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China y la UE ¿Aliado o Caballo de Troya?

Compras masivas en sectores estratégicos y guiadas por parámetros nacionales; planes de cooperación en el este de Europa; acuerdos bilaterales con potencias nacionales... la UE mira con recelo el asalto económico del dragón

China y la UE ¿Aliado o Caballo de Troya?

La emergencia ya indisimulada de China como actor económico global en una batalla tecnológica y comercial sin cuartel con EE UU deja en evidencia no solo el temor americano a un nuevo rival tres décadas después de la caída del telón de acero. También demuestra la absoluta irrelevancia y desconcierto de una Unión Europea ensimismada en sus problemas de cohesión, incapaz de hacer frente a la relación con una nueva potencia de este calibre.

Una balanza comercial con el gigante asiático absolutamente deficitaria (-184.791 millones en 2018); la entrada de empresas públicas o privadas pero controladas por el Estado chino en sectores estratégicos; la incorporación de potencias comunitarias a la Ruta de la Seda, o las alianzas regionales intraeuropeas con Pekín, han despertado temores en muchos ámbitos diplomáticos. ¿Es China un aliado oportuno para los países europeos, necesitados de inversión? ¿o son estos planes expansivos un caballo de Troya que busca dividir la Unión y disparar su influencia ante la incapacidad de Bruselas de articular respuestas a las necesidades internas y ser interlocutor válido ante las grandes potencias?

Xulio Ríos, director del Observatorio de Política China, señala al gigante asiático como «un reto difícil de encarar para la UE». «No por lo que supone China en sí, sino por la situación actual del continente. Su momento no es el mejor para enfrentarse a un desafío como esa asertividad de China cada vez más clara en todos los órdenes. La agenda de la UE tiene diferentes problemas que afectan a su cohesión interna», añade, apenas unos días después de unas elecciones que evidencian el crecimiento eurófobo en la Europa del brexit.

Muchos análisis plantean abiertamente el despertar del dragón, la moderna China capitalista controlada por el Partido Comunista, como una «amenaza» para la UE. Europa es un objetivo particular para sus inversiones por las facilidades frente a las medidas de control a la inversión exterior que ofrece, por ejemplo, Estados Unidos. Además, la falta de reciprocidad que sufren las empresas europeas para operar en China, o el acceso a la financiación no comercial proporcionado por bancos de propiedad estatal, permite a China una importante ventaja comercial, apuntaba Alan Riley, experto del Institute for Statecraft de Londres, en un reciente artículo publicado por el Centro de Relaciones Internaciones de Barcelona (Cidob).

Sus reflexiones, de alguna forma, apuntan a cierta ingenuidad en las expectativas de Bruselas y Washington para que China, con su incorporación a la Organización Mundial del Comercio en 2001, se convirtiera en una tercera pata del sistema de libre comercio global. Años de compras masivas y estratégicas en Europa parecen haber sacado de su letargo a las instituciones comunitarias. El Parlamento Europeo ha activado la puesta en marcha de un plan para el control de la inversión extranjera, con el objetivo de proteger sectores estratégicos críticos como el agua, energía, transporte o la tecnología.

Desde 2010, la inversión china en Europa alcanza los 145.000 millones, aunque en los últimos años la tendencia es a la baja y países como EE UU invierten cantidades mucho mayores cada año. Por el camino, se han hecho con intereses notables. Bancos, farmacéuticas, puertos como el de València (la terminal más grande en el mayor enclave mediterráneo) o el Pireo griego. La diferencia frente a las inversiones occidentales es que las chinas no tienen detrás los intereses de las empresas sino que son operaciones que se definen a partir de parámetros nacionales y estratégicos. «Son inversiones meditadas. Obedecen a una estrategia de ámbito más global. Las empresas son el instrumento de la política del país. Marca una diferencia importante», apunta Ríos.

Este experto duda de que se pueda implementar un mecanismo de restricción de inversiones común para toda la UE. El maná chino puede ser un caramelo que supere la capacidad de Bruselas para responder a las necesidades de inversiones en el ámbito industrial de determinados países. Lo sucedido en la UE, añade el analista gallego, es también «una lección» para las potencias europeas, que se desentendieron de esos sectores estratégicos, privatizándolos, y ahora quedan expuestos al mejor postor. En China están controlados por el Estado.

