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Comercio tradicional: cuando los hijos no quieren heredar

El cierre de tiendas emblemáticas ha dejado de ser noticia. Alquileres cada vez más altos por el empuje de las franquicias en ciudades turistificadas, los cambios del mercado y la crisis de vocaciones que deja los negocios familiares sin relevo forman un cóctel que amenaza con arrebatar el alma a los centros históricos

Margarita y su hija Clara, en Guantes Piqueras. daniel tortajada

Lo pintan casi como una distopía gastro-comercial tipo Netflix, pero lo cierto es que cada vez parece más real: unos centros urbanos históricos homologados, uniformados, sin alma, extirpada la singularidad, con los viejos carteles de librerías de viejo, paqueterías, tiendas de instrumentos musicales acumulando herrumbre en el pórtico de tiendas de souvenirs, paradas de pizza al corte y franquicias, muchas franquicias de yogur helado.

El comercio histórico lanza un SOS. Un grito ahogado, cabe decir. Cada nueva noticia, cada cierre recurrente de una tienda centenaria es recibida con una salva de nostalgia y de resignación en las redes sociales. Y a otra cosa. Esta semana ha sido una tienda de géneros de punto, enclavada en el corazón de València, calle En Trench, entre la plaza redonda y el Mercado central. Cierre por jubilación a una vida, la de Francisco Aparisi, entre prendas de ropa interior. No hay relevo.

«Desde Confecomerç no apreciamos que el sector del comercio esté en primera línea de debate político. Si estuviera se abordaría el relevo generacional. La diferenciación es sin duda una ventaja competitiva, por lo que reproducir las mismas enseñas y franquicias no fomenta un mayor atractivo para la ciudad. Es necesario generar un plan de acción que favorezca la plena actividad y desarrollo de ese pequeño comercio tan particular y diferenciador, que forma parte de la cultura, tradición y patrimonio», reivindica Rafa Torres, presidente de la patronal Confecomerç.

La del comercio tradicional es una historia de resistencia. Muchos cierran, pero muchos otros también aguantan. Resisten básicamente al tiempo, al paso del tiempo que les asedia en múltiples formas: como los nuevos canales de venta que restan tráfico a las tiendas de siempre; los cambios de hábitos que arrinconan determinado producto; la turistificación de los centros urbanos, que vacía de vecinos y llena de turistas los distritos históricos, o la llegada de nuevas generaciones hiperinstruidas que, a diferencia de sus padres, no ve su futuro detrás de un mostrador.

¿Quién da el relevo en 2020? «Siempre he visto a mi madre trabajando aquí, mucho, pero yo nunca lo he visto como una opción para mí. La veo que le gusta lo que hace, que entiende, lo hace muy bien, pero yo no», explica Clara Esteve Piqueras. Son las 10 y media de un martes y mientras la plaza de la Reina se despereza, Margarita Piqueras lanza una mirada antigua a un ágora que durante décadas fue tradición. Hoy, las hermanas que dirigen Guantes Piqueras son las 'últimas'. Nostalgia a la sombra de la catedral. Su encantadora tienda, repleta de guantes y abanicos custodiados con mimo en cajas de madera, tiene la virtud de transportarte a un tiempo que ya casi no existe. «Mi madre nos tuvo a mí y a mis cuatro hermanos y nos hemos criado aquí y nos ha gustado mucho la tienda. Mi hermano y dos hermanas hicieron su marcha. La mayor y la pequeña seguimos con el comercio. La verdad es que es nuestra vida y nuestra pasión. Nunca he pensado en otra posibilidad», cuenta la propietaria, al frente de una casa que ha visto tres siglos, con una antigüedad de 1886.

Su hija sí ha pensado en otra posibilidad. Con 24 años, su pasión son los niños y la enseñanza, algo para lo que se ha preparado y a lo que quiere dedicarse. Entre sesión y sesión de estudio para las oposiciones pasa por la tienda y echa una mano con las redes sociales o en picos de afluencia. «A mí me gusta estar con los niños. El trato con el cliente no se me da bien. No es tanto que no vea que la tienda no tiene futuro. Es más porque he encontrado otra cosa, esto no me va», insiste la joven.

