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El campo clama por un cambio de modelo

El campo clama por un cambio de modelo

No pasa un mes -a veces, una semana- sin que el campo valenciano, por boca de sus portavoces más representativos, no exprese un hondo lamento, casi un quejío. Si no es una lluvia excesiva es el pedrisco, o los precios, o los robos o el frío a destiempo, o la sequía, o las grandes distribuidoras... No hay sector económico más trascendente para la supervivencia humana ni tampoco ninguno que sufra más penalidades. Sin embargo, tras cada uno de esos habituales «cataclismos», si uno se dirige a los supermercados o a las tiendas de confianza del barrio nunca encuentra desabastecimiento. ¿Son unos quejicas los dirigentes agrarios? Ante un horror como las lluvias torrenciales en la Vega Baja del pasado septiembre, poco cabe decir. A la vista está. Pero sí es cierto que algo de sobreactuación hay en las organizaciones del sector y que buena parte de los problemas que aquejan a esta actividad derivan de que precisa una puesta al día urgente. Así lo ven los expertos.

El presidente de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-Asaja), Cristóbal Aguado, asegura que los daños en el campo no provocan desabastecimiento, además de por el recurso a las importaciones, porque, «a no ser que se produzca una catástrofe, casi siempre hay producción suficiente». Un ejemplo que cita es el de las 700.000 toneladas de cítricos que se perdieron el año pasado al no ser recolectados por los bajos precios: «Había una gran cosecha y, junto a los productos de terceros países, el mercado estuvo nutrido», afirma. De las zonas dañadas por fenómenos meteorológicos, Aguado apunta que nunca más del 30%/40% lo cubre el seguro, que siempre aplica descuentos. Hay una parte de la cosecha, dependiendo de los cultivos, que puede ser vendida como segunda calidad -por ejemplo, naranjas, que tienen la piel gruesa y resisten mejor- o para zumos. Concluye el presidente de AVA que «los daños no son siempre del 100 %, incluso en la misma zona».

Sea como fuere, el director de la cátedra de Estructuras Agrarias de la Universidad Politécnica de València (UPV), Víctor Martínez, opina que el discurso de las organizaciones del sector es siempre «lastimero. Si llueve, mal y si no, también, cuando luego vas a los mercados y hay de todo, producto valenciano, español y del exterior». En su opinión, la queja en ocasiones oculta un problema de fondo que el secretario autonómico de Agricultura, el ingeniero agrónomo Francisco Rodríguez-Mulero, define con una afirmación altamente polémica: el campo valenciano vive en el siglo XX cuando vamos a entrar en la tercera década del siglo XXI.

Problema estructural

Afirma Martínez que hay un problema estructural al que el sector no se ha sabido adaptar, especialmente «desde que se produce el cambio de milenio, la UE se abre más y empieza a entrar producción de todo el mundo». Este experto asegura que la agricultura valenciana ha funcionado tradicionalmente «con explotaciones no profesionales que tenían un mercado cautivo, como ha sucedido con los cítricos, en el que era un gran productor y con unas ventas que iban solas, como el que dic,e por la falta de competencia en los mercados europeos». Ese factor de un mercado seguro «tapaba carencias estructurales como el tamaño de las explotaciones, muchas de ellas regentadas por no profesionales que habían heredado tierras familiares pero que ejercían otras actividades, o una estructura varietal desordenada, con períodos de poca producción o con productos precoces que se plantaban en zonas tardías, lo que implica menos productividad o que el mercado no absorba toda la cosecha».

Víctor Martínez considera que la agricultura valenciana padece un «minifundismo bestial» en el que existe una absoluta falta de profesionalidad, hasta el punto de que en la autonomía existen 110.000 explotaciones agrarias, «pero solo el 10 % da para que trabaje una persona todo el año». Dicho de otro modo, «solo hay un 10 % de agricultores profesionales», es decir aquellos que «tratan de innovar, que diversifican, que tienen variedades que pueden colocar todo el año, con seguros, que se agrupan en cooperativas y que tienen nuevos métodos de producción».

