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A vuela pluma

No tan buenos

La historia de Hermógenes Molina y Pedro Zárate, los hombres buenos recreados por Arturo Pérez-Reverte en su última novela para ilustrar la lucha por introducir en España la Encyclopédie de D'Alembert y Diderot a finales del siglo XVIII, no es menos literaria que la aventura (esta, real) de nuestro Antoni Josep Cavanilles. Por aquellas mismas fechas, el botánico montó toda una red de libreros e intelectuales a través de la cual importar libros prohibidos. Fueron centenares de obras «peligrosas» sobre ideas nuevas „jansenismo, mesmerismo, masonería€„ o simplemente literatura erótica. Libros imposibles que transportaban el sueño de las Luces al país de la Inquisición. Cavanilles, que había emigrado a París en 1777 como preceptor de los hijos del duque del Infantado, se valió a su regreso a España en 1790 de su relación con el librero francés Fournier. La faceta del ilustre botánico como introductor de libros e ideas prohibidas la destapó hace pocos años Nicolás Bas. El ensayo resultante le valió el Premio de Bibliografía de la Biblioteca Nacional de España en 2011. Cavanilles no es menos bueno por ser real que los académicos del hacedor de best sellers. Su aventura continúa aún a la espera de un buen relato de ficción (literario o cinematográfico). Cuestión, al fin y al cabo, de centralidad y periferia.

El bueno de Livermore. El nuevo intendente (y varios cargos más) del Palau de les Arts ha caído de pie. Dicharachero, extrovertido y mediterráneo „estilo diametralmente opuesto al de su predecesora„, ha sido bien recibido (en general) por el personal del teatro de ópera y los medios de comunicación. Sin embargo, la simpatía no se puede confundir con la demagogia. En su última comparecencia pública anunció que la próxima temporada incluirá catorce títulos, casi el triple, dijo, de los cinco de la ahora finalizada. Ana Botella nos enseñó por estos pagos a no mezclar peras y manzanas, de modo que si el regista turinés mete óperas en versión en concierto „previsiblemente Barbazul, de Béla Bartók, la misma que ya se hizo en octubre pasado„ y montajes del Centre de Perfeccionament en sus cuentas de la futura temporada, lo mismo debería hacer al computar los títulos de este ciclo, que así serían nueve y no cinco. Davide Livermore ha caído tan bien que ha conseguido que Cultura acepte sus pretensiones y se haya embarcado en un enjambre jurídico para compatibilizar sus cargos con la dirección de óperas en otros teatros. Eso, manteniendo el salario anual que tenía Helga Schmidt desde 2012, si vale lo dicho hasta la fecha. Habrá que ver si los nuevos gestores de la cosa pública tienen algo que decir al respecto.

Bienvenida. Para los que han de venir, tomo prestado de Antonio Ariño lo que llama las dos leyes fundamentales de la política de Chesterton, extraídas de su experiencia (la del escritor inglés, no la del sociólogo valenciano, claro). 1. El político gana en imprecisión en la misma medida que asciende en la escalera de poder. 2. Al mismo tiempo que gana poder, el cargo público pierde doctrina política. Sirva como regalo de bienvenida a quienes han de aterrizar en las instituciones, seguro que con la cabeza llena de ideas y los bolsillos vacíos. Que así sigan cabezas y bolsillos. Y ellos. Igual de buenos.

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