Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Las familias que dejan de serlo

Las familias que dejan de serlo

La empresa familiar se queda cada vez más huérfana de referentes, tanto en la Comunitat Valenciana, en casa, como en el resto del país. La demografía se puebla de mortandad y en los casos más desgarradores no sólo desaparece el negocio, sino que se rompe hasta el apellido que un día unió a padres, hijos, hermanos, primos, nietos y otros parentescos. Las familias dejan de serlo y la soledad se siente hasta en las esquelas. Fallece un miembro de la saga y los que ruegan una oración por el alma del difunto no llenan ni una línea de texto.

Esta realidad recién descrita, que duele a los que creemos que España necesita empresarios familiares de verdad y a los que somos anti satanización del capital per se, se adueña de mis pensamientos esta semana, por dos casos significativos: Lladró y Pesquera. Anteayer fallecía Vicente Lladró, el más pequeño de los tres hermanos cofundadores del antaño gigante de la porcelana decorativa y el último que quedaba vivo.

Pese a que las figuras de Lladró ya no son familiares ni valencianas desde su venta al fondo de inversión PHI Industrial en 2017, es imposible abstraerse de la porcelana al despedir al menor de la saga fundadora, al que todos destacan por multiplicar la internacionalización de la compañía, mediar entre los hermanos, templar los ánimos en las altas tensiones y oponerse a que la familia se desprendiera del negocio. Es público que no lo consiguió y las relaciones entre algunas ramas de los herederos hoy son prácticamente inexistentes.

No tan grave por ahora, pero igual de perturbador es el caso de los Pesquera, dueños de una de las grandes bodegas de Ribera de Duero y de la marca de uno de mis vinos favoritos. Esta semana trascendía que el fundador del grupo, Alejandro Fernández, expulsado de la empresa por su exmujer y tres de sus cuatro hijas, peleará en los tribunales para recuperar la propiedad y el control de la compañía que fue su vida. Sólo una hija está de su parte.

Cuesta entender cómo se producen episodios como los aquí citados en un momento en que existe un consenso casi unánime sobre las mejores fórmulas para garantizar la supervivencia de la empresa familiar. Planificar la sucesión y el relevo generacional, definir con claridad líneas divisorias entre la propiedad y la gestión de la compañía, establecer mecanismos de salida que permitan vender a quienes quieran salir del capital o necesiten liquidez y un largo etcétera. Buena gobernanza, en definitiva.

De este modo, cabe preguntarse si el problema no será solo que no se sigan las buenas prácticas empresariales, sino que quizá las familias ya no saben ser familias -ni cómo relacionarse- y que falta voluntad de entendimiento. Qué pena.

Compartir el artículo

stats