Junto a la adquisición de intereses estratégicos, el país de Xi Jinping juega sus bazas económicas como herramienta diplomática, alternando encargos industriales multimillonarios, como el reciente pedido a Airbus, con la puesta en marcha de acuerdos de cooperación como nueva potencia globalizadora. Ahí están las inversiones multimillonarias en América Latina o África. Son, en definitiva, movimientos económicos para ganar mercados e influencia internacional.

Una de las maniobras del expansionismo chino que más recelos ha generado en Bruselas es el CEEC 16+1. Se trata de un marco de cooperación entre el gigante asiático y los países de Europa central y oriental, un eslabón débil del proyecto comunitario. A donde no llegan la financiación de infraestructuras por parte de Bruselas, Pekín responde. «China no quiere una Europa que negocie de forma conjunta. Su programa en la Europa del Este, además de abrir negocio, tiene como objetivo fragmentar la UE. La respuesta de la UE ha sido tardía. Es lo mismo que hace Vladimir Putin. También Donald Trump dice explícitamente que la UE es su enemigo», apunta Vicente Pallardó, profesor de Economía Aplicada de la Universitat de València (UV). Para Alan Riley, China juega con las expectativas de inversión en esta región para minimizar la resistencia a su dumping comercial, así como a lograr su apoyo dentro de la UE en sus disputas internacionales en el Mar del Sur de China.

Esta bilateralidad, sorteando a Bruselas como interlocutor europeo, se observa también en el megaproyecto One Belt One Road (OBOR), el mayor programa de inversiones que existe en la actualidad, a varias décadas vida, también conocido como la nueva Ruta de la Seda con la que China quiere abrir nuevas vías para sus productos a través de la financiación de infraestructuras en todo el mundo. Esta iniciativa es presentada por actores como la Casa Blanca como un plan para dominar el mundo a través de una «trampa de la deuda».

Con todo, y pese a las reticencias europeas, China ya ha firmado acuerdos de adhesión a la nueva Ruta con Malta, Portugal, Bulgaria, Croacia, República Checa, Hungría, Grecia, Estonia, Letonia, Lituana, Eslovaquia y Eslovenia. Italia, además, acaba de convertirse en el primer gran estado en apuntarse con el objetivo de hacer negocio y reequilibrar su deficitaria balanza comercial. La disparidad de intereses económicos de cada país dificulta también la unidad de acción europea: «Italia se ha sumado a la Ruta de la Seda para vender a China como hace Alemania, que no ha hecho nada para frenarla. Italia quiere participar del pastel», apunta Pallardó.

Más que un taimado plan de Pekín para dividir a la UE, esta relación con los estados y no con Bruselas responde en opinión de Xulio Ríos a que la «UE nunca ha sabido responder como una entidad autónoma en ese mundo global». «Es una entidad política menor. China siempre apostó por la UE, pero cuando se da cuenta de sus limitaciones, va país a país, con Francia, Alemania, Reino Unido, Italia... y en un segundo momento lo complementa con enfoques subregionales. Hay grandes necesidades que la UE no satisface. En Europa del Este o en el Mediterráneo. Mientras la troika y la Europa rica acusaban al sur de despilfarro, en China se preguntaban cómo es posible que no solucionara de otra forma el problema de Grecia», defiende.

Coopetition es la palabra clave en la estrategia china, explica Manu Sánchez Monasterio, experto en márketing de Esade y con 25 años de experiencia en el gigante. «Es decir cooperación desde un entorno competitivo característico de la globalización», añade. En este sentido, iniciativas como la Ruta de la Seda, siendo China el mayor mercado del mundo en 18 industrias, son una «oportunidad» para países como España. «El entorno geopolítico actual invita a cooperar desde la sana competición, coopetition. Por ello, para la economía española aprovechar las oportunidades de la nueva Ruta de la Seda es relevante ya que impulsará las exportaciones y generará oportunidades de negocio e inversión con China», concluye.

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