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Reciclar nuestro estilo de vida

La jerarquía en la gestión de residuos establece la prevención (reducción) como primera opción, seguida de la reutilización y del reciclaje. A las que añadiríamos la recuperación y, solo en último lugar, el depósito de ese deshecho en un vertedero. Pero nada de esto tiene sentido si no aplicamos un nuevo principio antes de cualquiera de los citados: el de repensar nuestro estilo de vida.

Por el mero hecho de existir, impactamos en el entorno. Las actividades cotidianas (como comer, vestirse o desplazarse) tienen un efecto ambiental negativo. Todas ellas requieren de recursos y generan residuos. Recientemente, se han acuñado varios términos que permiten cuantificar el impacto ambiental. En este sentido, el término de huella de carbono mide el impacto de un producto o servicio sobre el calentamiento global, mediante el cálculo de todas las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) causadas directa o indirectamente en su desarrollo. De forma análoga, la huella hídrica hace referencia al consumo total de agua dulce, directa o indirecta, de un producto o servicio. Ambos conceptos pueden ser aplicados a mayores escalas y para ello resulta fundamental conocer el ciclo de vida completo del producto o servicio analizado.

Con los datos en la mano, podemos observar diferencias cuantitativas en el impacto ambiental de diferentes productos. En este sentido, cabe recomendar que no se abuse de la carne y se priorice el consumo de frutas y verduras. Además, deberíamos elegir alimentos que se produzcan cerca de nuestra casa, pues el transporte contribuye al incremento de las emisiones de CO2.

Otro punto fundamental es aprovechar al máximo los recursos y evitar que sobrepasen la fecha de caducidad para no desecharlos, puesto que entonces desperdiciaríamos el agua dulce que se empleó en su producción, así como contribuiríamos a la liberación gratuita de CO2. Un ejemplo al respecto: si un kilo de pollo caduca en la nevera y hay que tirarlo al cubo de la basura, estaríamos deshaciéndonos también de 6,9 kg de CO2 y 4 300 litros de agua dulce.

La sostenibilidad a nivel doméstico pasa por usar el sentido común en la gestión del hogar y por aprovechar bien los recursos y los residuos, con la conciencia de que los pequeños gestos pueden contribuir a cambiar las tendencias globales. Interesa que nos inspiremos en algunos hábitos de las generaciones pasadas. Sin renunciar a nuestra calidad de vida, deberíamos recuperar pautas de su mentalidad. A pesar de que no eran (o no siempre) conscientes de ello, su forma de vida era mucho más verde y sostenible que la nuestra. Todo ello debe servirnos, sobre todo, para concienciarnos de la situación ambiental y reciclar nuestro estilo de vida hacia otro mucho más sostenible.

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