Es la paradoja de muchos negocios. Siguen teniendo mercado. El de siempre y el que también ha llegado con la avalancha de turistas. «No es un producto de otro tiempo. La gente lo está valorando mucho, tanto de fuera como de aquí. Sí que tiene salida, y no se encuentra por ahí. El mayor problema que tenemos ahora son los alquileres, que son muy altos y nos llevan de cabeza. Hay que echar muchas horas», relatan en esta tienda, asociada a Confecomerç. Hay mercado, en efecto, porque se sostienen, pero parece que tengan fecha de caducidad, cada vez más presionados por los altos precios con que propietarios e inmobiliarias responden al incesante interés de las franquicias que avanzan posiciones calle a calle en unos centros tomados por los turistas.

Proteger los bajos comerciales históricos

Son dos problemas identificados por la administración. Falta de relevo y presión inmobiliaria. Desde el Ayuntamiento de València, el concejal de Comercio, Carlos Galiana, lamenta la uniformización de los centros históricos. «El pequeño comercio da personalidad a la ciudad. Si todo son franquicias dará igual ir a una ciudad que a otra. Sin estar en contra de las franquicias en una ciudad que aspira a ser cosmopolita, hay que limitar la proliferación y que no acaben por fagocitar al pequeño comercio», proclama. Para algunos quizá llega tarde. Su partido, Compromís, llevaba en su programa una medida audaz: crear un banco de bajos de protección comercial para enfriar el mercado, mantener los precios bajos e incentivar el comercio tradicional. No parece posible en un hábitat de precios altos como el centro de la ciudad, pero sí se atreve a proyectarlo para otros distritos en algún momento de la legislatura, quien sabe si el marítimo, desliza.

La patronal está en guardia contra los movimientos especulativos. «El tema de los incrementos de alquileres de los comercios es doble, por un lado, porque las grandes enseñas están buscando locales en el centro de las ciudades y porque ahora mismo hay fondos de inversión y empresas extranjeras que están comprando bajos y edificios ante las expectativas de que las rentas suban. Es una manera de inflar la burbuja, como ocurrió en el año 2000, que empezaron a subir los precios. Los centros comerciales van en declive, se trata de un formato ya saturado, y los centros de las ciudades resurgen. Muchos locales que en cuanto tienen posibilidad de terraza, si saben que pueden sacar más rentabilidad, solicitan licencia para local de restauración, y por tanto irremediablemente están expulsando al comercio que está establecido allí. De este modo, no renuevan el contrato al comercio, y buscan un negocio de hostelería para arrendárselo, provocando una subida del alquiler, y por tanto una mayor rentabilidad. Se trata de un problema grave que requiere de soluciones», lamenta Rafa Torres, presidente de Confecomerç y también titular de una joyería histórica en la calle de la Paz.

Los vinilos recuperan el trono

Algo más alejado del centro, otros veteranos del comercio urbano, la tienda de discos Oldies, viven una segunda juventud al borde de la jubilación. Vicente Fabuel y Pepe Salvador, ambos con 66 años, apuran los últimos discos con una jubilación activa, junto a sus parejas, aún en edad laboral y también en el negocio. En esta mañana de martes, aún con poco tráfico entre sus pasillos de vinilos, Pepe y su mujer Carmen Arnal responden con honestidad cuestionados por la encrucijada para las tiendas de siempre. «El futuro se ve negro. Estamos abocados a las franquicias. Del comercio tradicional quedarán tiendas puntuales y escampadas por València. Alguna de discos tendrá que resistir. A nosotros no nos queda mucha cuerda, pero no veo renovación generacional. Los hijos tienen su marcha. La solución será un traspaso porque esto no puede ser eterno», reconoce Salvador.

Oldies, posiblemente la tienda de discos más antigua de España en manos de sus fundadores, tiene su origen en plena transición, en los años en los que los jóvenes buscaban joyas en el rastro y viajaban a Londres a la caza de nuevos sonidos. Comenzaron en la calle Zapadores, antes de pasar a su local de siempre, en la peatonal Mare de Deu de Gràcia, con vistas a la Avenida del Oeste y a uno de esos grandes almacenes de cultura donde se puede entrar, pillar un disco y pagar sin cruzar una palabra con otro ser humano. «Aquí eso es imposible. El 50% de las veces recomiendas, siempre hay una conversación», reivindica el socio.

