Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los límites de la política monetaria

Los límites de la política monetaria

El número de búsquedas de la palabra «recesión» en Google en estas últimas semanas empieza a parecerse a la tendencia existente en los años iniciales de la crisis financiera internacional.

Existen suficientes razones objetivas para ello; a nivel global, se está produciendo un aumento de la incertidumbre y una desaceleración del crecimiento económico: guerra comercial y tecnológica entre EEUU y China; utilización de amenazas proteccionistas por parte del presidente Donald Trump para resolver cualquier tipo de diferencia o conflicto; alta probabilidad de un Brexit sin acuerdo o consecuencias de la crisis climática sobre el sector automovilístico. Todo ello está haciendo que las empresas congelen sus inversiones; si, además, los consumidores reducen su nivel de gasto, es muy posible que podamos encontrarnos con que la situación pueda derivar en una crisis de consecuencias autoinflingidas.

¿Podemos esperar algo de la política económica?

Sin duda, las políticas estabilizadoras pueden jugar un papel muy importante en la corrección de los ciclos a corto plazo; obviamente depende de la voluntad de quienes tienen la responsabilidad de impulsarlas, o no, en qué dirección y con qué intensidad.

Cabe recordar cómo el Banco Central Europeo, bajo la presidencia de Jean-Claude Trichet, en plena recesión económica, tras la crisis de 2007/2008, subió los tipos de interés, agravando en mucho la situación, mientras que, tras asumir dicho cargo Mario Draghi, con una actuación valiente y decidida consiguió acabar con las operaciones especulativas contra la deuda pública de los países meridionales de la eurozona. Este fue un paso fundamental para evitar una posible desaparición de la moneda única, y un preliminar en la dirección adecuada para superar la crisis en la zona.

Las palabras son importantes («haremos lo necesario para preservar el euro») si tienes credibilidad: nunca te enfrentes a un banquero central decidido, salvo que quieras perder. Pero la credibilidad se gana adoptando medidas eficaces. Y Draghi aprobó, de forma casi inmediata, el programa OMT, que le permitía apoyar la deuda de los estados miembros que estuvieran siendo atacados por los mercados, que nunca llegó a tener la necesidad de ser utilizado, y más tarde puso en marcha un programa de flexibilización cuantitativa, que ha permitido crear una gran cantidad de dinero.

No fue fácil, puesto que sus detractores acusaron a Draghi de violar la regla que prohíbe al BCE la financiación monetaria de los déficits públicos, pero fue eficaz y, además, consiguió que tales operaciones, que habían sido denunciadas ante los tribunales, fueran sancionadas favorablemente por el Tribunal Europeo de Justicia.

La economía europea tiene una gran deuda con este banquero italiano que, seguro, la historia le reconocerá. Pero, después de todo el esfuerzo, más de siete años después y sin normalizar una política que ha resultado tan heterodoxa, lo cierto es que el BCE no ha conseguido alcanzar su objetivo de una inflación «inferior pero muy próxima al 2 por ciento». Además, podemos preguntarnos si le queda mucho arsenal a la política monetaria. Empezaré por describir lo que parece que piensa Mario Draghi al respecto.

Éste, recientemente, en su discurso en Sintra, más allá de dejar entrever que podrían adoptarse nuevas medidas monetarias dirigidas a estimular la economía, reclamó con claridad una mayor protagonismo de la política fiscal. Jerome Powell, en la reunión anual de Jackson Hole se ha manifestado en la misma dirección, y Christine Lagarde, después de asegurar que sigue siendo necesaria una política monetaria acomodaticia, ha hecho lo propio ante el Parlamento Europeo en su comparecencia antes de ser designada nueva presidenta del BCE, a partir del mes de noviembre.

Efectivamente, parece obvio que es el momento de la política fiscal. Sin embargo dudo mucho que realmente podamos esperar estímulos fiscales en la magnitud necesaria.

Sabemos que el Eurogrupo no ha sido capaz de ponerse de acuerdo para proponerle al Consejo que apruebe un presupuesto significativo para la zona. En consecuencia no hay duda de que no habrá ningún estímulo fiscal, bien de forma centralizada desde la Comisión, bien de forma coordinada por parte de todos los países miembros de la UEM. Al menos no en un plazo razonablemente previsible. Lagarde pidió expresamente en el Parlamento Europeo que el Consejo revise las «complejas y autodestructivas reglas fiscales vigentes», lo que sería muy deseable, pero poco probable que suceda, aun cuando con los tipos de interés tan bajos -incluso negativos para la facilidad de depósito„ sea bastante incuestionable la necesidad de una política fiscal más expansiva.

Parece que Alemania, ya al borde de la recesión, tiene preparado un paquete de estímulos fiscales por unos 50.000 millones de euros, que obviamente serían muy bienvenidos, en caso de materializarse, porque más vale eso que nada. Pero con las reglas fiscales vigentes son muy pocos los países que tienen espacio fiscal, y de un tamaño muy inferior al primer país de la UE.

¿Qué nos queda entonces?

El 12 de septiembre último el BCE acordó reducir en 10 puntos básicos el tipo para la facilidad de depósito, situándolo en el menos 0,50 por ciento; reanudar las compras netas de su programa de adquisición de activos, a un ritmo de 20.000 millones de euros mensuales, a partir del 1 de noviembre, y continuar reinvirtiendo las cantidades que venzan de dicho programa, como elementos esenciales. Es decir, más de lo mismo de su política expansiva. Pero, deberíamos ser muy conscientes que esta política hace tiempo que está mostrando unos rendimientos decrecientes.

Hay quienes piensan que es el momento de poner en práctica real la original idea de Milton Friedman, a la que se denominó «dinero helicóptero», dado que la ilustró lanzando dinero efectivo desde un helicóptero, para que la gente pudiera cogerlo y gastárselo. No seré yo quien me atreva a recomendar algo así, pero tampoco creo que deba desacreditarse una propuesta así, sin más.

Un banco central puede crear dinero sin límite, por definición, por tanto, tiene una «gran potencia de fuego». Así que, dado que el BCE tiene prohibido apoyar a los gobiernos de una forma más directa, nada le impide inyectar dinero directamente en la economía, mediante una transferencia a todos los ciudadanos de la UEM, para estimular el consumo y, por tanto, la demanda agregada. El peligro sería generar inflación, pero parece que eso es, precisamente, y dentro de un orden, lo que hace tiempo desea nuestro banco central.

Ni que decir tiene que si los banqueros centrales de países como Alemania, Austria u Holanda están en contra de mantener una política monetaria tan acomodaticia como la actual, podrían poner el grito en el cielo si el BCE se atreviera con una acción de esta naturaleza, que, sin duda, tendría grandes retos operativos y recursos legales.

Pero si los banqueros centrales se han atrevido a reclamar un mayor protagonismo de la política fiscal es obvio que están reconociendo que la política monetaria, a pesar de todas las medidas heterodoxas adoptadas hasta ahora, ha llegado a su límite sin alcanzar los objetivos perseguidos, por lo que la economía necesita un estímulo fiscal relevante. Pero dudo que esa ayuda que solicitan les llegue. Quizá en algún momento empiecen a pensar que todavía les queda en su caja de herramientas el dinero helicóptero.

Compartir el artículo

stats