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De amor y batallas: La Vita Nuova

Dante Alighieri (Florencia, c. 1265 - Rávena, 1321), venerado poeta toscano, al que se considera uno de los padres del idioma italiano moderno, dedicó su obra la «Vita Nuova» y su posterior «Divina Comedia» a ensalzar las virtudes del Amor y del corazón femenino.

De amor y batallas: La Vita Nuova

Dante Alighieri, uno de los más preclaros poetas y pensadores de la Edad Media, lector de Boecio y Cicerón, quedó marcado desde niño por una muchacha llamada Beatriz. A su búsqueda, en este mundo y en el de más allá, dedicó su vida y su obra. La Vita Nuova inicia ese recorrido, una obra que le granjeó el reconocimiento de los círculos culturales de Florencia y cuya frescura y magnetismo sigue fascinando.

Además de una antología de la poesía del joven Dante, La Vita Nuova es la historia de su amor por Beatriz. Sin ella no puede entenderse la Divina Comedia. Ese amor de juventud no se extinguirá con la muerte de la muchacha en 1290, sino que traspasará el umbral de la muerte y se convertirá en motivo de una búsqueda en el trasmundo. Un viaje que el poeta cree emprender, aunque es ella quien lo llama.

Son tiempos de guerra entre los güelfos, partidarios del Papa, y los gibelinos que apoyan al Emperador. Facciones que responden más a rivalidades familiares y ambiciones personales que a la lucha entre las repúblicas de Florencia y Siena. La batalla de la colina de Montaperti ha decantado la balanza, provisionalmente, a favor del Sacro Imperio. Los güelfos dominan Florencia, mientras que los gibelinos controlan Siena. En 1258, los güelfos logran expulsar de Florencia a los últimos gibelinos y la disputa alcanza su punto crítico dos años después, cuando los florentinos, apoyados por sus aliados de Bolonia, Lucca, Orvieto, San Gimignano, San Miniato y Volterra, movilizan un ejército de 35.000 hombres contra Siena. Los sieneses piden ayuda al rey Manfredo de Sicilia, que proporciona un contingente de caballería pesada formado por mercenarios alemanes. Siena esta comandada por Farinata degli Uberti, un gibelino florentino exiliado, que con los refuerzos ha logrado reunir un ejército de 20.000 soldados.

La batalla duró durante todo el día. A pesar de su superioridad numérica, los florentinos fueron incapaces de decantar la contienda a su favor y, al atardecer, las fuerzas de Siena lanzaron su contraataque, gracias a que un miembro del ejército florentino, Bocca degli Abati, que lucha por Florencia junto a los güelfos, pero era un gibelino de corazón, alcanzó al portaestandartes del ejército florentino, cortando su mano y haciendo caer la bandera de Florencia. En esa época, el estandarte era fundamental pues las tropas no usaban uniformes, y servía a los soldados como indicador de dónde estaba el líder y si aún estaba al mando o había caído. La pérdida del estandarte hizo cundir el pánico en el ejército florentino. Aprovechando la confusión, cientos de gibelinos florentinos atacaron a sus compatriotas güelfos conforme cargaba el principal ejército sienés. Los florentinos fueron aplastados, perseguidos por sus enemigos mientras huían. Se estima que murieron alrededor de 15.000 contendientes.

A pesar de los peligros que acechaban a los güelfos, la familia de Dante permaneció en Florencia. Allí nació el poeta y desde muy temprano se revelaron los signos de una gloria futura. En mayo de 1274 vio por primera vez a Beatriz Portinari. Era una niña de ocho años y Dante, de nueve. La muchacha «no parecía hija de mortal» y el poeta pronuncia la célebre frase: «he aquí una divinidad más fuerte que yo que viene a dominarme». Nueve años después de la citada aparición vuelve a verla, cuando ya se ejercita como poeta. El libro no es sólo una educación sentimental, sino también un diario que registra algunas vicisitudes espirituales. La obra se inicia y se cierra con una visión, propiciando una atmósfera de carácter imaginal que culminará en la Comedia. El encuentro casual con la amada, el cruce de las miradas, las ensoñaciones en la soledad de la alcoba, no son tanto episodios biográficos como etapas de un camino espiritual. No sólo el amor se adueña del alma del poeta, hay una fuerza onírica que guía su camino. Cuando muere el padre de Beatriz, al poeta se le aparece en sueños su dama muerta, camino del cielo, acompañada de un séquito de ángeles mientras las tinieblas cubren la tierra. La obra se cierra con una glorificación final de la amada donde se funden poesía y mística.

