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Nueva normativa

Sangre y tinta: una profesión de riesgo

Sanidad prepara una normativa para liberalizar el mercado de la formación de los tatuadores, que ahora hacen un cursillo en colaboración con las escuelas de enfermería

Sangre y tinta: una profesión de riesgo

Quizá quieras estar «a la moda» y, como tu modelo/bloguera/actriz favorita, tatuarte una flecha o un signo del infinito en el brazo. Quizá quieras recordar para siempre el nombre de tu pareja o llevar en la muñeca a modo de esclava el nombre de tu hijo. Sea cual sea el tatuaje con el que decidas compartir el resto de tus días, el profesional que elijas para horadarte la piel con aguja y tinta deberá de seguir una estricta normativa en materia higiénica ya que, al fin y al cabo, ser tatuador es una profesión «de riesgo».

No son médicos ni personal sanitario pero, al igual que ellos, en su trabajo están en constante contacto con sangre ajena. Por ello y, desde 2002, a todo aquel que quiere trabajar como tatuador o piercer en la Comunitat Valenciana se le requiere haber superado un curso de 15 horas con nociones higiénico-sanitarias básicas a aplicar en el trabajo del día a día, desde el uso de guantes a la utilización de material desechable o esterilizable pasando por las posibles reacciones alérgicas que los productos pudieran generar.

Hasta ahora, el único cursillo homologado se impartía en colaboración con las escuelas de enfermería aunque la Conselleria de Sanitat está trabajando para que esto cambie y liberalizar el mercado. Así, ya existe un proyecto de orden que, una vez publicada, permitirá que todos los que quieran ejercer la profesión puedan hacer el curso demandado por la administración en cualquier institución que se haya homologado para ello y no solo en el Colegio de Enfermería. Entre las novedades que incluye está la formación online y una evaluación final.

Más allá de un requerimiento sobre el papel, lo aprendido en el cursillo se aplica en el día a día y las inspecciones sanitarias que se realizan puntualmente en los estudios así lo demandan. «Todo el material que se usa o es desechable o se puede esterilizar», explica Jerónimo Yepes, tatuador en el estudio Tatuarte de Valencia y tercera generación de una estirpe de artistas de la aguja.

En el estudio cuentan con un autoclave y una máquina de ultrasonidos para aquellas piezas que no son de un solo uso. «Además, antes de ponernos a trabajar cubrimos tanto la máquina como el cable y la fuente de alimentación con papel ´film´ que luego se tira. Hasta el bote de agua que se utiliza durante la sesión para evitar salpicaduras», cuenta mientras sus guantes de látex comienzan a mancharse con una mezcla de rojo y negro: sangre y tinta. Asegura que nunca se ha sentido en riesgo «real» de contagio pero sí ve que el peligro está ahí.

En el gabinete de al lado una chica y su hermano se tatúan sus iniciales en el interior de la muñeca. La máquina zumba envuelta en plástico. Seguridad en la higiene y en el motivo elegido para inmortalizar en la piel.

Profesionalización

Este cursillo sobre cómo protegerse ante posibles contagios es la única formación «oficial» que se pide a un tatuador hoy por hoy para ponerse a trabajar de cara al público ya que la formación en el área, como tal, no está reglada. La falta de profesionalización es, de hecho, una de las quejas y caballo de batalla de Antonio Yepes, padre de Jerónimo y uno de los históricos en el mundo «tattoo» en Valencia que abrió su gabinete Tatuarte en 1984 cuando aún, la normativa, los consideraba como «artesanos».

«Cualquiera puede hoy comprarse una máquina de tatuar, hacer el cursillo de 15 horas que pide Sanidad y, si tiene un local con las exigencias que marca la ley, abrir un estudio porque nadie te pide que demuestres que sabes», critica Yepes, que es el responsable en Valencia de la Escuela Oficial de Maestros Tatuadores y Piercers. «Es como si, para ser cocinero bastara con sacarte el curso de manipulador de alimentos aunque no supieras cocinar», añade. La escuela es de las pocas iniciativas organizadas para aprender el oficio más allá de convertirse en aprendiz con algún «maestro».

«La profesión la enseñaban los distribuidores de material y los centros de estética pero no los que sabíamos de esto», asegura. Yepes reconoce que hay detractores de la escuela «pero tampoco son muchos los que abren sus estudios para acoger aprendices», asegura.

En el limbo se queda mucha gente que quiere empezar y que «rompe mano» en casa tatuándose a sí mismo o a amigos y no siempre con las pautas sanitarias adecuadas. «Lo que puede llegar a ser un peligro para el que aprende y para el que se deja tatuar», añade.

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