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El sabor de la guayaba

Solaz de la terra es una joven firma agraria que se ha convertido en la única de europa que produce guayaba, una fruta tropical de difícil cultivo en el mediterráneo

El sabor de la guayaba Vicent M. Pastor

Los sabores de la infancia son inolvidables. A Proust, el mordisco a una magdalena le permitió recuperar todo un mundo. La imposibilidad de revivir esos aromas y texturas deviene en nostalgia. Al cubano Roberto García no se le quitaban de la memoria las guayabas de su tierra, pero, por mucho que salivara, no había manera de encontrarlas en València. Así que «se nos ocurrió traerlas nosotros», asegura su pareja Esther Solaz. De esta forma nació Solaz de la Terra, la única firma europea que se dedica a la producción de esta fruta tropical «dulce pero con un punto de acidez».

Solaz había estudiado publicidad, pero la falta de trabajo la llevó por otros derroteros. Tan dispares como la apertura de una tienda de productos electrónicos y móviles. Las añoranzas de su pareja -y «de toda la comunidad americana en València, a la que se les ilumina la cara cuando les mencionas la guayaba»- dio otro giro inesperado a su vida. Conocieron a un ingeniero agrónomo cubano que ya había empezado a plantar árboles de frutas tropicales como la papaya o el maracuyá. La guayaba se resistía porque el templado clima valenciano no es lo suficientemente caluroso para cultivar esa fruta. «Ni con invernadero», apunta Solaz. Así que fue necesario recurrir «a varias pruebas y cruces hasta obtener tres variedades que aguantaban el frío».

De todo aquello hace tres años. El ingeniero se jubiló y alquiló a Solaz y su pareja la hectárea de terreno de Albalat de la Ribera donde cultivaba sus frutas. Recientemente, la firma, de la que también participan los padres y un hermano de Esther, ha adquirido en la Pobla de Vallbona otras dos hectáreas para plantar guayabos y agrandar el negocio. Y es que, como explica esta emprendedora, el rendimiento a este fruto se obtiene sobre todo a través de su tratamiento industrial, en el que comenzaron a trabajar hace ahora un año. La guayaba es un fruto que madura muy rápido desde su recolección y, por tanto, tiene una comercialización muy difícil, en especial si tiene que cruzar el Atlántico.

Por tanto, Solaz de Terra decidió transformar la producción en conservas y mermeladas. Para ello, alquilaron parte de una nave a otro conocido también cubano. El terreno inicial permite obtener entre 80 y 100 kilos de guayabas por árbol. Como en una hectárea caben aproximadamente unos mil, la producción anual de esta empresa familiar ronda los 100.000 kilos anuales. Con la nueva parcela de la Pobla, en estos momentos en fase de desarrollo, la compañía pretende añadir otros dos mil árboles, aunque no todos serán guayabos, porque el propósito es dedicar una parte del espacio a experimentar con otras frutas. «Tenemos pendiente un viaje a Cuba para ver cuál se adapta mejor», afirma.

Producción

La producción actual de la empresa permite elaborar al año unas 300 cajas de conservas y otras tantas de mermelada. En conjunto, son cuatro palets. A 5.000 euros cada uno de ellos, la facturación en esta etapa inicial se queda en unos 20.000 euros. La parte de la cosecha que no va a la industria, Solaz de Terra la vende en el Mercado Central. Su clientela, repartida entre Zaragoza, València, Barcelona, Madrid y Portugal, la integran por ahora restaurantes cubanos, sobre todo, y alguno de Venezuela, pero la firma ya se ha presentado a ferias, como la de gastronomía de Madrid, «donde hicimos muchos contactos» para abrirse a más ciudades de España y entrar en el resto de Europa.

Además de trabajar intensamente para tratar de expandir su negocio, Solaz de Terra no reniega del proselitismo. Tan es así que acaba de realizar unos cursillos, a través de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-Asaja), «para exponer la guayaba como una alternativa a la crisis citrícola». Dice Esther Solaz que «la respuesta ha sido bastante buena. Mucha gente quiere probar primero con poco para ver cómo va y han comprado plantones a través de nosotros». La emprendedora destaca algunas de las virtudes de este cultivo. Una de ellas es que se extiende de octubre/noviembre hasta marzo/abril, lo que implica que «todas las semanas hay que recoger fruta en pequeñas cantidades y no como las naranjas, que se hace dos veces al año y en gran volumen». Esta circunstancia, en su opinión, es beneficiosa a la hora de la fijación de los precios, que trae por el camino de la amargura a tantos citricultores.

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