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Paisajes lunares

Paisajes lunares

No soy de las que se queda mirando distraídamente el cielo nocturno intentando adivinar las constelaciones -no consigo distinguir una-, esperando ver cuándo pasa de nuevo el cometa Halley o contando estrellas fugaces. Y, sin embargo, no dejo de sentir curiosidad por todo lo que ha podido y puede estar pasando allá arriba. La Luna, por ejemplo, imán de atracción, observación y estudio desde que el hombre camina erguido. Y no hablo de cuando pasamos de ser primates a hómines, que también, sino desde pequeñajos, cuando todo el universo es motivo de un por qué «¿y por qué la Luna llena tiene cara, mamá?».

Aprendemos que esas oquedades perfectamente visibles desde la tierra responden al elocuente testimonio de una etapa previa de explosión en el Sistema Solar. Dicen que en la Luna puede haber del orden de diez mil cráteres que datan de la época de la formación final del asteroide. Al no haber allí erosión, no hay aire ni agua ni por supuesto procesos internos bajo su superficie rocosa, los cráteres se han conservado casi igual que cuando residuos cometarios -rocas, básicamente- impactaron sobre ella hace ya millones de años. El ser humano tenía que verlo por sus propios ojos y allí que fuimos un 20 de julio del año 1969.

Luis Úrculo (Madrid, 1978), como aquel niño que no deja de observar la Luna y preguntar por qués, ha querido convertir el espacio de Táctel en el asteroide lunar. Con innegable teatralidad y recreando una ficción o una reconstrucción de lo que podría ser o estar, Paisajes intuidos. El hombre que se enamoró de la Luna, deja la sala en penumbra, interviene sobre sus muros -como ya hizo en su primera muestra en la galería-, y focaliza la observación sobre cada una de las piezas, unas placas de arcilla, un montículo realizado sobre tela o unos trabajos fotográficos: Úrculo aspira a que el espectador sienta que entra con él en esa extensión rocosa rodeada de oscuridad y vacío que llamamos Luna donde nada se mueve ni se escucha, ni siquiera ese pequeño paso del astronauta Armstrong y gran salto para la humanidad -¿tendría preparada la frase que dio la vuelta al mundo?- que el artista recrea en una estupenda pieza de acero. En este sentido Úrculo es un artista que por vivencias o deformación profesional, lo ignoramos, presta mucha atención al uso de distintos e inhabituales materiales, los descontextualiza y se apropia de ellos.

Sin llegar al populismo simplista de otras exposiciones en cartelera en nuestra ciudad, y más cercana al espectador medio que Ornamento y delito -sin duda difícil de aprehender-, deberíamos agradecer a la galería poder contar con Paisajes intuidos y el trabajo de este artista madrileño que se mueve a sus anchas entre Madrid, México, Nueva York o València y cuya obra ya se encuentra en colecciones como la del Metropolitan.

Luis Úrculo podría haberse quedado en la parte lúdica del proyecto y finalizar con esos muy buenos grabados al carboncillo del paisaje lunar. Sin embargo, yendo un paso más allá, en ese proceso de investigación que todo buen creador contempla como parte esencial de su discurso artístico y, a partir de los documentos desclasificados de la NASA, la exposición muestra que desde que nuestra tecnología nos ha permitido explorar otros planetas, nuestro cosmos se ha convertido en un auténtico estercolero -escribimos estas líneas a la espera de saber dónde colisionarán los pedazos descontrolados de la estación espacial china y en qué tamaños. Un listado de palabras escritas que no son sino objetos olvidados sobre la luna, como quién va de excursión al monte y se deja las chanclas, las toallitas del culo del bebé o la bolsa de basura, dan fe de que en el asteroide se han ido depositando elementos que nadie ha vuelto a recoger, desde sismógrafos, detectores de partículas o cintas metalizadas, pasando por bolas de golf (sic) o, no lo dudábamos, banderas.

Es evidente que los selenitas son más ordenados.

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