Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Nuevas ideas y un cambio generacional

La crisis económica ha dejado una larga y profunda estela de cambios sociales que deberían tener en cuenta las organizaciones sindicales tradicionales para garantizarse la supervivencia.

El papel de los sindicatos, en un momento de desconfianza generalizada hacia unas instituciones que llegaron a tener un peso fundamental durante el periodo de la transición política, necesita una razonada revisión para recuperar su peso social. Una revisión que ya no puede demorarse y que coincide con un proceso de reestructuración interna por puros motivos económicos: caída de la afiliación, de los ingresos por las ayudas públicas, por la formación,.. que ha llevado a estas organizaciones a echar mano de las reformas laborales a las que se habían opuesto.

Pero antes de plantearse un cambio y unos nuevos objetivos, deberían comenzar por escudriñar de dónde viene esa pérdida de credibilidad y de peso social.

Personalmente creo que uno de los principales puntos débiles en las organizaciones mayoritarias tradicionales, UGT y CC OO, vendría de su escasa capacidad de influencia en un enorme sector de trabajadores que ha soportado sobre sus espaldas el mayor peso de esta larga crisis: los desempleados. En su papel en la defensa de los derechos de los trabajadores asalariados, los sindicatos no se han dado cuenta o no han querido ver el desamparo en el caían cerca de seis millones de personas que engrosaron, en su punto álgido y no tan lejano, las listas del paro.

Por otro lado, una de las armas más poderosa de los sindicatos para defender en última instancia los derechos de los trabajadores, la huelga general, no ha conseguido los efectos esperados sobre las tres reformas laborales de la crisis. Y en algunos casos, incluso, ha tenido un efecto boomerang sobre su credibilidad y capacidad de movilización, limitada en última instancia a los sectores industriales más potentes y a la función pública.

Conviene recordar que un elevado número de trabajadores, el que presta sus servicios en las pequeñas y medianas firmas „que suponen casi el 90 % del tejido empresarial español„ni puede secundar medidas de presión de los sindicatos por sus propias circunstancias de inestabilidad laboral y económica, ni llega a ver claro que los resultados de las movilizaciones les terminen afectando a nivel individual.

Este gran colectivo de asalariados, al que ya tenían difícil acceder las organizaciones sindicales en tiempos de bonanza económica „la sindicación en ellos era prácticamente testimonial„, se ha alejado aún más de su capacidad de influencia tras sufrir en sus carnes los mayores recortes salariales y de derechos laborales.

A todo ello se suma una legión de nuevos empleados en un mercado laboral de contratos precarios „a tiempo parcial y temporales„, entre los que la prioridad es poder trabajar en lo que sea y como sea, y para los que luchar por una mejora de las condiciones no pasa de ser una quimera.

Y no hay que olvidar la difícil llegada al mercado del trabajo de una generación nueva, más formada, más individualista y nacida en el regazo de internet y las redes sociales. Se trata de un colectivo que contempla a los sindicatos mayoritarios con el mismo recelo que a los partidos políticos tradicionales.

La cohabitación de los sindicatos mayoritarios con las diferentes administraciones, de la que dependen económicamente a través de las ayudas directas, los fondos de formación o la participación institucional, al igual que ocurre con las patronales, no ha hecho más deteriorar aún más su imagen, rematada por escándalos como el de los ERE o el de las tarjetas opacas.

El papel de unos sindicatos potentes para el equilibrio de poderes en el Estado sigue siendo fundamental y necesario. Pero hacen falta nuevas ideas para una situación social nueva. Y tal vez un cambio generacional que garantice su imbricación en un escenario diferente. O nuevas organizaciones. Quién sabe.

Compartir el artículo

stats