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El ejemplo de Canadá

El ejemplo de Canadá

Aprincipios de mes, un importante empresario egipcio auguraba que, al final de la presente campaña, España perdería el liderazgo mundial en la exportación de naranjas. Ya lo vaticinaron en 2018 y se equivocaron. De consumarse, el hito resultaría ilustrativo, sí, pero, más allá de lo llamativo del titular, poco importaría. Lo más grave es que una parte sustancial de ese crecimiento, forjado a base de explotar el factor precio, se está dando en Europa, donde concentramos entre el 91 y el 93% de nuestras exportaciones.

Por esas mismas fechas empezábamos a conocer las consecuencias del Tratado con Mercosur. Más de lo mismo, otra concesión a añadir a las de Marruecos, el propio Egipto, Turquía, Israel y la última, Sudáfrica. El viejo continente -el destino más codiciado- se abre al mundo y lo hace a costa de enterrar el principio de preferencia comunitaria en el sector citrícola y de cuestionar (veremos hasta qué nivel) el de reciprocidad. Ahora, además, a la amenaza directa para el mercado en fresco se le añade otra de grave repercusión indirecta tanto sobre las rentas del citricultor como sobre el medio ambiente: la apertura a la oferta barata del zumo brasileño.

Con tales perspectivas, en una temporada tan aciaga, con nuestro principal mercado atenazado, incapaz de absorber la sobreoferta y con los precios sufriendo graves caídas, el buen comportamiento registrado en los terceros países supone inyectar una dosis (escasa) de optimismo. Hablamos de una porción pequeña del pastel, de ése 7-9% que no vendemos en Europa. Hablamos de ese trozo especialmente jugoso en algunos casos que nos permite relajar la dependencia sobre el saturado mercado europeo. Los números cantan: en la UE nuestras exportaciones acumuladas hasta abril -último dato- sólo mejoraron un 3,4%; más allá de los Veintiocho, sin embargo y hasta el 14 de julio, lo hicieron un 17%. De los diez principales destinos no comunitarios, sólo dos han visto caer sus cifras (EE UU y Noruega, éste con un descenso anecdótico). Exportamos hasta a 66 países, pero en 44 de ellos lo hacemos con menos de 1.000 toneladas.

Nadie podrá negar el esfuerzo realizado. El ejemplo de Canadá, que por primera vez se sitúa como mercado no comunitario líder tras mejorar las exportaciones un 19% o, en menor medida, el de China, donde impulsados por la guerra comercial con Trump hemos aumentado un 65%, debería darnos esperanzas. Ambos resultan especialmente lejanos y difíciles, pero también rentables. Con todo, las buenas cifras globales en países terceros son apuestas a largo plazo y requieren constancia para consolidar esas plazas. Que nos faciliten el acceso a más canadás o chinas, que reabran Rusia y que sea factible vender a Japón o la India. Exportemos más en volumen y en valor. Es la receta.

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