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Semiótica de la ciudad

Semiótica de la ciudad

Se derrumban los muros de una determinada forma de hacer política. Empieza a construirse, casi por carambola y sucesión de catastróficas desdichas -más para este país que para sus juzgados protagonistas-, otro en teoría modelo de abordarla. El ya ex gobernador del Banco de España declaraba hace unas semanas que la corrupción no tenía un impacto apreciable en la evolución económica. El tiempo dirá si los recién llegados han aprendido la lección o si por el contrario continuaremos asistiendo a similares necias declaraciones.

La historia ha demostrado con reiteración y escarmiento que, lamentablemente, seguimos cometiendo los mismos errores, que construimos para luego destruir, y una joven artista como Natalia Rodríguez (Jerez, 1990) deja patente que a la calma siempre le sucede la tempestad. A partir de una breve e intensa recopilación de obras realizadas durante estos últimos años, el espectador recorre una serie de instalaciones cuyo inicio es contundente: un puntal de obra a la entrada de la galería. No es el espacio expositivo el que amenaza desplome, ni tan siquiera el tubo de hierro está realmente sujetando el techo, por lo que el visitante se enfrenta con la primera de las constantes de esta jerezana: ¿estamos quizás construyendo una sociedad inconsistente, sin bases sólidas en las que todos podamos apoyarnos y sentirnos seguros? Ideales que forjaron una Europa en los años 60 del pasado siglo -espacio de unión, acogida, tolerancia- parece que ya no valen sesenta años después. Se construye para luego destruir.

Frente al derrumbe, o quizás más bien en paralelo a él, la artista va levantando toda una serie de elementos que de forma aislada establecen con el espectador un determinado significado y que, sin embargo, reunidos en un mismo plano, construyen -de nuevo la misma idea- lo que podríamos llamar ciudad. Así, por ejemplo, un pilar de párking vuelve a remitirnos a la necesidad de establecer bases, apoyos sobre los que fundar un tipo de modelo de sociedad, de convivencia: todos juntos aparcados aunque respetando líneas, espacios y trayectos. El pilar es un elemento de sujeción, de resistencia frente al caos exterior. Un caos muy bien representado por ese puzzle de maderas apiladas, solido por el material con el que está realizado y a la vez frágil al menor soplo de aire o sacudida. La misma idea de inestabilidad la transmite la estructura de hierro P.R., sobre la que a simple vista podríamos pensar que resistirá cualquier empujón, pero lo cierto es que, como una pirámide de naipes, puede caer al suelo. Por tierra quedan muchas de aquellas magníficas construcciones erigidas en la Acrópolis de Atenas, símbolo de ciudadanía. Destrozadas, saqueadas, con las fotografías Athina I y II Rodríguez nos recuerda ese pertinaz gusto por la destrucción tan congénito en el ser humano.

Universo de imágenes rápidas, de acontecimientos que se suceden sin tiempo para asimilar sus consecuencias. Natalia Rodríguez, en un guiño irónico -al igual que muchos otros a lo largo de la muestra-, intitula su obra de neones 2fast2furious, como aquella película, mala para muchos y a la vez icónica para tantos: todo sobreviene de forma demasiado rápida, demasiado agresiva, o lo que es lo mismo, la sociedad del sin pensar ni analizar.

Habrá que ir viendo cómo va evolucionando esta pequeña gran ciudad a la que la artista no ha dejado de ir incorporando elementos de aquí y allá, por los distintos países en los que ha vivido y según le han ido «transmitiendo» significados. La comunicación entre las obras y éstas con el visitante, el modo en que los distintos elementos son percibidos, este juego de «semiótica urbana» con el que define muchas de sus obras. En definitiva, la manera en que cada espectador interprete ese universo de destrucciones y composiciones que se nos muestra en Mr Pink es otra de las constantes de esta, sin duda, prometedora artista.

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