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Ecología

Cómo sobrevivir a la guerra contra el plástico

Cómo sobrevivir a la guerra contra el plástico

El escenario, al menos como lo pintan, es preapocalíptico. «Los desechos plásticos terminan en nuestro aire, nuestro suelo, nuestros océanos y en nuestros alimentos». «Cada segundo desaparecen 700 kilos de plástico en nuestros océanos». «Si no cambiamos de política, en 2050 habrá más plásticos que peces en el mar». Frans Timmermans, vicepresidente de la Comisión Europea, se ha convertido en una de las voces que abandera el giro ambiental que pretende impulsar el reciclaje de los envases de plástico para seguir los pasos del papel, vidrio o metal.

Bruselas ha puesto sobre la mesa la posibilidad de un impuesto sobre estos productos, y fija 2030 como fecha límite para que todos los envases estén diseñados de forma que sean reciclados o reutilizados. Las medidas trazadas por la Comisión para, por ejemplo, eliminar el plástico de un solo uso (desde vasos a cápsulas de café o pajitas) han encontrado eco en España. La Conselleria de Medio Ambiente ha anunciado que la revisión del Plan Integral de Residuos de la C. Valenciana (PIR) incluirá esta prohibición a partir de 2020. Las empresas, a las que los nuevos tiempos obligan a ponerse al frente de iniciativas de economía circular, también hacen su parte. Mercadona o Consum ya están ensayando alternativas a las bolsas de plástico, cuyo cobro es obligatorio desde el pasado 1 de julio como medida para desincentivar su uso. Serán prohibidas en 2021. La cadena presidida por Juan Roig, que trabaja en esa línea desde 2011, dice haber reducido un 95 % el uso de la bolsa de un solo uso y ya tiene en fase de pruebas alternativas como las de papel, las cestas de rafía o las cajas de cartón. Lidl afirma que en 2019 dejará de vender artículos de plástico de un solo uso, singularmente pajitas, bastoncillos de algodón y platos, cubiertos y vasos.

Todo este contexto amenaza un sector relevante: se espera que en 2020 mueva 654.380 millones de euros, debido al impacto del plástico en actividades como la automoción y la incorporación de países emergentes a esta rama o al mundo del envasado. Cada segundo se compran en el mundo unas 20.000 botellas de plástico. Solo en la C. Valenciana, este sector tiene 800 empresas y genera 14.000 empleos. Según la directora del área técnica de la patronal CEV, Elisa del Río, se trata de una actividad con un peso relativo próximo al 2% del PIB autonómico que es «imprescindible desde un sector primario como es la agricultura (plástico para cultivo forzado, elementos de riego), como componente de otros sectores industriales (automóvil, juguete, calzado, etc.), construcción y hábitat (materiales aislantes y conductores), logística y envasado de productos (industriales y de consumo doméstico) y otros servicios como sanitario y asistencial».

La lupa apunta a un sector, el del monouso, que es solo una pequeña parte, pero de gran significado social. A este respecto, desde la CEV Del Río recuerda que las nuevas normas europeas «no van dirigidas al conjunto de aplicaciones del plástico, sino a su utilización y gestión como residuos en concretas aplicaciones, como ciertos envases y material monouso». Por tanto, las consecuencias para la economía valenciana dependerán «del diseño de las políticas y plazos que a nivel estatal y autonómico se establezcan». Un sector como el juguetero, por ejemplo, donde el plástico es fundamental, se ve de momento a salvo de las nuevas normativas, ya que trabaja con «productos con ciclos de vida largos y con clara tendencia a la reutilización (juguetes intergeneracionales dentro de una familia, centros de beneficencia, terceros países...)», explica Enrique Añó, project Manager del centro tecnológico del juguete Aiju. En ese sentido, destaca proyectos para reutilizar o reciclar productos, así como la apuesta por reducir envases superfluos para sus productos o disminuir la toxicidad de las tintas.

