 1269, pero, si así fue, nada ha trascendido.

Es por todo ello que la existencia de Ginesa también pasó desapercibida durante tanto tiempo, aunque el buen hacer del doctor Cingolani la ha devuelto a la historia. De ella sabemos que unos pocos años después del encuentro con Jaime I se casó con Jaime de Santamera, también vecino de Alzira, y el propio rey les ayudó a prosperar con la nada despreciable cantidad de 8.000 sueldos reales valencianos y otras asignaciones y privilegios dirigidos específicamente a ella.

De aquella unión nacieron diversos hijos y, tras unas tres décadas de matrimonio, Ginesa aparece viuda a principios del siglo XIV, ya en la vejez y con serias dificultades económicas: endeudada con un banquero de Valencia, embargada y tratando de hacer valer los favores de Jaime II, de quien, de hecho, era tía abuelastra. Quizás en aquellos momentos ulteriores de su vida recordara aquella noche o noches, cuarenta años antes, que pasó, sin que nunca antes hubiera podido imaginarlo, con todo un rey de Aragón.

Con posterioridad, pese a la distancia, siempre trataría de ayudarla a lo largo de su vida. No en vano, tenían un hijo en común. Quizás Ginesa también recordara los momentos previos a la muerte del propio Jaime I, que tuvieron lugar, precisamente, en la villa de Alzira, en julio de 1276. Quién sabe si ante la noticia de que el monarca estaba falleciendo, se acercó a la residencia del rey, en el actual Carrer Major, para despedirse, aunque fuera discretamente con una oración, a través de sus muros. Quizás, incluso, vio partir a la comitiva real que, «ab grans plors e ab grans llàgremes», iba camino de Valencia para acompañar su definitivo traspaso. Quizás Ginesa también derramó alguna lágrima. Sin embargo, nunca lo sabremos.

Compartir el artículo

stats