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Diez años del cataclismo

El próximo sábado tendrá lugar una efeméride insoslayable. Se cumplirán diez años de la quiebra de Lehman Brothers, el histórico banco de inversión estadounidense. Su caída se convirtió en el símbolo de la Gran Recesión, la mayor hecatombe económica que había vivido el mundo desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX. El 15 de septiembre de 2008 fue un día infame. Sin duda. Acabó por transformarse en la jornada en la que muchos despertaron del sueño de la prosperidad ilimitada y descubrieron que los locos años de bonanza fueron un espejismo forjado de ladrillo y especulación financiera. La quiebra de Lehman Brothers fue a esta última crisis lo mismo que el crash de Wall Street del 24 de octubre de 1929 a la Gran Depresión.

Vistas ambas a cierta distancia, hay que admitir que algo hemos ganado entre un suceso histórico y otro, porque, diez años después del hundimiento de la bolsa neoyorkina, el mundo llevaba dos meses embarcado en la más descomunal y destructiva guerra. La segunda contienda mundial del siglo pasado llegó precedida del fracaso en la resolución de la primera, entre otros motivos por el duro castigo a Alemania, y, sobre todo, de la irrupción de una crisis económica global inédita hasta entonces. La superación de estos y otros fenómenos se intentó en algunos países mediante los totalitarismos de derechas. Ahí germinó la guerra de Hitler, Mussolini y Tojo.

La Gran Recesión no ha tenido la magnitud de su gemela histórica, tal vez porque los Estados y las sociedades tenían mejores herramientas para afrontarla, incluida la cooperación entre países. Por ejemplo y a pesar de todos los sacrificios, el euro no se rompió y la misma Grecia -o España- ha sorteado el abismo. Pero es indudable que la crisis ha dejado innumerables heridas y que muchas de ellas no se han cerrado y siguen supurando. Lo más inquietante es la deriva política en tantos países. Es habitual que no sean los mejores los que se dediquen al servicio público, pero en estos tiempos da la sensación de que el equipo titular internacional no había sido tan malo desde los años treinta del siglo XX. No es solo Donald Trump, Matteo Salvini, Nigel Farage o Carles Puigdemont, que por supuesto. Son esas sociedades occidentales ahítas y egocéntricas, que fían su destino a populistas sin escrúpulos para tratar de salvaguardar su cogollito sin recordar que los bárbaros tumbaron las puertas de Roma. No hay muros que contengan el hambre. No crean que no estamos a tiempo de emular a nuestros mayores y desencadenar otro cataclismo.

Precarización

Esta temible deriva política se está produciendo en un contexto de recuperación económica, lo que, según cómo, resulta aún más inexplicable. Aunque puede que no, porque una de las consecuencias de la Gran Recesión, tal vez irreversible, es la creciente precarización del empleo y, en consecuencia, de la calidad de vida de tantos ciudadanos. Los jóvenes asisten a un mundo radicalmente transformado por la informática y las nuevas tecnologías donde los salarios son bajos y no tienen visos de subir. Parece como si el cuello de botella del alza social se haya estrechado tanto que es una minoría muy minoritaria la que logra pasar por él. Desde luego, la perspectiva no es nada alentadora, porque esa precariedad de ahora, de mantenerse en el tiempo, augura una jubilación más que precaria.

Un panorama desolador, claro. Entre otros motivos porque llegan las crisis, las pasamos más mal que bien y no hemos aprendido nada. Vean si no lo que ha dicho esta semana el Banco Central Europeo: la próxima recesión estará ligada al mercado inmobiliario. Es decir, como la última. Y no solo es el ladrillo. Tampoco parece que se haya puesto freno a las viejas y perniciosas prácticas de los grandes bancos. Y las agencias de rating siguen como siempre. Además de la precariedad, la Gran Recesión ha dejado otro legado más pesado que la losa que cubre la tumba de Franco: una deuda desorbitada en todo Occidente que va a ser imposible devolver y que, posiblemente, genere otra crisis de magnitudes desconocidas.

Lehman solo produjo dolor.

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