Los poemas muestran el Dolce Stil Nuovo de la lírica florentina. Frente a otros poetas provenzales, este movimiento se ha auto impuesto la condición de ser «vasallos de Amor». Entre ellos se encuentran Cavalcanti, que convierte a su amada en una diosa, mientras que Dante hace de Beatriz un arquetipo. Síntesis de virtudes y perfecciones y personificación de Amor. Se compromete a una fidelidad que no se limita a la vigilia sino que alcanza sueños y visiones, y se proyecta más allá de la muerte. Para estos poetas Amor y corazón noble eran una misma cosa. El amante debía abrazar todas las virtudes y buscar una perfección espiritual y contemplativa que no sólo ennoblecen al amante y la amada, sino que también abre una vía hacia el Supremo. Hay aquí un aroma oriental: la reciprocidad de sentimientos no es lo esencial, lo esencial es la liberación.

La hora de aquel primer saludo es la nona, el número de Beatriz. Es la primera vez que sus palabras son para ella. El dulce saludo lo embriaga y se aparta de la gente. Corre a retirarse en su estancia y, pensando en ella, le alcanza un agradable sueño. Una nubecilla de fuego que flota en su habitación. En su interior aparece un varón de aspecto terrible, congraciado consigo mismo, que habla de cosas que apenas entiende. En uno de sus brazos advierte una figura durmiente y desnuda, arropada por un paño color sangre. Reconoce en ella a su amada. El varón lleva entre sus manos algo que arde eternamente y parece decirle: «Mira tu corazón». Luego la despierta y le hace comer de aquello que en su mano arde. Su alegría se transforma en amargo llanto y, gimiendo, estrecha la mujer entre sus brazos. El poeta lo ve llevarse a la dama hacia el cielo y, angustiado, se despierta.

Como conoce el arte de las palabras rimadas, que ha aprendido de los trovadores, compone un soneto sobre la visión que saluda a los vasallos de Amor. «El Amor me parecía alegre y tenía en su mano mi corazón, y en sus brazos llevaba a mi dama, que dormía cubierta con un paño. Después la despertó, y del corazón ardiente ella con humildad comía temerosa: luego yo lo vi marchar llorando.» Desde entonces se deja gobernar por Amor y se ocupa en pensar la dama continuamente. Su cuerpo se debilita hasta el punto de que a sus amigos les desagrada verlo.

Cuando ella aparece, por la esperanza del saludo, ningún enemigo le queda al poeta. Viene hacia él una llama de piedad, que le hace perdonar a todo aquel que lo haya ofendido. «Y si alguien entonces me hubiese preguntado cualquier cosa, mi respuesta habría sido solamente ´Amor´, con el rostro vestido de humildad [€] Y si alguien hubiera querido conocer a Amor, lo podría haber hecho mirando el temblor de mis ojos». Al principio su felicidad reside en el mero saludo, le basta con el cruce de las miradas, pero posteriormente sobreviene el dolor. Se aparta a un lugar solitario para humedecer el suelo con sus lágrimas. Se aísla en sus aposentos, donde se adormece llorando como un niño al que acaban de azotar. A mitad del sueño, otra visión. En su habitación, un joven de blanquísimo vestido mira hacia donde yace acostado. Parece que lo llama suspirando y pronuncia estas palabras: «Hijo mío, ha llegado el momento de abandonar los simulacros». Le parece que llora piadosamente y que aguarda una palabra suya. Dante le pregunta: «Señor de la nobleza, ¿por qué lloras?». Y él le responde: «Yo soy como el centro de un círculo del cual equidistan todas las partes de la circunferencia. Tú, sin embargo, no eres tal centro.» E inmediatamente le comunica su encargo: «Quiero que escribas algunas palabras en rima en las que hables de la fuerza que yo tengo sobre ti por ella, y de cómo tú fuiste suyo inmediatamente desde tu infancia». