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Novela

Recordando a Emma

Sólo hay dos clases de infancia: las felices y las infelices. También sólo hay dos clases de literatura: la complaciente y la auténtica. Si concebimos la literatura como un divertimento, un escape, un juego, como tantas veces hemos oído decir, entonces la vida, la verdadera vida, no tiene cabida en ella y se nos escapa. Memoria por correspondencia no es un libro complaciente. Tampoco nos habla de una infancia feliz. La autora nos habla de su infancia, con ese estilo que consiste en la ausencia voluntaria de estilo, esa forma de narrar de los niños que todavía no han sido contaminados por el lenguaje de los adultos. ¿Y la autora? ¿Quién fue Emma Reyes? Una superviviente, diríamos hoy. Una leona, dice Leila Guerriero en el prólogo al libro. Un libro soberbio y emocionante como pocos, un libro que es una correspondencia, 23 cartas escritas a un amigo para contar su infancia, y un aldabonazo en la conciencia. Después de esa infancia y de escaparse del convento en que estaba recluida, Emma Reyes recorrería América, se casaría dos veces, la primera con el escultor Botero y luego con Jean Perromat, un médico francés, con quien viviría hasta el final de sus días, se instalaría en París, se convertiría en pintora, viviría una temporada en Italia, en México trabajaría con Diego Rivera, y moriría en 2003, a los 84 años de edad. No escribiría nunca un libro, salvo estas 23 cartas dirigidas a su amigo Germán Arciniegas, que se lo había pedido insistentemente, y para cuya publicación sólo puso una condición: después de muerta. Y después de muerta, gracias a la perseverancia de la hija de Arciniegas, Gabriela Arciniegas, el libro vio finalmente la luz en 2012, después de varios rechazos editoriales. Fue una revelación.

«[?] si tú crees que basta tener ideas, yo te digo que si uno no sabe cómo escribirlas para que sean comprensibles es igual que si uno no tuviera ideas». Muchas veces hemos leído que las palabras no están a la altura de los sentimientos, que las palabras sólo son palabras, y mentiras la mayor parte de las veces. Sin duda esto es verdad. Pero no siempre. Hay libros, no muchos es cierto, que desmienten esta afirmación, como hay amores que desmienten todos los tópicos sobre el amor. Libros en los que las palabras, que no da la impresión de que hayan sido escogidas con ningún cuidado especial, sí están a la altura de los sentimientos, y consiguen trasmitirlos. Suelen ser libros hermosos, aunque tristes, pero que tampoco carecen de ese humor melancólico tan humano del que hacen gala algunas personas cuando vuelven la mirada atrás. Sin este peculiar humor, sin esa peculiar mirada, estos libros tal vez no se hubiesen escrito nunca. Con el rencor, recordemos, nunca se hizo buena literatura. Y la buena literatura es la que no olvidamos nunca, la que anida en nuestra memoria, la que a veces nos hace sangrar el corazón, la que nos hace temblar, la que hace que vuelvan a aflorar las lágrimas incontenibles a unos ojos secos, y que recordemos, con un rictus amargo en los labios, la frase del principio: «Ríe y el mundo entero reirá contigo, llora y llorarás solo».

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