La tienda, superadas las cuatro décadas, vive momentos de reconocimiento entre la tribu valenciana del vinilo y reviscola, aunque nunca les ha ido mal como para pensar en cerrar, aclara Carmen. ¿Y qué vendrá después de ellos? Con la siguiente generación haciendo su propio camino, Carmen se pone en la posición de sus hijos, reconociendo que ella tampoco se planteó continuar en el negocio que vivió en casa. «Mi padre nos decía: 'No sé como podéis vivir en un negocio que abre a las 10 de la mañana'. Él era hornero y a las 10 ya tenía la caja hecha», bromea.

La falta de relevo generacional o de interés en los traspasos está detectada como una de las amenazas más serias al comercio de toda la vida. En ese contexto, la Concejalía de Empleo de València está tratando de taponar esa vía de la hemorragia. El plan Reactivem, puesto en marcha la pasada legislatura, busca convertirse en una plataforma de contacto entre empresas que buscan una continuidad (comercio, hostelería, servicios) y emprendedores interesados en entrar en un negocio solvente. Desde su puesta en marcha se han concretado 65 transmisiones, con 127 empresas cedentes y 197 emprendedores buscando un futuro.

Incentivos municipales para la supervivencia

Este área de Desarrollo Económico, dirigida por Pilar Bernabé, también está tratando de revitalizar el comercio desde la política turística. «Creemos que la dinamización del comercio es algo transversal de todas las áreas. Turismo ha sacado una línea de apoyo a los comercios, sobre todo del centro de la ciudad, para garantizar su accesibilidad a los turistas, tanto en el ámbito de la formación, por ejemplo, en competencias lingüísticas como el inglés, en competencias digitales como informática, o simplemente para poner en condiciones más atractivas y más accesibles para los turistas muchos de los comercios del centro», dice sobre una partida de 100.000 euros.

En la calle de la Paz, los hermanos Francisco (64 años) y Loreto Pajarón (61), cuarta generación de la joyería-orfebrería que lleva su nombre, saben lo que cuesta mantener a flote un comercio emblemático, en un local protegido y con la responsabilidad de llevar un apellido que es historia de la artesanía valenciana. Solo un dato: fue uno de sus antepasados quien en los años 40 y 50 construyó la Custodia Procesional de Valencia, tenida una de las obras de orfebrería más relevantes del siglo XX en Europa.

Francisco Pajarón habla con lucidez y contundencia de una situación de asedio para los comerciantes en general y para su sector en particular. «La situación ha pegado un cambio en los últimos diez años», diagnostica. A saber: los nuevos hábitos de consumo, de vida, la falta de mercado para la artesanía por los costes, la invasión de multinacionales y grandes empresas que hacen las cosas de otra manera, el nuevo turismo y el desembarco de franquicias (no productivas sino de consumo), el encarecimiento de alquileres, los problemas con las licencias para rehabilitar espacios protegidos... Su radiografía aboca a una pregunta inevitable: ¿qué vendrá después de ellos? Con la siguiente generación en otras aventuras (Arquitectura, Bellas Artes, Psicología?), los hermanos lo ven claro. «La continuidad no puede ser meter a un hijo con dos carreras y seis idiomas detrás de un mostrador a ver si entra alguien. Eso no puede ser», dice Francisco.

En este contexto, esta empresa familiar tiene un ojo puesto en el futuro. El legado preocupa y ocupa, es una «mochila», reconoce Francisco. Y no quieren que se pierda ese patrimonio, con lo que buscan nuevas formas de orientar el negocio, todavía en periodo de maduración, para darle un nuevo impulso en este mercado cambiante. «Queremos dejar un legado y se tiene que administrar de otra manera», concluyen, garantizando que este linaje clásico de la artesanía valenciana seguirá en el mercado. Es, en realidad, la esperanza de todos los comerciantes que se aferran a una forma de vida, a un tipo de ciudad.

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