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Mochileros

El otro día estaba yo sentado pacíficamente en un autobús y de repente sentí que me daban un empellón que me hizo echarme encima de la persona que tenía al lado y casi me rompe las gafas. Al levantarme, indignado, veo que el agresor era un mochilero que no se había enterado de nada, simplemente se había vuelto para hablar con alguien del otro lado del pasillo y al hacerlo me había incrustado su mochila en la cara. Uno es tolerante de suyo y me cuesta admitir que los españoles parecemos un pueblo especialmente grosero. Sin embargo tengo que decir que en ningún otro lugar del mundo he tenido una experiencia semejante con los mochileros. Desde que la mochila se volvió un adminículo para uso habitual de los adultos -a veces acompañada de una vestimenta grotesca, recién salida de los boy scouts, pero esta es otra cuestión-, el país se ha llenado de gente peligrosísima, que se mueve como si fuera humana sin darse cuenta de que, en realidad, son dromedarios. Muchos animales son peligrosos, pero dentro de un orden. A los jabalíes les asoman sendos colmillos a ambos lados del morro, solo que nunca te los clavan inadvertidamente, lo hacen cuando se sienten amenazados. El mochilero no. El mochilero va tan feliz por la vida aporreando al personal como si la cosa no tuviera que ver con él (o ella, aunque justo es decir que las mochileras suelen ser más cuidadosas, tal vez porque recuerdan cuando llevaban sus niños a la espalda y temían lastimarlos). Visto que la grosería mochilera es común a todos los ciudadanos españoles -incluidos los separatistas, que tal vez se separen, pero que jamás se librarán de la zafiedad ancestral-, no encuentro otra explicación a su comportamiento que la de que piensan que llevar mochila es actuar como cuando eran muchachos ( mutilak en vasco).

Vaya simpleza, me dirán. Pues qué quieren que les diga. Se supone que el nombre no hace a la cosa o, al menos, es lo que uno esperaría oír de boca de los filólogos. Sin embargo, no sé, no sé. Lo digo a propósito de mochila, que se dice igual en las demás lenguas peninsulares (vasco, motxila; gallego y portugués, mochila; catalán, motxilla). No sé si se han fijado en que en las lenguas europeas de nuestro entorno mochila se dice backpack en inglés, Rücksack en alemán, cartable en francés, zaino en italiano. O sea que, salvo en las lenguas peninsulares, siempre se alude a una bolsa, cesto o saco, y a menudo además se sugiere que cuelga de la espalda. Esto es evidente en backpack y en Rücksack, algo menos en cartable, término formado sobre cartabulum, que era la bolsa que llevaban los estudiantes de la Sorbona para guardar los libros. La voz más opaca es zaino, que viene del gótico täinjo, «cesto de mimbre», pero al menos resulta transparente para los filólogos italianos. En todos los casos queda claro que una mochila es un bulto, una excrecencia del cuerpo que, inevitablemente, abulta. Las lenguas peninsulares, en cambio, van a su bola, tal vez porque lo de pasarse el día en el bar tomando algo es la verdadera unidad de destino en lo universal que compartimos los peninsulares. Las cuatro lenguas hacen proceder su palabra para mochila del vasco mutil, «muchacho», de forma que lo típico de la mochila no es que sea una especie de bolsa, sino que la llevan los chicos y las chicas, tous les garçons et les filles, que cantaba Françoise Hardy.

Miren por dónde en España lo de los mochileros se ha convertido en una verdadera cultura plurinacional compartida. Hemos pasado del haz bien y no mires a quien al haz mal, que todo da igual. Altos y bajos, ricos y pobres, gordos y flacos, jóvenes y viejos, progres y fachas, monolingües y bilingües, los habitantes de este culo del mundo que es la Península Ibérica, somos mochileros irredentos, gente fundamentalmente desconsiderada, que, por no tener respeto, no se lo tienen ni a sí mismos. ¡Y luego se sorprenden de las cosas que nos pasan!: criaturas?

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