Siempre he dicho en defensa de los que se dedican a la política que nadie en este universo comunicativo está más sometido a la presión que ellos - y ellas- y los futbolistas. Porque las demás profesiones gozan de una especie de salvaguarda que les permite atravesar inadvertidos muchas fronteras

A los futbolistas los dejo a parte, -por imposibles, vamos- pero los políticos, es cierto, tienen un hándicap aún mayor que nadie, por la necesidad, se dice siempre, de ejercer de forma modélica su actividad pública... y privada.

Por eso y por el hecho de estar todos los días en plaza pública, no tienen por qué ser dilapidados todos los días por la opinión pública, compuesta, en su mayor parte, por ignorantes, por malintencionados, por ocultos interesados, difamadores y rencorosos, ahora con un poder incontrolado e inasible como las redes sociales, donde cualquiera puede publicar cualquier cosa en cualquier lugar y a cualquier hora. Para ellos, para los políticos, no hay piedad simplemente por el hecho de serlo.

Algo que no ocurre con otras personas que tienen igual o más influencia en la vida pública como los representantes y responsables de empresas, que pueden transitar por todos los vericuetos políticos y sociales sin que, normalmente, no se les pida otro título que el de «empresario».

Me he entretenido en mirar si a algún medio de comunicación se le había ocurrido, a raíz del escándalo del no-máster de Cifuentes, husmear en el currículum de otro colectivo de notables. No he visto nada. ¿Por qué? Tan oportuno, periodísticamente hablando, ha sido mirar en los «estudios» de otros políticos como hubiera sido hacerlo en los de nuestra nutrida clase empresarial que, igualmente, llena titulares y páginas... o en los emprendedores... O en la clase médica, o sindical, o en los siempre bien arrellanados cátedros, o en los propios periodistas donde abunda el intrusismo y el desparpajo impunes.

De ahí, de esa presión, que sean muchos los políticos que meten la pata a la hora de hacer declaraciones, de posar en las fotos, de comer con los personajes inadecuados, de ir a los bautizos inadecuados, de colarse en el cine...

Un portavoz corporativo, de lo que sea, ha de estar bien informado, disponible, tener empatía, un cinismo a prueba de bombas, asertividad -lo que pocos dominan- ser positivo... pero más que nada, más que nada, paciente. Vamos todo lo contario de lo que es, por ejemplo, Michael O´Leary cada vez que habla de su Ryanair. (Se acuerdan de aquel «En realidad, con un solo piloto basta»).

Porque una frase inadecuada en el momento inadecuado puede arruinar cualquier argumento y cualquier empresa. Vean, si no, lo que le ha ocurrido al concejal valenciano Fuset, del que posiblemente usted sólo sepa a estas alturas que le ha llamado «putos mafiosos» a unos profesionales de la presión fallera. Perdió los papeles cuando salió en defensa de la fallera mayor de Valencia y perdió la razón, por más razón que lleve... Y eso le puede pasar a cualquiera, pero como es político... al paredón.