Hace unos días, el grupo Heineken España anunciaba la adquisición del 51% de la cervecera artesana madrileña La Cibeles. La inversión ha sido un terremoto en este sector emergente. Al frente de La Cibeles está David Castro, quien hasta el momento de la compra era el presidente de la Asociación Española de Cerveceros Artesanos Independientes (AECAI), con un discurso de autonomía frente a los grandes grupos industriales. El movimiento, aunque figuradamente, parece una opa al colectivo de pequeños artesanos que, en los últimos cinco años, se ha lanzado a reinterpretar un negocio controlado en España por cinco colosos.

El movimiento de Heineken, en realidad, no es el primero, pero sí la confirmación de una tendencia. A principios de 2017 se vivían dos operaciones de relieve: el líder mundial ABInbev (dueño de la mexicana Corona, Franziskaner o Budweiser, entre otras), anunciaba la adquisición de la cervecera artesanal española La Virgen. Por su parte, el grupo americano Molson Coors se hacía con La Sagra, líder de la cervecería independiente española hasta la fecha.

Los grupos industriales españoles no se han quedado atrás en la toma de posiciones en el mercado doméstico. Mahou se ha aliado con la cervecera familiar Nómada Brewing. Estrella Galicia ha entrado en la distribución de la cervecería artesana al aliarse con la escocesa líder en Europa Brew Dog; y también se ha hecho con el 32% de la irlandesa Carlow Brewing Company.

¿A qué se debe esta fiebre de adquisiciones dentro de la cervecería craft, la artesana? «Somos los últimos en llegar a esta revolución. Hay mercados hipermaduros, con cuotas por encima del 20% en relación con la cerveza industrial, como Estados Unidos, donde en cada pueblo tienen la suya», explica David Frá, ceo de la artesana valenciana Birra&Blues y presidente de la Associació de Cerveseres Valencianes. A la industria norteamericana la irrupción de las microcerveceras le cogió con el pie cambiado; la española, sin embargo, aprendió de aquella lección. La primera reacción fue desconcertante. El presidente de Damm, Demetrio Carceller, se ponía a la defensiva en 2014: «Son cervezas que se producen en garajes y tenemos miedo de que pueda producirse un fallo de calidad que afecte a la imagen de la cerveza española en todo el mundo».

Tras aquello, el discurso cambió. De algún modo, la proliferación de nuevos productores, pese a que apenas representan un 1% del consumo, ha sacado a los gigantes de su zona de confort. Cada grupo está siguiendo su estrategia, pero todas las grandes marcas se están volcando en este mercado. «No tienes más que ver la publicidad. Han pasado de sacar a chicos y chicas guapas a hablar del lúpulo y la malta, de las mejores materia primas. Es de lo que venimos hablando nosotros, de los ingredientes, que es nuestro factor diferenciador. Hacemos procesos más cuidados, no pasteurizamos. Para un gran grupo es inviable trabajar 17 recetas, como nosotros, no tienen esa versatilidad», apunta el copropietario de la valenciana Birra&Blues. No hay gran grupo cervecero que en los últimos tiempos no haya sacado sus series especiales, incluso con nuevas recetas con productos de su tierra. Cuando Estrella Galicia cerró una de sus operaciones corporativas con el sector artesano dio una explicación que decía muchas cosas: «Nos sumamos a un proyecto que comparte nuestros valores y la esencia de lo que somos y, por tanto, de lo que hacemos: cerveza a fuego lento».

La Comunitat Valenciana, en general toda España, se ha incorporado con bastante retraso al boom de la cervecería artesanal que llevaba fermentando en Europa. «Cuando empezamos en 2009 había ocho fábricas en España; ahora son más de 550», resume para explicar el fenómeno Gonzalo Abia, fundador de Cerveza Tyris junto a Dani Vara. «El crecimiento de la categoría es indudable. La gente aprecia la cerveza, la cultura cervecera, y no está dispuesta a que sean cinco las grandes marcas que se reparten el pastel. Quieren que haya más gente que interprete el producto de diferentes maneras, que sea más divertido y algo tan cotidiano como tomar una cerveza sea más interesante. No tiene más misterio», explica Abia.

Para Tyris, la explosión de iniciativas no es otra cosa que una reacción a la concentración del mercado. Su caso, una de las firmas más veteranas del panorama craft valenciano, es también uno de los más importantes desde el punto de vista mercantil. El family office de los hermanos Serratosa Luján se fijó en este nicho de mercado y tomó una participación mayoritaria en 2014. Han impulsado la empresa, que continúa dirigida por los fundadores. Hace justo un año ponían en marcha una nueva fábrica con el objetivo de llegar a una producción de un millón de litros.

La experiencia de Tyris es única por el respaldo de un gran inversor. Pero no significa que no haya más interés en esta categoría. Según explica el presidente de la patronal de artesanos, grupos industriales y grandes patrimonios han tanteado el mercado. La C. Valenciana tiene varias marcas muy consolidadas. A las citadas se suman la setabense Socarrada o Zeta. La asociación cuenta con 21 cerveceras, con unos cinco millones en ventas en 2017, representando al 97% del sector. Por poner en contexto las diferencias entre el sector industrial y el artesano, solo la fábrica de Heineken en Quart de Poblet envasa 250 millones de litros de cerveza al año.

El hándicap de la distribución

Los productores craft han dado pasos únicos en España hasta la fecha, como lograr el reconocimiento de la Generalitat como oficio artesano, con las garantías de calidad que eso supone. Pero los problemas son los comunes al resto del sector. «Una de las incapacidades para llegar al gran mercado son los contratos de exclusividad que las grandes marcas establecen con la hostelería a cambio de financiación», apuntan Guillermo Lagardera y Carlos Ramado, socios de la cervecería de Alboraia Zeta.

Zeta ha sorteado ese obstáculo a través de una alianza con la distribuidora hispanobelga Bierwinkel, con sede en València, y que lleva 25 años importando cervezas al margen de la gran industria. La firma de Alboraia funciona sobre todo en el canal Horeca. Para estas cervecerías, entrar en la gran distribución a través de supermercados es una quimera por una cuestión de volumen.

La alicantina Santa Faz, creada por Antonio y Arturo Miralles, padre e hijo, es una pequeña fábrica de unos 15.000 litros anuales y ha conseguido colocar su producto en espacios gourmet de El Corte Inglés, Carrefour y otras cadenas. Aunque prácticamente sin salir de Alicante. El auge de marcas hace pensar que en algún momento habrá mortandad de cerveceras industriales: «La clave es hacerse fuerte en el sector local. Tenemos la suerte de estar en València, que puede absorber bastante demanda. Mercado hay, pero en algún momento habrá una criba», apuntan desde Zeta. Quizá su futuro está en la exportación.