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¿Para qué quiere Facebook su propia moneda?

¿Para qué quiere Facebook su propia moneda?

Como empresa, Facebook ofrece servicios de redes sociales como su propio portal o WhatsApp. Sin embargo, su modelo de negocio está centrado en recoger datos de sus usuarios y orientar anuncios hacia ellos. ¿Cómo accede a estos datos? Muy fácil, recuerden que en las condiciones del servicio de Facebook el usuario acepta que al compartir o publicar les concede «una licencia mundial» exenta de pagos para usar su contenido. De esta manera, cuanto más refine Facebook sus sistemas de interpretación de estos datos, más dinero ganará, porque le dará al anunciante lo que necesita. Es decir, los segmentos concretos (por edad, sexo, localización geográfica, gustos, intereses?) a los que lanzar su publicidad. De hecho, sólo en el segundo trimestre de 2019 Facebook obtuvo por este concepto unos beneficios de 2.616 millones.

Por ello, si Facebook ya sabe cómo son sus usuarios, el paso natural siguiente sería conocer cómo se gastan su dinero. De esta manera, la creación de una criptomoneda como Libra funcionaría como medio de pago dentro de la «nación Facebook», la cual cuenta con una «población» de 2.414 millones de usuarios mensuales a 30 de junio. Para lanzar esta aventura Facebook presentó la «Libra Association» que reunía inicialmente a otros 27 socios, entre los que se incluía a Visa, Uber, Mastercard, Paypal o Spotify. Esta asociación se registraría en Suiza, desde donde se ejercería la gobernanza de la moneda, la cual estaría respaldada por activos y depósitos, así como «anclada» cambiariamente a una cesta de divisas.

¿Cómo piensa ganar dinero Facebook con Libra? Por dos vías. Primero, accediendo a nuevos datos de sus usuarios como serían cobros y pagos. Segundo, en palabras de David Marcus, responsable de Libra, desarrollando «una forma segura y de bajo costo para que las personas muevan dinero de manera eficiente en todo el mundo», incluyendo a todos los millones de personas del tercer mundo que no tienen una cuenta corriente, pero sí un teléfono móvil y acceso a Facebook. Con ello podría entrar en el suculento negocio de cobrar comisiones por transferencias y transacciones.

Sin embargo, al atreverse a prestar servicios financieros Facebook ha cruzado una línea que la lleva a un nuevo campo de juego, el bancario, donde las normas son muy estrictas. Ciertamente, hasta ahora las grandes compañías tecnológicas se han beneficiado de una regulación más laxa que la que se aplica a la industria bancaria, pues no se las consideraba como bancos. Efectivamente, las grandes tecnológicas como Amazon, Google o Facebook no son entidades bancarias porque técnicamente no están desarrollando el negocio bancario completo de tomar depósitos, a la vez que prestar dinero. Pero, cuando Facebook se ha propuesto competir con la banca en el negocio del pago y la transferencia de las remesas de dinero, los supervisores y reguladores han levantado la mano y han gritado «Falta». Por esta razón, el Comité Bancario del Senado estadounidense ordenó a Facebook que parara su proyecto hasta nuevo aviso y que acudiera en julio y octubre a Washington DC a explicar lo que estaba desarrollando. De igual modo, en agosto la Oficina Europea de la Competencia solicitó más información a la compañía californiana y en septiembre representantes del proyecto Libra se reunieron con funcionarios de 26 bancos centrales en Basilea para continuar contestando cuestiones. Llamativamente, en octubre diversos miembros de la «Libra Association», como Mastercard, PayPal o Visa decidieron abandonar el proyecto, preocupados por el escrutinio regulador.

Probablemente, el tipo de respuesta que vendrá desde el sector público será similar a la que propone el Banco Internacional de Pagos (BIS) que se concentra en un lema muy fácil de recordar «misma actividad, misma supervisión». Es decir, si Facebook quiere ofrecer servicios bancarios será considerado como un banco. Sencillamente, porque, aunque la banca está compuesta de empresas privadas, el servicio que prestan, a saber, la canalización del ahorro hacia la inversión, es un asunto de interés público por lo que ha de ser regulado desde el sector público. Sino, como ya ha pasado antes, los «bancos bancarios» preferirían renunciar a su «licencia bancaria» para solicitar una hipotética «licencia fintech» y seguir operando con menor regulación, lo que incrementaría el volumen de «banca en la sombra», o fuera del perímetro supervisor. Por ejemplo, JP Morgan o BBVA podrían argumentar que son compañías tecnológicas aduciendo que tienen en plantilla centenares de desarrolladores y que su negocio principal ya es digital.

De ser así, el estar sujeto a la regulación bancaria complicaría mucho el día a día de Facebook. Sólo una muestra, la muy denostada industria bancaria está obligada a la vital práctica de «Conocer a tu cliente», «Know your customer (KYC)», lo que significa que se ha de verificar la identidad de cada cliente y justificar la procedencia de cada euro que entra en el circuito bancario desde el exterior, con el fin de evitar el lavado de dinero y la financiación del terrorismo y del narcotráfico. La cuestión es que Facebook no es un campeón del control, como lo prueba el hecho de que haya recibido una multa de 5.000 millones de dólares pactada en julio con la Comisión Federal de Comercio estadounidense por violar sus propias políticas para la protección de los datos de sus usuarios.

Como colofón, podríamos reflexionar sobre la estrategia utilizado por Facebook para intentar entrar en el sector financiero. Así, en lugar de una aproximación sosegada y respetuosa como, por ejemplo, la adquisición un pequeño banco para usarlo como plataforma de experimentación y aprendizaje, la compañía ha seguido su lema de «Muévete rápido. Rompe cosas».

Una actitud que apunta a un cierto adanismo en su cúpula que les lleva a considerarse como la primera empresa aparecida en la Tierra. Una visión compartida por otros grandes gigantes tecnológicos estadounidenses que se sienten muy validados por los millones que ganan trimestre a trimestre. Por ello, sería muy importante que el sector público regulara para evitar que prosperara una mentalidad instalada en «haremos lo que queramos y luego las leyes se acomodarán para nosotros».

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