Nubarrones

Desde otro ángulo, Salvador Benedito, presidente de la Asociación Valenciana de Empresarios del Plástico (AVEP), ve nubarrones en el horizonte: «Tenemos claro que, a corto plazo, esto va a requerir inversiones para adaptar la producción. Y las que no puedan hacerlo, sufrirán cierres y despidos importantes. Y no precisamente en multinacionales». El sector, apunta, tiene una gran cantidad de pymes en el ámbito de la transformación, de la fabricación de piezas y productos. La patronal critica la decisión de gobiernos como el autonómico de elevar la exigencia a su industria, lo que la deja en desventaja frente a los competidores europeos. Y se queja de que se centre la crítica en sus productos, cuando también habría que poner el foco en concienciar a la sociedad. «No hay soluciones milagrosas respecto a ciertos materiales, que requieren unas condiciones de gestión determinadas», apunta la secretaria general de AVEP, Cristina Monge.

La dirigente introduce otro debate: sin el compromiso de la sociedad en la gestión de los residuos no se pueden aprovechar las bondades medioambientales de los nuevos desarrollos. «El sector del packaging tuvo que hacer un gran esfuerzo para que los envases fuesen más ligeros, con facilidad de impresión, que sirvieran para el microondas? Ha requerido una investigación enorme», añade Benedito, que insiste, en todo caso, en la «capacidad histórica del sector para adaptarse a las necesidades del mercado». Elena del Río, desde la patronal CEV, apunta que las directivas que desarrollan la política de economía circular no plantean alternativas al plástico, sino que apuestan por la reducción en la generación de residuos a través de políticas que incentiven la reutilización y reciclado de materiales». Por tanto, lo que está haciendo el sector es buscar soluciones más sostenibles medioambientalmente: «Está apostando por soluciones en este orden: reciclado (optimización de la cadena de reciclado, fomento del uso del material reciclado, etc.), reutilización (ecodiseño y prolongar la vida útil del producto) y la exploración de nuevos materiales como puedan ser los compostables correctamente gestionados».

Si hablamos de reinvención, hay que llamar a la puerta del instituto tecnológico del plástico Aimplas, cuyo correo electrónico echa humo por las peticiones de información de empresas descolocadas ante lo que se avecina. La innovación no es una variable ajena al día a día de este sector. Hay un orden lógico en el que se mueve el envase a la hora de enfocar su I+D. Por un lado, introducir materiales reciclados en productos para fomentar el ciclo de la economía circular, que consiste en dar una segunda vida a materiales. También hacerlos reutilizables, tratar que sus productos, desde el diseño y la fabricación, puedan alargar su vida útil. Y, en tercer lugar, explorar nuevos materiales, explican desde la patronal.

Así lo corroboran desde el centro tecnológico. Una de las principales claves de trabajo es la búsqueda de «plásticos compostables», que una vez usados se comportan igual que cualquier biodegradables, explica Eva Verdejo, responsable de Sostenibilidad de Aimplas. Uno de los casos de éxito en los que ha trabajado el instituto es el proyecto BREAD4PLA, con el que han conseguido un plástico compostable generado a partir de los residuos del pan. De esos residuos se generan films para fabricar nuevos envases para pan y bollería. El proyecto, en proceso de industrialización, ha sido seleccionado como uno de los 15 mejores proyectos LIFE (Comisión Europea) de los últimos 25 años. En el ámbito de las bolsas de plástico, de hecho, los fabricantes ya tienen gama de material compostable, que se puede convertir en abono tras su tratamiento. Aumentar la reciclabilidad de los envases es otro de los retos tecnológicos del sector. Una de las bondades del plástico es su adaptación para crear productos a medida, pero en esos envases muchas veces se mezclan materias primas que complican el tratamiento posterior, añade Verdejo.

Las empresas miran con cierto desasosiego la nueva encrucijada, pero apelan a su capacidad de adaptación. La de un sector que igual recibe encargos de la industria aeronáutica para soportar condiciones inimaginables y de duración eterna, que asume que tiene que idear productos que se degraden por sí mismos.

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