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Apocalipsis púber

La aparición de treinta y dos niños violentos de procedencia desconocida trastoca por completo la vida de San Cristóbal, una pequeña ciudad tropical encajonada entre la selva y el río. Veinte años después, uno de sus protagonistas redacta esta enigmática «República luminosa».

Apocalipsis púber

Este nuevo título de Andrés Barba, que ha recibido el Premio Herralde de Novela, comparte con obras anteriores de este autor una atmósfera inquietante, misteriosa, ante la que el lector se siente desconcertado a pesar de conocer, desde el principio, el final de la historia.

La voz del narrador retrocede en el tiempo para intentar explicar o intentar encontrar él mismo una explicación al suceso trágico que conmocionó, veinte años antes, a la ciudad de San Cristóbal, enclavada a orillas del río Eré, junto a una selva subtropical.

La descripción del paisaje, el clima y las características de la población a la que llega el narrador, venido de una ciudad grande, subrayan que se trata de un entorno si no hostil, al menos, complejo, difícil, reticente. La selva juega en este aspecto un papel relevante, una especie de muralla viva, palpitante, que cerca la vida de la ciudad con un cierto aire de amenaza. Resulta imposible no pensar en El corazón de las tinieblas.

«El verde que todo lo devora, la gran masa sedienta, abigarrada, asfixiante y poderosa...»

En el mismo momento de la llegada ya se produce un accidente que el narrador recuerda, y anuncia, como un mal presagio.

Pero aún antes, en la primera línea del texto, encontramos el núcleo del malestar y la inquietud que recorre toda la historia: la muerte de 32 niños.

Una historia que habla de niños y violencia requiere lucidez, inteligencia, precisión y sobre todo sutileza. Andrés Barba demuestra en este relato que es posible escribir sobre un tema que espanta, ante el que, en general, preferimos desviar la mirada y la reflexión, y conseguir una novela espléndida.

La forma en la que el narrador reconstruye la historia está llena de dudas, de titubeos, de fuentes diferentes: artículos aparecidos en aquel momento, programas de televisión, las memorias de una niña de San Cristóbal... La voz del narrador, responsable en aquel momento de los servicios sociales del municipio, se reconoce una entre muchas y emplea un tono muy alejado de las voces cargadas de razón a las que nos estamos acostumbrando. Así, los hechos se convierten en motivo de distintas reflexiones para los ciudadanos de San Cristóbal y también para el lector.

Las alusiones a la falta de un jefe entre los niños aunque siempre actúen de una manera que parece coordinada, con «un sentido de la comunidad como el de aquellos insectos» (unas termitas), y el idioma con el que se comunican, que los mayores no son capaces de entender, como si entrañara algo más profundo que una diferencia lingüística, parecen indicios del germen de una sociedad diferente, una comunidad que desdeña por completo el mundo de los adultos.

Lo sucedido tiene que ver con una forma radicalmente distinta de relacionarse con el mundo y con los otros.

En Los hermosos años de castigo de Fleur Jaeggy, una autora que se acerca a temas como el de este libro y que también comparte con Andrés Barba la exquisitez y la elegancia, la narradora, una adolescente, dice: «Yo comprendía a esos niños que se arrojaban desde el último piso de un colegio para hacer algo fuera del orden y se lo dije. El orden era como las ideas, una propiedad, una posesión».

Parece como si en esos niños cercanos ya a la adolescencia se diera aún la posibilidad de un cambio radical, posibilidad que se pierde siempre al convertirse en adultos. Porque el mundo de los adultos acaba imponiendo a los supervivientes sus condiciones, sus convenciones, como una necesidad. Llegar a ser adulto supone una pérdida y un olvido. De ahí, la aprensión con la que los habitantes de San Cristóbal observan a sus hijos.

Después de leer la última página de República luminosa y cerrar el libro, como al narrador, nos da la impresión de que «hay sin embargo algo que persiste, una especie de música», que nos impide olvidar esta historia que no nos ha desvelado todos sus secretos.

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