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La agricultura del futuro se sirve a la carta

El uso de drones empieza a implantarse en el sector agrario. germán caballero

No es ciencia ficción, aunque en ocasiones pudiera parecerlo. Es ciencia aplicada y está experimentando un auge imparable en el contexto de las agriculturas más punteras del planeta. La Comunitat Valenciana no es ajena a este fenómeno y si bien, en honor a la verdad, el camino a recorrer es todavía muy largo, tampoco es menos cierto que algunas empresas ya están apostando muy en serio por estas nuevas fórmulas de gestión, al tiempo que el conjunto del sector empieza a mostrarse interesado por las revolucionarias posibilidades que encierran.

Expresiones como digitalización, vocablos como drones, satélites y sensores, o conceptos como inteligencia artificial, habitualmente reservados a otros ámbitos más glamourosos, ya no suenan a chino mandarín en nuestra agricultura. De hecho, cada vez son más los profesionales que siguen con creciente atención los avances que, a velocidad de vértigo, vienen produciéndose en la materia. Es más, determinadas firmas ya se han puesto manos a la obra. No quisiera olvidarme de nadie porque sé que no es la única empresa que está trabajando en esa dirección, pero tuve la oportunidad de visitar recientemente las instalaciones y parcelas de la histórica firma castellonense Frutínter, donde sus propietarios, los hermanos Usó Prades, están implementando toda una serie de procedimientos tecnológicos en el manejo de sus explotaciones. Los resultados, tal como pudimos comprobar, son impresionantes y marcan, desde luego, una tendencia a tener muy en cuenta.

Por citar solo algunos ejemplos de las ventajas que aporta el método que aplican mencionaré que el empleo de un sistema basado en la detallada información que proporciona una compleja red de sensores distribuidos en la tierra permite, entre otras cosas, adaptar los períodos de riego y el uso de fertilizantes a las necesidades reales del suelo en cada momento. La consecuencia es que han logrado reducir en un 60% la concentración de nitrógeno y ahorrar un 40% de agua. Pero es que, al mismo tiempo, esa reducción tan sensible del impacto ambiental y del gasto de agua se traduce a su vez en un aumento de los rendimientos productivos de la parcela; concretamente del orden de unos 8.000 kilos más de fruta por hectárea -cítricos en este caso- de los que se obtendrían en una parcela gestionada de forma convencional.

Porque de lo que se trata, en suma, es de conocer a cada instante el comportamiento de la planta, sus niveles de estrés, su estado, su situación, para poder ofrecerle aquello que precisa en las dosis justas y en momento más idóneo. Dicho de otro modo: lo que permiten estas tecnologías no es otra cosa que establecer un modelo de gestión eficiente y sistematizar su empleo.

Adaptación necesaria

En el actual panorama de unos mercados agrarios globales, competitivos y cada vez más exigentes nadie puede poner en duda que es imprescindible dotarse de las herramientas adecuadas para poder hacer frente con un mínimo de garantías a un reto ciertamente colosal. Entre esas exigencias cobran cada vez mayor fuerza las de carácter ambiental. El problema del cambio climático preocupa, por motivos bien fundamentados, a la sociedad y la agricultura. Los profesionales del sector vienen realizando desde hace tiempo un esfuerzo descomunal para reducir el impacto de su actividad sobre el medio ambiente, un impacto que, digámoslo alto y claro frente a ciertos discursos apocalípticos, sigue siendo infinitamente menor que el que tienen otras ocupaciones económicas que gozan de mucho más prestigio en el imaginario colectivo.

La obtención de productos con residuo cero, los cultivos sostenibles, las garantías sanitarias -nunca en la historia de la humanidad se ha gozado de los niveles de seguridad alimentaria que hoy tenemos, digan lo que digan los agoreros de turno- es a fecha de hoy una realidad de la que se benefician los consumidores. En este sentido, hay que afirmar de manera rotunda que el agricultor, que es quien les proporciona esos alimentos imprescindibles, debe obtener precios justos por ello; por su apuesta por la calidad, por el trabajo milenario que realiza y por el carácter estratégico que su figura representan en términos medioambientales, paisajísticos y humanos, puesto que son ellos -no lo olvidemos- los aliados indispensables en la lucha contra el despoblamiento y el cambio climático.

La legislación de Bruselas es cada vez más restrictiva en el uso de materias activas de síntesis química contra plagas y enfermedades agrarias. Al mismo tiempo, y estimuladas por las inquietudes sociales en torno al medio ambiente, las grandes compañías de la distribución alimentaria imponen condiciones estrictas en materia de residuos y calidad a los productos hortofrutícolas que ofrecen en sus lineales. La tendencia hegemónica se basa en el requisito de desarrollar una agricultura a la carta que plantea un alto de grado de especialización y competencia. Para poder lograrlo, y por lo que estamos comprobando, la tecnología aplicada a la gestión de las explotaciones y a los procesos de confección de la fruta es una herramienta cada vez más consolidada.

Sin embargo, no quiero pecar ni de ingenuo ni, mucho menos, de triunfalista y no se me escapa que las características de la realidad agraria valenciana -tamaño reducido de las parcelas, atomización comercial, con los consiguientes problemas que tal circunstancia acarrea, o alto grado de envejecimiento de los agricultores- suponen un serio inconveniente a la hora de apostar por estas nuevas tecnologías. El único modo de conseguirlo depende de que los profesionales del sector asuman un cierto cambio de mentalidad. Tenemos que ser conscientes de que el mundo ha cambiado y no podremos hacerle frente con las viejas respuestas. No es viable que cada cual siga haciendo la guerra por su cuenta atrincherado en sus explotaciones.

Desde la Generalitat estamos firmemente persuadidos de la necesidad de acometer ese cambio y para contribuir a lograrlo estamos desarrollando la ley de Estructuras Agrarias mediante órdenes, que verán la luz muy pronto, para regular las iniciativas de gestión en común o la red de oficinas gestoras. En esta primera fase contamos con un presupuesto de 10 millones de euros y, francamente, nos gustaría vernos desbordados por la respuesta del sector para acogerse a iniciativas que no persiguen otra cosa que lograr unidades de cultivo que sitúen definitivamente al conjunto de los agricultores valencianos en la órbita de la modernidad empresarial. Porque si no comprendemos cuál es el signo de los nuevos tiempo, difícilmente podremos conquistarlos.

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