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El Cuento de Navidad de 2014

Un año para aprender a sonreír

Gabi, la indigente que el año pasado recibió la ayuda de un empresario, ha mejorado notablemente su aspecto y ahora se declara «una mujer nueva»

Un año para aprender a sonreír

­Hace un año, Gabi apenas sonreía. Sobrevivía pidiendo lismona en un semáforo de la avenida Ausiàs March, en Valencia, tras haber soportado una vida entera de penurias, malos tratos y desgracias. El 22 de diciembre de 2014 la suerte le rozó aunque no llegó a alcanzarla: un fallero de Picassent le había regalado poco antes un décimo que creyó que estaba agraciado con el quinto premio que sí repartió en su comisión, pero finalmente resultó que el número era otro y la mujer vio cómo se esfumaba un dinero que jamás llegó a ser suyo. Un empresario y mecenas valenciano, José Luis López, conoció su situación por Levante-EMV y decidió entrar en su vida. Desde entonces, ella sonríe de continuo.

Hace 365 días, Gabi recibió abrumada de manos del industrial los 6.000 euros que le habrían tocado en caso de que el décimo del fallero de Picassent hubiese sido del número premiado. Empleó el dinero en «arreglarse la boca» (apenas le quedaban dientes, algunos arrancados a golpes durante las palizas que sus hermanos le propinaban cuando no sacaba suficiente dinero en el semáforo) porque «tenía un complejo enorme», cuenta Juan, su pareja y quien le salvó la vida al rescatarla de su propia familia.

«Antes casi no hablaba por no abrir la boca y, ahora, no para», incluso se ha dejado el pelo largo en una actitud claramente coqueta. «Es otra mujer», subraya él con la emoción en los ojos mientras la mira orgulloso: «Es feliz». Y gran parte de esa felicidad que ahora inunda a Gabi es fruto de aquel dinero que hace un año le entregó José Luis López, una persona que sigue manteniendo el contacto con la pareja y que se ha convertido en una figura paternal para ellos, a la que respetan y veneran «por su compromiso».

No es para menos, el empresario les visita al menos una vez al mes, les ha comprado un pequeño cuatriciclo (lo que se conoce como un coche sin carné) y, para estas fiestas, les ha preparado una caja de Navidad y les ha entregado un cheque de 500 euros para un hipermercado y 300 más en efectivo. «Dicen que son las mejores Navidades de sus vidas „cuenta el mecenas„ y, ya ves, no es algo extraordinario». Pero para quien no tiene nada, para quien jamás ha disfrutado de unos días en paz junto a su familia y ante una mesa llena de viandas, todas esas cosas «son un mundo y una vida entera», asegura Gabi muy seria.

Para José Luis, que colabora activamente con varias ONG, supone «una satisfacción enorme» ayudarles «porque tienes la posibilidad de tratar a las personas con las que colaboras y contemplar sus avances» que, en el caso de Gabi y Juan, «son muchos».

Aquellos 6.600 euros que les entregó hace un año, los emplearon en procurarle una dentadura a ella, «arreglarle los papeles» (estaba de manera irregular en España) y «pagar los recibos atrasados» del pequeño piso en el que residen, puesto que estaban al borde de un desahucio que los habría devuelto a la calle, donde ella ha vivido a lo largo de «17 años».

Huérfana y maltratada

Para Gabi, su vida ahora es otra que «nada tiene que ver» con la que dejó atrás pese a que aún sigue pidiendo lismona en el mismo semáforo «porque no conoce otra cosa», dice José Luis. A los tres meses perdió a sus padres en un accidente en su Rumanía natal. Aquel siniestro la condenó a un orfanato y a una silla de ruedas hasta los 15 años; sólo se levantó después de múltiples operaciones, agarrada de por vida a una muleta y con una incapacidad permanente que aún hoy le provoca «unos terribles dolores de espalda».

Cuando dejó la casa cuna, sus dos hermanos la acogieron y la obligaron a ejercer la mendicidad „a su otra hermana «la prostituyeron» hasta que «se quitó la vida»„. Malvivía en una chabola cerca de la Cruz Cubierta, «dormía en el suelo» y recibía palizas de continuo, sobre todo si «no llevaba bastante dinero» a casa. Durante algún tiempo cuidó de ella Luis, «un policía local» que la «protegía» de sus parientes y que «fue el primero en salvarle la vida». Luego, llegó Juan, que se enfrentó a sus parientes y le dio por fin un techo bajo el que vivir.

Más tarde, arribó José Luis «para cambiarlo todo» y ofrecerle una oportunidad. «Cuando estás en la calle y en una situación tan mala como la nuestra „se lamenta Juan„, nadie te echa una mano». Sin embargo, hace un año, descubrieron que «no siempre es así, que aún hay gente que te reconcilia con la vida y te hace creer de nuevo en el corazón de las personas».

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