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Un poco de mesura, señores pilotos

Un poco de mesura, señores pilotos

Qué se le va a hacer. La envidia forma parte de nuestra condición. Y a mí, como empleado en una empresa privada, me despiertan ese pecado capital algunos colectivos laborales que uno calificaría de privilegiados, si no fuera por la condena intrínseca que conlleva el trabajo (al menos para los que tampoco somos calvinistas, que sí calvos). Esta semana han sido los pilotos de Air Nostrum. El sindicato que agrupa a los conductores de avión, el Sepla, es un viejo conocido de los turistas que empiezan o terminan unas vacaciones. La Seplana Santa, decía un humorista gráfico. Como tengan alguna reivindicación pendiente o atisben la menor amenaza a su estatus, hay que echarse a temblar. Qué les voy a decir de los controladores aéreos, por no salir de esos espantosos lugares que son los aeropuertos. O los estibadores, capaces de paralizar la actividad económica de un puerto y, lo que es peor, de su hinterland. Seguro que a ustedes se les ocurren otras profesiones bien remuneradas que usan el derecho a huelga para mantener su estatus a costa de molestar -más o menos- a sus conciudadanos. No faltará quien incluya en esta lista a los funcionarios. Por cierto, el colectivo laboral que transitó la crisis con menos magulladoras y que evitó el principal desastre -el despido- y el mayor desasosiego para un empleado: la amenaza de acabar en la calle.

No seré yo quien niegue el derecho a la huelga ni las ventajas laborales de ciertos colectivos. Por contra y volviendo a la envidia, lo ideal sería que la igualación se realizara por la cúspide. O sea, que todos los trabajadores tuviéramos los salarios (bueno, parecidos) de los comandantes de Air Nostrum, que en el sector sitúan por encima de los 100.000 euros anuales. Ya sé que la inversión en formación tiene premio, en muchas ocasiones, que no siempre, en el mercado laboral, donde, por otro lado, también rige la ley de la oferta y la demanda. Y es cierto que el nivel de complejidad y responsabilidad de pilotar un avión no tiene nada que ver con el manipulado de naranjas en un almacén. Y eso se tiene que pagar.

Sin embargo, la desigualdad ha alcanzado tales niveles en la sociedad actual postcrisis, con salarios que provocan bochorno, jornadas laborales interminables y contratos tan precarios que es como si no existieran, que uno se pregunta si los colectivos de trabajadores más beneficiados no deberían ser como mínimo más prudentes a la hora de luchar por sus reivindicaciones y sus derechos, sean más o menos legítimos. Como poco deberían tener en cuenta que más de uno de los damnificados por sus protestas, por ejemplo, la de los pilotos, sueña con ganar un cuarto de lo que ellos perciben. Otra cosa no, pero cierta mesura al menos les evitaría la inquina generalizada.

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