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Victoria, ´Rafa´ y sus hijos: tres generaciones en la fábrica de magdalenas

La empresa familiar, que ya tiene a la tercera generación en el engranaje, ha dicho ´no´ a los fondos de inversión: «Para nosotros no tendría sentido. Es un proyecto familiar y de empresa. Es nuestra vida»

Al principio es el olor, el sentido que agita la memoria. Pocas experiencias evocan tanto al pasaje de Proust como un viaje de la mano de Rafael Juan (Villalonga, 1959) al interior de su fábrica de magdalenas. Como al narrador de 'En busca del tiempo perdido', a Juan el aroma de la fermentación debe transportarle a la infancia, al obrador familiar donde su madre decidió un día, antes de que el emprendimiento se llamase startup y los cupcake coparan las esquinas, que las magdalenas podían ser cuadradas y saber a ´glòria´. «Con eso empezó todo», dice Toni Martínez, director de la planta de Gandia de Dulcesol, mientras señala una de las magdalenas cuadradas recién salidas del horno.

Hoy esta firma familiar domina el sector de la bollería industrial, pero sigue manteniendo ciertas esencias. «Es un proyecto familiar y de empresa», sostiene Juan, que explica en persona cada proceso de la elaboración del producto. Como toda empresa familiar, guarda con discreción ciertos movimientos, pero reconoce que han rechazado la tentación de vender a los fondos que ya han llamado a la puerta de una firma muy apetitosa. «Para nosotros no tiene sentido. Es nuestra vida. Llevo casi 35 años aquí. Hay una vinculación y familiaridad con toda la plantilla», relata. No son palabras huecas. Apenas hay paredes en la planta noble de este gigante de 2.100 empleados. Por no tener, Juan no tiene ni despacho propio. Su ordenador y su silla se encuentran en una fila más de la amplia sala que, con vistas al Montgó y al puerto de Gandia, acoge a todo el staff de gestión de la empresa.

A pie de fábrica, sorprende la cercanía con la que le tratan los empleados -«Hola ´Rafa´»; la normalidad con la que se detiene -no hay impostura ante la prensa- a comentar con un encargado la última incidencia en la producción.

Al empresario se le ve orgulloso de este ´obrador´ que lanza al mundo unos 450 millones de unidades al año. Exhibe las últimas novedades de una factoría altamente robotizada, como unas máquinas estrenadas esta semana que sincronizan el proceso de empaquetado. «La gente está contenta. Evita uno de los trabajos más penosos», comenta.

El empresario es la cara visible de una empresa en la que su madre, doña Victoria, continúa al pie del cañón a los 83 años. Recién jubilada, solo puso como condición seguir al día de todo lo que rodea la firma. Sus hermanos también están en la empresa, y la tercera generación ya está completamente integrada: en poco tiempo se sumará el tercer hijo de Rafael Juan; los otros dos ya llevan tiempo en el engranaje.

Es martes y tras una mañana de ajetreo, el consejero delegado se prepara para partir a Argelia, donde supervisa la puesta en marcha de una nueva línea de producción.

Juan duerme poco. ´Tuitea´ antes de que salga el sol, coge la bici solo cuando el fin de semana le da un respiro y tiene la agenda propia de un empresario que combina la representación institucional -lidera a los empresarios de la Safor- y una firma que mueve 320 millones al año.

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