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Un inventor de pedigrí que mira al futuro

En un país cimentado sobre una losa intelectual -«¡Que inventen ellos!», dijo Unamuno- hay algunos que se rebelan. Es el caso de Vicente Rodilla. Este ingeniero industrial valenciano recoge ahora, a los 60 años, las mejores cosechas tras una vida cultivando ideas. Es el propietario de Cysnergy, una empresa que está colocando con éxito en el mercado una tecnología patentada que permite medir el consumo eléctrico en tiempo real y registrar y analizar los datos para predecir el gasto. El proyecto, respaldado por la UE, ha despertado interés en la industria. Es un sistema único a nivel mundial que ya ha acreditado ahorros importantes. En su cartera de clientes destacan Indra; grupos industriales como el líder del cartón Hinojosa; Faurecia, del sector auxiliar del automóvil; pinturas Isaval; el Ayuntamiento de València o el IVAM.

Más que un éxito puntual -hoy el emprendimiento parece ligado a la búsqueda del pelotazo a través de apps tecnológicas-, lo suyo es el fruto de una carrera de maduración a pie de fábrica. «Empecé en el sector de la automoción y la cerámica, aprendiendo de las necesidades, siempre con la idea de desarrollar algo propio», explica. El discurso de Rodilla tiene un eje vertebral en la propiedad intelectual. «La patente es la clave del éxito inicial de una empresa. Te da seguridad, y genera un efecto psicológico en el mercado. Tu proyecto tiene que ser inventivo, que no se haya hecho antes por nadie y que sea industrializable», alecciona. De nada sirve una idea brillante si es irrealizable.

¿De dónde viene este espíritu de inventor? Rodilla se remite a sus ancestros. «La vocación viene de mi abuelo. Era escultor e inventó algo que ni los fenicios ni los romanos. Hacía la escultura y la forraba de piedrecitas de cuarzo. Hacía mosaicos en relieve». No es un exceso de la nostalgia. La Oficina Europea de Patentes recoge dos inventos en los años 50 de este reconocido artista, Vicente Rodilla Zanón. Del injerto del carácter de su abuelo con el de su padre, un ingeniero naval curtido en una carrera en los astilleros, ha surgido un auténtico emprendedor en serie, con un espíritu casi decimonónico. La inventiva le ha llevado por caminos diversos, tal como atestiguan las ocho referencias de que dispone en la Oficina Europea de Patentes. Desde un sistema pirotécnico computerizado que permite secuenciar el disparo con la explosión para «escribir en el cielo», a sistemas para monitorizar el consumo eléctrico. Su proyecto más reciente promete: «Es una interfaz hombre-máquina que permite usar la electricidad generada por los músculos para intercomunicarnos en ambientes inteligentes». Esta patente mundial, que ya ha desperado interés en la industria, se basa en la electromiografía. Es la técnica que estudia la energía eléctrica que se provoca por la polarización de las fibras musculares. Con su prototipo es capaz de medir y codificar esa energía, y emitir señales a los dispositivos tecnológicos que nos rodean. Parece increíble. Quizá por ello sea la próxima revolución tecnológica.

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