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Al aceite de oliva valenciano le duelen los precios

El sector padece un exceso de oferta a pesar de que el consumo se incrementa. La C. Valenciana solo representa el 2 % de este mercado

Al aceite de oliva valenciano le duelen los precios

El aceite de oliva, ese elixir indispensable de la alimentación mediterránea, vive días convulsos. El consumo interno y foráneo aumenta pero no tanto como para engullir los excesos de producción de una campaña exitosa en volúmenes. La consecuencia es una significativa bajada de los precios y, por tanto, una merma en los ingresos de los productores, muchos de ellos rozando los límites de la falta de rentabilidad. Los efectos generales de España son extensibles a la Comunitat Valenciana, aunque esta autonomía tiene un papel muy discreto en el mercado del llamado oro verde.

En plena campaña de recolección, los precios caen y caen sin parar, hasta el punto de ser un 37 % más bajos que la media de las últimas cuatro temporadas, según denunció el pasado jueves la Unió de Llauradors, que añadió que la cotización en origen es inferior a los dos euros por kilo, mientras que los costes son superiores a los tres euros, con lo que «se hace muy difícil mantener en pie las explotaciones». La organización precisa que las cotizaciones son un 17 % inferiores a los de la anterior campaña «sin que haya razones objetivas para ese hundimiento».

El técnico de la sectorial del aceite de oliva de la Federación de Cooperativas Agroalimentarias de la Comunitat Valenciana, Vicent Insa, corrobora que el sector «está fastidiado por el precio». El consumo final, incluidas las exportaciones, ha aumentado de 1,35 a 1,55 millones de toneladas en España entre las campañas 2017/2018 y 2018/2019. Sin embargo, la producción global, incluidas importaciones y remanentes del ejercicio anterior, ha subido de 1,7 a 2,3 millones. Un exceso que está afectando a las cotizaciones, también porque las empresas mixtas (productoras y envasadoras) utilizan su capacidad de almacenaje de los stocks para incidir en el mercado.

El secretario autonómico de Agricultura, Francisco Rodríguez-Mulero, que considera los problemas actuales meramente «coyunturales», confirma la pérdida de potencial en este subsector de la Comunitat Valenciana y, por tanto, su capacidad de crecimiento. Los datos lo corroboran. «Producimos menos que algunos municipios de Córdoba. Entre 12.000 y 25.000 toneladas de oliva, según las temporadas», afirma. Solo el 2 % del total de España. Y además es una producción declinante. En los últimos 25 años, la superficie ha bajado de unas 100.000 hectáreas a unas 70.000, es decir, un 30 % menos. Rodríguez-Mulero explica que el envejecimiento de la población rural y la falta de relevo en el negocio han causado el abandono de cultivos, aunque los resistentes y centenarios olivos no han muerto. Están olvidados. A este fenómeno hay que añadir otro tal vez más trascendental: la rentabilidad. El olivar valenciano, compuesto por 146 almazaras (43 en Alicante, 50 en Castelló y 53 en València) frente a las 1.838 de toda España, es de secano, menos productivo que el de regadío, y además es poco intensivo, o sea, que utiliza poca maquinaria en la recolección y la poda. Los números son elocuentes. En la autonomía se producen de media mil kilos por hectárea, mientras que en Andalucía el tradicional alcanza los 3.000 y llega a los 5.000 cuando es intensivo. Un mundo. El alto cargo de la Generalitat asegura que el olivar es un cultivo con buenos rendimientos. En torno a 40.000 euros anuales en una parcela de unas cuarenta hectáreas. El problema, claro, es que hay que invertir dinero para ampliar los actuales terrenos -el traidor minifundismo tan caro a esta tierra- y modernizar los cultivos hacia parámetros intensivos.

El aceite de oliva que se produce en la Comunitat Valenciana es menos reactivo a las evoluciones del mercado porque su reducida producción tiene dos destinos difíciles de batir. Por un lado, el autoconsumo. Personas con pequeñas producciones que, tras la recolección, llevan las aceitunas a cooperativas que las muelen y extraen el aceite y, después, las usan en sus domicilios o las venden a conocidos en pequeñas garrafas. También está el mercado premium, es decir, el de alta calidad. Según Insa, ese es el camino a seguir.

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