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Una pieza extraordinaria

El retablo perdido de Alfafar

La obra se encargó en 1401 a Pere Nicolau, maestro del gótico internacional, y cuatro siglos después se le perdió el rastro

El retablo perdido de Alfafar

En 1404, cuando Alfafar sólo era un pequeño pueblo de huerta con apenas 30 casas, su parroquia consiguió lo que ya entonces era un tesoro al alcance de muy pocos: tener un retablo hecho por Pere Nicolau, uno de los mejores pintores del gótico internacional y que, en aquel momento y debido a su enorme prestigio, no acostumbraba a trabajar si no era para el Ayuntamiento de Valencia, la Catedral o el mismísimo rey de Aragón.

Aún se desconoce cómo Alfafar llegó a poseer un obra de tan extraordinario valor y cómo, cuatro siglos después, se perdió por completo su rastro. Sin embargo, un investigador local, Vicente Baixauli, ha publicado recientemente un estudio sobre el retablo perdido en el que apuesta por que éste fue vendido hacia 1802» para «financiar las muchas necesidades de la nueva iglesia» barroca que se levantó en el municipio a mediados del XVIII.

En el trabajo, el especialista cree «muy posible» que el retablo de Pere Nicolau fuese a parar a manos de un coleccionista privado de la nobleza valenciana. Posteriormente, defiende, uno de sus herederos (Diego de León) vendió las tablas a un conocido amante del arte, Ramón Aras Jáuregui de Neguri, quien en 1934 las entregó al Museo de Bellas Artes de Bilbao a cambio de 34.000 pesetas.

Pese a que no existe confirmación oficial de que éste fuese el periplo que siguió el retablo desde que salió de la parroquia de Alfafar, Baixauli apoya su tesis en varios argumentos que semejan incontestables. Las tablas de Bilbao, atribuidas desde 1949 a Pere Nicolau, están dedicadas a Los Siete Gozos de la Virgen, como las de Alfafar.

Asimismo, en el retablo conservado en la galería bilbaína falta «una gran tabla central dedicada a la Virgen», un espacio que Vicente Baixauli identifica como «la hornacina» que debía tener el de Alfafar «para entronizar a la Virgen del Don», a la que iba dedicada la pieza y el templo que la albergaba.

Las tablas de Bilbao presentan unas características —predominio del fondo dorado, perspectiva aún torpe y exuberancia refinada en el plegado de los trajes— que hacen que especialistas como Heriard Dubreil y otros lo sitúen en una fecha anterior al retablo que Pere Nicolau pintó para la parroquia de Sarrión, en Teruel. Antes de esa obra, Nicolau sólo realizó dos retablos con temática mariana: uno para Horta de Sant Joan y otro para Alfafar. El primero ardió en un incendio durante las guerras carlistas, lo que parece confirmar la tesis de Baixauli de que las tablas de Bilbao son, en realidad, las que encargó la parroquia de l’Horta Sud.

De cómo Alfafar logró el retablo

Nadie sabe qué hizo posible que Pere Nicolau aceptase pintar un retablo para el altar mayor de la primitiva iglesia de Alfafar, construida en 1238 por Jaume I después de que éste hallase enterrada la imagen de la Virgen del Don y prometiese levantar allí un templo si conquistaba Valencia.

Pero lo cierto es que, en octubre de 1401, el entonces párroco pidió al maestro del gótico internacional un retablo por el que se pagaron 1.000 sueldos (tres años de ahorros).

Cómo fue posible que una pequeña feligresía como la que entonces tenía Alfafar hiciese frente a unos costes tan elevados es algo que también se desconoce, aunque Baixauli apunta al despegue que vivía la zona por «el incremento de la superficie agrícola»».

En 1404, cuando se pagó el retablo, la parroquia alfafarenca «acogía a los vecinos de Benetússer, Paiporta, Massanassa y Ravisanxo, así como muchas alquerías de la huerta» que le aportarían «unas 60 familias, casi 300 habitantes», para aumentar «las rentas de la iglesia», que fue la que financió el encargo.

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