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Zuloaga, la pintura más privada

«Retrato de Adela de Quintana Moreno», 1910.

A pesar de que Zuloaga y Sorolla están entre los artistas más aclamados y controvertidos del Fin de Siglo, y la obra de uno se esgrimió contra la del otro, el número de exposiciones dedicadas a Zuloaga ha sido mucho menor y es la primera vez que recala con tal número de piezas en València. Es por ello muy plausible que la Fundación Bancaja se haya decidido a realizar una muestra de este gran artista vasco, que ha sido comisariada por Sofía Barrón y Carlos Alonso.

Al igual que Sorolla, Zuloaga marcó durante un tiempo el rumbo de la pintura española, si bien Zuloaga pertenece a la generación siguiente. Creo que desde la exposición de López Mezquita que organizó el Consorcio de Museos en el centro del Carmen en 2007 no se había programado ninguna muestra amplia de los otros artistas hispanos de esta generación en València. Y aunque merece la pena que todo este plantel de grande artistas sean vistos fuera de sus ámbitos locales, también son bastantes los artistas de esta tierra interesantes que están a la espera de que los centros valencianos nos permitan encajarlos en sus programaciones.

En el caso de Zuloaga está más que justificado el interés de una muestra en València. Además se ha producido la feliz coincidencia de que la Fundación acoge una exposición de gabinete en torno a Sorolla que tiene como eje central el gran lienzo Yo soy el pan de la vida, perteneciente a la colección Lladró. Así pues, aunque no están confrontados en una muestra los dos artistas, el visitante puede recorrer una y otra sección y realizar las oportunas comparaciones. El tema Sorolla-Zuloaga fue abordado en una gran exposición que comisarió Francisco Calvo Serraller en 1998, y respondiendo a una invitación de éste, quien escribe realizó otra contribución al diálogo de los dos artistas recogida en otra publicación de los Amigos del Museo del Prado, tema también abordado por Facundo Tomás.

La exposición cuenta con piezas de gran calidad e incluso con algunas novedades, entre los retratos, que es de agradecer. El hecho de que Zuloaga haya sido objeto de otra reciente muestra en la Fundación Mapfre de Madrid, centrada en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, habrá dificultado la incorporación de algunas piezas significativas, pero la exposición de València cuenta con una de las pinturas más primerizas de Zuloaga: Fuente de Eibar (1888), un cuadro que tiene más un interés documental que artístico, pero oportuno para marcar el punto de partida y evolución de su obra. La dureza y acartonamiento de esta composición pronto son superadas en el estimulante ambiente parisino, y prueba de ello es el interesante cuadro Mi padre y mi hermana en París (1891), pintado tres años después y fantástico documento de una temprana evolución hacia el modernismo; no olvidemos la estrecha relación que mantuvo en París con Ramón Casas y Santiago Rusiñol por estos años. En la misma línea modernista se inscriben los refinados retratos de José de Orueta (1892) y el del Conde de Villamarciel (c.1893).

La objetividad realista de Zuloaga se pone de manifiesto, a su vez, en el espléndido retrato de Plácido Zuloaga en su taller (1895). Su pasión y entronque con la gran tradición del arte español y por El Greco en concreto, empieza a afirmarse al filo del fin de siglo, dando paso a teatrales composiciones donde los personajes se recortan ante espectaculares y empastados paisajes. Zuolaga es un retratista mundano y ahí está el retrato de Adela Quintana (1911), pero fue también el retratista de la España profunda, que interpreta desde unos nuevos parámetros estéticos que aunan pintoresquismo y dramatismo. Aunque mantiene su residencia en París, Andalucía y Castilla serán sus principales fuentes de inspiración y Segovia la ciudad donde encuentra su retiro y sosiego más estimulantes.

Zuloaga, como gran parte de los artistas de su generación, tiene un momento glorioso entre 1900 y 1920 aproximadamente, después su arte pierde empuje y actualidad a pesar de la entidad de muchas creaciones de esos años, cuales son los retratos de sus amigos escritores que ahora pueden contemplarse. Pero la fuerza y modernidad de sus paisajes no se ve afectada por el paso del tiempo. En la exposición se ha querido dar una imagen de conjunto del artista, poniendo también un especial acento en la producción de los años treinta y cuarenta. Fase en realidad menos vista del pintor, aunque no es la más brillante y en ella se cuelan algunas obras como el lienzo que le encargan de Juan Sebastían Elcano (1922), donde sólo el estupendo paisaje lo justifica, o el de El palco de las presidentas (1945) que refleja el gusto kistch y más académico de la época tras la guerra. Sin embargo una serie de maravillosos paisajes del mismo período siguen situándonos ante un artista de talla excepcional.

En cuanto al catálogo creo que el hecho de que el conjunto de las obras expuestas se someta al desarrollo de los distintos textos, impide tener una secuencia cronológica clara de la muestra sin incluir tampoco un listado de relación de la obra expuesta. Sin embargo hay que agradecer en los diferentes textos que se reproduzcan obras que por una u otra circunstancia no se han podido incorporar a la exposición.

Zuloaga cuenta, por lo demás, con una de las mejores monografías de artista que se han publicado en España, me refiero al insuperable y modélico trabajo de Lafuente Ferrari. Lo cual hace siempre muy difícil abordar desde un punto de vista crítico e historiográfico su obra. Es por ello que hay que ponderar las contribuciones que hacen al catálogo los textos de Carlos Alonso, Sofía Barrón, Isabel Justo y José Vallejo.

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