Sector «débil»

Cristóbal Aguado abunda en esa idea y apunta que el agrario es un sector «débil» por su estructura productiva -»mucho minifundio y agricultor a tiempo parcial, que no vive del campo y que lo abandona cuando no le resulta rentable o que, en su defecto, no pelea un precio porque sus ingresos principales proceden de otra actividad»- y por la estructura asociativa, como, por ejemplo, unirse en cooperativas más grandes que les permitan trabajar todo el año y no como sucede ahora en que «muchas solo operan tres o cuatro meses y no pueden ni tener un gerente de categoría», lo que implica problemas en la profesionalización de la gestión. A este respecto, el presidente de AVA cita a Anecoop como el gran caso de éxito del entramado mercantil del campo valenciano: una cooperativa de segundo grado líder en España y con vocación exterior.

Esta falta de profesionalidad la destaca también el secretario general de la Unió de Llauradors, Carles Peris, quien no ve en el tamaño «un gran problema» porque «si tienes navelinas a 10 céntimos da igual que tengas 100 que 200 hectáreas, pierdes igual». A la hora de expresar una autocrítica abunda en la necesidad de una mayor cooperación, aunque en este caso para sumar cosechas y vender mayores volúmenes de producto. Una especie de antídoto ante la gran amenaza al sector que señala Peris -y en la que coincide con Aguado-, que no es otra que la gran distribución. El dirigente de la Unió afirma que «tenemos fama de llorones pero la realidad se constata con datos y el hecho es que la gran distribución tiene siempre precios estables, bajos y asequibles para los consumidores, pero para el agricultor, haya más o menos fruto, los precios siempre están hundidos, por debajo del coste de producción». Aguado describe al respecto un círculo vicioso (y perverso): «La gran distribución ejerce una presión sobre el comercio que actúa de intermediario que se transmite al productor, que es el que paga el pato por su atomización. Además, el comercio puede importar si lo necesita, a lo que le ha ayudado la UE dando facilidades de entrada a productos de terceros países a precios ridículos».

Campito a campito

El director de la Cátedra de Estructuras Agrarias de la UPV precisa que los mayores distribuidores «lo que quieren son grandes producciones y no buscar campito a campito. Eso provoca que el pequeño productor no obtenga rentabilidad y se produzca el abandono de campos o las jubilaciones sin relevo generacional». En su opinión, «solo los productores que tienen tamaño disponen de la suficiente capacidad para negociar con la distribución».

El secretario autonómico de Agricultura tiene claro que el presente y el futuro del sector «pasan por la profesionalización del campo y por entender esta actividad como un negocio empresarial, además del componente social, territorial o medioambiental». Rodríguez-Mulero considera que «las explotaciones agrarias, si no son viables, no tienen futuro, así que hay que pasar a la acción para darle la vuelta al problema».

Y ¿cómo se hace?. En primer lugar, «no echando las culpas a los demás» y, después, «cambiando las explotaciones agrarias, formando a gente joven, introduciendo tecnología, utilizando el big data para tomar decisiones». En suma, «una agricultura moderna, del siglo XXI». «No hemos modificado estructuras, ni introducimos innovación y digitalización. Solo se buscan nuevas variedades y cultivos momentáneamente rentables. No analizamos los mercados. El productor produce lo que se le ocurre, no lo que querría el consumidor», asegura el alto cargo de la Generalitat, quien aboga por «un nuevo concepto de agricultura en el que no se produzca por producir sino para abastecer al mercado con equilibrio de la oferta y la demanda».

Modelos

En su opinión, existen diversos modelos agrarios en el mundo «unos viables y otros, no, unos de subsistencia y otros de gran producción. Nosotros tenemos que buscar un término medio. Un agricultor profesional que abastece a los mercados con planificación y no temiendo siempre por los precios». A este respecto, el presidente de AVA asegura que lleva tiempo lanzando el siguiente mensaje cuando visita las diferentes comarcas valencianas y a sus productores: «Es hora de que el agricultor se convierta en un empresario».

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