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Julio Bosque: Integridad y verdad artísticas

Julio Bosque: Integridad y verdad artísticas

Puzle en apariencia inmóvil. Fragmentos, pegatinas. Jardines de hojalata aquella noche de mayo en la Gran Vía. Acabábamos de salir del Café Malvarrosa. 2012. Allí, todavía los amigos. Guillaume, Tóner, Vichy, Güences. Tal vez algunos más. En la esquina con Historiador Diago, permanecemos de pie, conversando. La noche rueda su reloj cifrado. Hablamos de la vida. Mejor dicho, de la suya, de la mía. Habían pasado tantos años. Las palabras van formando una burbuja, y ahora permanecemos en ella ajenos al molesto diorama del tráfico. Cifra, secreto de la noche extensa. Las tres de la mañana. En la Ciudad de las Farolas, un taxi nunca anda lejos. A partir de aquella noche sin agujas, intercambiamos llamadas. Visité su estudio, tan ordenado y cal, en repetidas ocasiones. A veces solo. A veces con Romero y Guillaume. Tal vez con Güences. Me gustaba que me mostrase sus proyectos. Aquellos alambres, esqueletos de lo que podría ser un piano o un barco desguazado, sin ser, por supuesto, nada de ello. Tarántula en penumbra. Las sombras de todos ellos se proyectaban tenuemente en la pared, como las de las redes sobre el suelo, formando parte también de su sentido. Sus proyectos. Los fotografié en repetidas ocasiones y escribí un par de textos para sus collages. Escribe lo que quieras, me decía. Su integridad y su verdad artísticas las recordaré siempre. El carácter del hombre es su destino. Él levantaba un mundo, el suyo, que traslucía su visión del arte y de la vida. Aquellos artefactos la encarnaban y dejaban un espacio de tránsito al espectador que debía observarlos y pensarlos desde diversos ángulos. Quizás el pensamiento no sea más que eso, el resultado de un diálogo plural. Su vida, entonces, la de Julio, también pendía de un alambre. No sé, creo que sí, si llegó a terminar su última obra. La que de pronto me transportó hacia Un sendero nuevo a la cascada. Ésa que pende apenas de un estribo. La vida como un collage secreto. O esa malla en la que se van convirtiendo nuestras vidas. Apenas todo, apenas nada. Más tarde llegaron las visitas a su casa. A veces con Guillaume y Vichy, a veces solo. Su afabilidad generosa. Su humor elegante, sutil. La constancia intermitente con la que iba reemprendiendo su trabajo. La muerte de Vicente Fuenmayor en febrero supuso para él ese asomarse de nuevo al vacío intercalado que instituyó buena parte de su último trabajo. A veces bajábamos a un bar cercano. Almorzábamos y lo acompañaba, lo acompañábamos, de nuevo a casa. Hay seres diminutos que habitan el vacío. Los vacíos se entreveran en la vida como entre sus definitivos alambres o constituyen el ser de esas redes repletas de voces y palabras. Julio fue despojando su quehacer artístico y, en última instancia, lo elevó a la categoría de partitura. Interpretaciones, escolios. La muerte es muerte porque nos separa. Y ahora se superponen planos, secuencias, aunque alguna dé la sensación de quedar intacta. Como fetiche. Y aunque se difuminen los contornos, ésa fue para mí aquella noche de mayo en la Gran Vía. Jardines de hojalata y un puzle, aparentemente inmóvil, que tendremos que ir cada vez recomponiendo.

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