Mientras la agenda de la ciudad palidece, otros actores aglutinan, de manera concentrada, la oferta de grandes eventos musicales en la Comunitat Valenciana. Los festivales se multiplican por todo el territorio: desde el madrugador SanSan en Gandia, pasando por el Arenal (Borriana), Medusa (Cullera), Low Festival (Benidorm) o el padre de todos ellos, el FIB. Incluso el Cap i Casal se ha hecho con su gran certamen, como el Festival de Les Arts.

De todos, sigue siendo el de Benicàssim el que cuenta con mayor poder de atracción sobre los grandes nombres del panorama musical. En un momento casi embrionario de las programaciones de 2016, el FIB ya ha anunciado a uno de los grandes puntales de su cartel: el rapero Kendrick Lamar, chico de oro del género, capaz de aglutinar el fervor de crítica y público con su último disco To pimp a butterfly, será una de las estrellas del próximo verano, para el que en Benidorm se han apropiado por el momento de The Kooks y en Borriana de Two door cinema club, entre otros.

La tiranía festivalera tiene, en opinión del promotor Sergi Almiñana, una vertiente positiva y otra no tanto, al menos para una ciudad cercana como Valencia. La positiva está clara: los festivales disponen de los recursos necesarios para ofrecer al público estas grandes figuras. Para comentar la negativa, Almiñana habla de una «burbuja»: «La competitividad entre los festivales es altísima porque todos, además, quieren al artista en cuestión en exclusividad; eso provoca una guerra de ofertas al artista y encarece enormemente los precios, hinchando la burbuja», desarrolla el promotor. Fuera del contexto de los certámenes, ahonda Almiñana, se hace casi imposible competir con estos precios, «y más si tu ciudad está tan cerca de estos eventos».