Las empresas son cada vez más conscientes de que para estar posicionadas en la nueva economía global necesitan que sus profesionales posean las mejores competencias directivas en su campo, para poder optimizar la competitividad de la empresa.

Las competencias directivas son aquellos comportamientos observables y habituales que posibilitan el éxito de una persona en su función directiva, es decir, el diseño de estrategias que produzcan valor económico, pero desarrollando al mismo tiempo las capacidades de sus empleados y uniéndolos con la misión de la empresa. Las competencias que se deben medir y considerar, dependen del tipo de empresa y de los puestos específicos a desarrollar. Normalmente se distinguen tres tipos de competencias: estratégicas, interpersonales y personales. Se tiene que conseguir un adecuado equilibrio entre ellas para realizar un liderazgo maduro, responsable y sostenible.

Las competencias estratégicas son las relacionadas con la eficacia de los resultados económicos de la empresa. De las que podíamos destacar: la visión de negocio (reconocer los peligros y aprovechar las oportunidades), resolución de problemas complejos (reconocer barreras y saber cómo solventarlas con rapidez), orientación al cliente (responder con prontitud y eficacia las necesidades y sugerencias del cliente), gestión de los recursos (materiales y económicos de forma eficaz y rápida), negociación (lograr acuerdos que satisfagan a todas las partes negociadoras), y red de contactos (desarrollar y ampliar contactos clave para el crecimiento de la empresa).

Las competencias interpersonales son las relacionadas con el grado de compromiso y confianza de los empleados con la empresa, para el correcto desarrollo de sus tareas. De las que citaríamos: la comunicación (escuchar y transmitir ideas de manera efectiva), delegación (de responsabilidades en los colaboradores para reforzar su implicación), gestión de conflictos (diagnosticar, afrontar y resolver los problemas), entrenamiento (desarrollar y potenciar las habilidades y capacidades del personal), trabajo en equipo (fomentar la colaboración, comunicación y confianza de los miembros del equipo).

Las competencias personales son las que facilitan una relación eficaz con el entorno, al generar confianza por la profesionalidad y ejemplaridad del directivo. Podemos citar entre ellas: la proactividad (mostrar iniciativa y carácter emprendedor, junto con creatividad en los planteamientos y soluciones), autogobierno (controlar las emociones ante cualquier situación, aceptar las limitaciones y errores personales), gestión del cambio (adecuarse a los cambios, modificando hábitos y adquiriendo conocimientos), y gestión personal (gestionar el tiempo al priorizar objetivos y actividades, el estrés en situaciones de tensión, y los riesgos en la toma de decisiones estratégicas).

Frente a esta gran cantidad de competencias, hay que indicar que las competencias se pueden evaluar, aprender y convertir en habilidades propias. Todo es cuestión de tiempo e implicación por parte del directivo.