La peseta, que hace dos décadas ya pasó a la Historia tras el nacimiento del euro, fue una moneda revolucionaria. Nació el 19 de octubre de 1868 -por tanto, habría cumplido ahora los 150 años- como la referencia monetaria surgida de la Gloriosa, la sublevación que acabó con la monarquía de Isabel II. Como la imagen de la reina debía desaparecer del imaginario público y también el escudo con la flor de lis que simbolizaba a la dinastía de borbones, la primera se sustituyó por Hispania, una matrona de origen romano con una rama de olivo en la mano y recostada entre los Pirineos y Gibraltar, mientras que se encargó a la Academia de la Historia la creación de un escudo de armas de «carácter nacional» para figurar en el reverso. Llegó a nuestros días. En el isabelino solo estaban las armas de Castilla y León, mientras que al nuevo se incorporaron las barras de Aragón, las cadenas de Navarra, el símbolo de Granada y las columnas de Hércules.
La nueva divisa sustituyó a las noventa y siete monedas españolas y extranjeras que circulaban en el país, algunas de siglos anteriores y casi todas desgastadas por el uso. Dividida en cien céntimos, la peseta se convirtió en la única de España. De las anteriores, los reales y los duros dejaron de ser oficiales, pero nunca desaparecieron del lenguaje cotidiano, tal como recuerda el profesor de la Universidad de Zaragoza José María Serrano en un estudio sobre el no-cumpleaños de la peseta publicado por Funcas en el que concluye que fue una divisa más competente de lo que pudiera pensarse. Como muestra, este botón: «En 130 años mantuvo su valor diez veces mejor que la lira [italiana] y cuatro mejor que el franco francés». Ah, las entrañables pesetas...
