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La imaginación utópica

Zygmunt Bauman (Poznan, 1925 — Leeds, 2017), sociólogo, filósofo y ensayista polaco de origen judío es, sin duda, uno de los pensadores más influyentes de las últimas décadas. Reconocido por su concepto de realidad «líquida», su último texto propone una suerte de recuperación de la esperanza en el curso de la historia pero basándose en el pragmatismo y no tanto en visiones románticas o ideológicas.

La imaginación utópica

Se diría que pensar en presente ha venido a convertirse en uno de los objetos centrales del trabajo profesional de no pocos científicos sociales, filósofos e incluso periodistas especializados, entre los que dados la calidad y el interés de su extensa obra brilla con luz propia Zygmunt Bauman. Famoso gracias a la gran difusión de su propuesta conceptual, de abolengo marciano, de una «modernidad líquida», Bauman ha sido también un crítico implacable del giro «neoliberal» animado por líderes como Reagan o Thatcher.

Consciente de vivir en una época convulsa y fragmentada en la que el optimismo futurista está dejando pasos a la imparable nostalgia de una comunidad dotada de memoria colectiva y, también de una continuidad medianamente sólida, Bauman vuelve en esta obra póstuma la mirada, como el Ángel benjaminiano de la Historia, al pasado. Es decir, un pasado estable que sitúa en las antípodas de un presente como el nuestro, individualista y desregulado, en el que dominan, de modo cada vez más agobiante, el temor a perder el trabajo y el status social a el vinculado, así como la dolorosa conciencia de que nuestros hijos serán más pobres que nosotros y de que las competencias que tanto costó aprender están condenadas a perder el poco valor de cambio que pudiera quedarles en un estado histórico en el que abundan, en pleno auge de una precarización global, los perdedores y escasean los ganadores.

El futuro del que habla Bauman puede, por otra parte, ser situado, a diferencia de lo que piensan los creyentes en las promesas de un futuro al que no vacilando en sacrificar el presente, dedican sus vidas, en un contexto, real o imaginario, en el que, a pesar de todo estarían vivas esperanzas aún no enteramente canceladas. Y al afirmar tal, se distancia del concepto clásico de utopía y de su exaltación de una sociedad futura sin violencia, y capaz de ligar de una vez por todas la percepción individual a la social, proponiendo una reformulación de la misma como «retrotopía». Esto es como una «utopía para realistas» capaz de revitalizar los potenciales positivos del pasado que se resisten a morir y capaz, a la vez, de poner fin a la poderosa imagen de un progreso imparable, que sin embargo resulta ser sencillamente ilusorio. O destructor.

Las utopías clásicas, de Platón, Amoro y de Campanella a Bacun, proponían repúblicas situadas en algún lugar inexistente, bellas ciudades figuradas, arquetipos soñados de perfección social que, por su propia inaccesibilidad resultaban impracticables, aunque precisamente por eso podían sugerir y alimentar ideales morales y políticos, a la vez que incitaban a la crítica del presente, de un presente profundamente alejado de esa perfección soñada. Y es precisamente esa función de incitación a la crítica del presente, desde la conciencia de que « cuando se secan los manantiales utópicos, se difunde un desierto de trivialidad y perplejidad», por decirlo con Habermas, lo que las retrotopías compartirían con las utopías clásicas, de las que son a su manera innovadoras herederas. Como serían herederas así mismo, según nuestro autor, del afán de proveer o incluso de generar «un mínimo aceptable de estabilidad» y, por consiguiente, un grado satisfactorio de confianza en nosotros mismos.

En cualquier caso, las deseables retrotopías actuales vendrían a hundir sus raíces en algunas tendencias de «regreso al futuro» que se observaría, según Bauman en la actual fase de la historia de la Utopía, como, por ejemplo, «la rehabilitación del modelo tribal de comunidad, la vuelta al concepto de un yo primordial/inmaculado, predeterminado por factores no culturales e inmunes a la cultura, y el abandono total de la perspectiva todavía prevalente (tanto en ciencias sociales como en la opinión popular) sobre las características esenciales... del orden civilizado». Es posible, de todos modos, que el interés mayor de este brillante estudio radique en su rotulación crítica de nuestro presente y su pulsión de «retorno a las tribus», en un mundo en el que se debilitan a ojos vistas los lazos humanos y aumentan la desregulación y la atomización de las estructuras construidas por la vía política, o lo que es igual, el divorcio entre la política y el poder. Y en el que la desigualdad y el individualismo extremo, con la consiguiente consideración del crecimiento económico ilimitado y del bienestar en términos exclusivos de consumo obsesivo, se ha convertido en objetivo único y supremo de la vida. Imposible ignorar, por otra parte, que es con el desengaño y la frustración donde hay que situar las raíces de la nostalgia.

Convendría subrayar por último que esta propuesta retrotópica de Bauman no solo va acompañada de ese análisis del presente, muy coherentes con esos escritos suyos sino también de una vigorosa propuesta ética y política que nuestro autor precisa como la tarea de elevar la integración humana al nivel del conjunto de la humanidad, desde la conciencia de que «los habitantes humanos de la Tierra nos encontramos (más que nunca antes en la historia, en una situación de verdadera disyuntiva: o unimos nuestras manos, o nos unimos a la comitiva fúnebre de nuestro propio entierro en una misma y colosal fosa común».

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