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Recicla, que algo queda, ¿o no?

Recicla, que algo queda, ¿o no?

Tengo una gabardina hecha con los posos de cuarenta tazas de café. Al menos eso pone en la etiqueta interior de la prenda de color verde de la empresa Ecoalf, fundada por Javier Goyeneche y participada por el fondo de inversión Manor Group. Ecoalf sostiene que los posos de café molido son recogidos diariamente por una conocida cadena de restaurantes cuando todavía está húmedo. El primer paso es secarlo y extraer el aceite. Después los posos se muelen hasta un tamaño de nano-polvo que se convierte en gránulos y se mezcla con polímeros de poliéster reciclado con el fin de crear hilo. La etiqueta es más esquemática, menos mal, y muestra todo el proceso en cinco dibujos para después añadir: «no des la espalda al mundo. Los recursos naturales no son infinitos».

Compré la gabardina en rebajas hace unos años porque me gustó el diseño, sin saber nada de la empresa. La curiosidad profesional hizo su efecto después de pagar e indagué sobre Ecoalf y sobre su fundador, nacido en Madrid en 1970. Anteriormente había creado la empresa de accesorios Fun & Basics, en 1995. En diez años, llegó a tener 350 puntos de venta y 70 tiendas propias. Descontento por la cantidad de desechos que producía la industria textil, se lanzó a una nueva aventura empresarial, Ecoalf, en 2008, con el fin de crear un sello de moda responsable. La empresa, que tomó parte del nombre de su hijo Alfredo, tiene un universo de productos de diseño de gama media-alta que me cautivó. Tengo ya un bolso, también verde, y una funda para el iPad (adquiridos a su vez en rebajas). En estos dos últimos casos la empresa no concreta la cantidad de producto reciclado utilizado para su fabricación. Sólo aparece una inscripción genérica: «setenta botellas de plástico PET son igual a un metro de tejido de Ecoalf».

Podría haberles dicho que descubrí la marca de Goyeneche, que ya tiene acuerdos de colaboración con Apple, Swatch, Coca-Cola o Barneys NY, por mi interés por el reciclaje. Pero estaría faltando a la verdad y mentir no es lo mío. También podría haber añadido que a raiz de adquirir mi gabardina me convertí en la mayor fan de las prendas sostenibles y del aprovechamiento de residuos. Pero, nuevamente, les estaría engañando.

No existe un planeta B

Nunca tiro un papel al suelo y recojo todos mis desperdicios (incluidos los de mi perro). Además soy una amante de la naturaleza y una firme convencida de que no existe un planeta B, como dice Ecoalf en su campañas publicitarias. Pero reciclar no está entre mis actividades diarias, lo confieso. Pueden flagelarme tanto cuanto quieran y tendrán razón. Daría mil excusas sobre por qué no lo hago y, otra vez, no serían más que eso, excusas.

Ni tengo un cubo de la basura con compartimentos ni tampoco separo los residuos en bolsas para depositarlos en los tres contenedores que tengo en la puerta de mi casa. Cuando empezó a ponerse de moda el reciclaje, yo vivía en Nueva York y allí podía depositar la basura en el cuarto que tenía justo delante de la puerta de mi apartamento. Ni aún así lo hacía. Arrojaba la bolsa entera a un tubo oscuro que nunca supe dónde iba pero que suponía que el portero recogía. El cuarto tenía espacios diferenciados para el papel y el plástico, pero nunca los utilicé.

¿Soy un caso único en mi especie? Sé que no, conozco a muchos en mi entorno y fuera de él. ¿Soy un caso perdido? Creo que no. Sé que lo que hago está mal e intento hacer propósito de enmienda, pero no voy a prometer algo que no sé si podré cumplir.

Comparto todas estas reflexiones después de que esta semana haya trascendido que la Generalitat prohibirá las cápsulas de café y los cubiertos de plástico en 2020. La Conselleria de Agricultura, Medio Ambiente, Cambio Climático y Desarrollo Rural cree que su utilización masiva está provocando problemas insostenibles de contaminación. Puede que así sea, pero creo que el culpable no sólo es el plástico sino la gente como yo, que por comodidad, vagancia y dejadez nunca reciclamos y tenemos mucho por hacer.

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