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Bolos

Besos de mayo

La libertad de expresión es sagrada. Su paraguas inmenso. El criminal atentado a la revista Charlie Hebdo provocó raudales de solidaridad, que a su vez garantizaron la continuidad de una revista agonizante, pues pasó a una tirada récord de más de siete millones de ejemplares, que junto a las donaciones y las suscripciones incrementaron el presupuesto hasta 30 millones de euros. Tanto dinero ha provocado algo impensable después del ataque yihadista. La opaca gestión financiera desde entonces, que en principio debería ir para reflotar el diario y ayudar a las familias de las víctimas, ha terminado con un enfrentamiento entre dibujantes y la dirección, encabezada por el caricaturista Riss, herido de bala durante el atentado en París. Algunos malintencionados culpan del desastre a la tendencia libertaria de la publicación, sin embargo muchas fraternales muestras de apoyo empiezan a desertar. El terror movilizó a un país, pero el origen de aquellas concentraciones por la libertad de expresión han terminado en polémica. La hoguera de los debates la ha encendido Emmanuel Todd, el intelectual de referencia de la izquierda liberal gala. En su nuevo ensayo Qui est Charlie? califica a aquellos manifestantes como representantes de una clase media católica, en estado de «zombis» y unificada por un coro común: «la islamofobia». Para Todd, aquel 11 de enero fue «una acceso de histeria, una falsa conciencia, todo lo contrario de la unanimidad». El sociólogo Edgard Morin y el filósofo Slavov Zizek avalan la tesis. Poca broma.

«Je suis désolé». No hay que mirar al país vecino para saber que el talento y la diligencia rara veces maridan. Como ejemplo valga la breve historia del entrañable Pardalot engabiat, un producto inspirado por Emili Piera con la inestimable ayuda de la colla del fangar, que pese a intentar ser la versión autóctona de Le canard Enchainé duró muy poco, y no fue por falta de patos. En internet se vendía hace meses la colección completa (¡siete números!) de la «revista satírica valenciana muy rara» (según sentencia firme de la red) por 210 euros, que viene a confirmar que los años revalorizan el arte bueno. Los que intentaron algo parecido salieron tan esquilados que incluso renunciaron a montar una asociación de damnificados en busca de las merecidas ayudas al bisoñé. Quedan honrosas excepciones que merecen el homenaje que no les dan sus presuntos lectores naturales, siempre tan proclives al aplec y acto seguido salir corriendo a consumir editoriales de Madrid o Barcelona.

Enjaulados. Los actores de la ceja brindaron al respetable una sosegada gala de los Goya. Semanas después se modificó la ley del cine para abrir nuevas vías de subvención. Pero el teatro siempre ha sido más peleón. Los Max recuperaron toda la soflama pertinente. El discurso de Rosa María Sardà será recordado muchas temporadas, con el sonoro exabrupto escénico incluido. Viejo teatro, porque cuando todo indica que vuelven los tiempos de acuerdos básicos y consensos amplios, la confrontación pierde espacio, como tan bien ha comprobado la Academia del Cine. Por contra, aquí los incombustibles de Albena llevan mil funciones de terapéuticos Besos. Y que dure.

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