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Los estreñidos

Hay un misticismo del estreñimiento literario. Un culto a la poquedad por la poquedad, una legión de admiradores de las infertilidades. Para algunos, no existe mejor demostración del genio creador que el hecho de haber escrito apenas.

Una colección de cuentos cortos imposible de encontrar, publicada en una oscura editorial francesa de principios del siglo xix, en una tirada de ciento cincuenta ejemplares, y de la cual, según dicen los bibliómanos, el noventa por ciento fue guillotinado por el editor, ante el fracaso de las ventas. Un poemario de veinte sonetos de inspiración decadentista, aparecido de forma póstuma, gracias a una suscripción pública promovida por los amigos del poeta. Unas cuantas colaboraciones esporádicas en la prensa nacional, construidas con una malhumorada sintaxis arbórea, después de haber abandonado para siempre el cultivo de la narrativa, tras el éxito de su primera, única y última novela, porque dicho género, en palabras del autor, «es una infantil pérdida de tiempo de las mentes lectoras infantiles».

Menganito escribe demasiado, es un descortesía para con sus admiradores. Zutanito publica una enormidad: piensa que lo único que tenemos que hacer en la vida es leer sus libros. Perenganito no para, su torrencialidad es de naturaleza fonorreica.

Hay quien pone los ojos en blanco y se extasía ante los escritores de obra mínima, y si es rara, incomprendida, y condujo al suicidio del autor suele provocar orgasmos múltiples en los adoradores de la astringencia. Para algunos sutiles escritores profesionales de renombre, la verdadera profesionalidad consiste en dejar de escribir cuanto antes, un mantra que repiten año tras año en sus abundantes manifiestos en defensa de la desaparición.

La anécdota de haber escrito poco es sólo eso: una anécdota. Como la de haber escrito mucho. Hay grandes escritores de obra avara y grandes escritores de obra abundantísima. Pero, entre grandes escritores, debería importar también el ingrediente númerico, porque no es lo mismo acertar una vez en el centro de la diana que hacerlo veinticinco veces. Las excentricidades literarias resultan interesantes para una conversación de sobremesa, pero rendirles culto no deja de ser una excentricidad más.

En un sentido estricto, todos los escritores escribimos demasiado, porque la escritura es una demasía, una sobreabundancia del temperamento y de la acción. El arte es sólo necesario para todos aquellos que defendemos el arte como un necesidad de la especie; pero lo cierto es que la mayor parte de la especie puede pasarse sin él y sin nosotros para sobrevivir. Desde un punto de vista biológico, las preocupaciones de carácter estético y cultural no llegan a constituir ni siquiera una mota de polvo en el desarrollo de la vida, que es una mota de polvo en el devenir del universo.

Algunas cosas, por mucho que se practiquen y por más éxito que se tenga en su cultivo, se cultivan y practican poco. Seguro que al mitológico Giacomo Casanova le parecieron muy pocas sus conquistas (entendiendo por ello, claro está, las casi tres mil páginas en mi edición de su célebre Histoire de ma vie). A algunos no sólo nos gustaría haber leído todos los libros, sino haberlos escrito también.

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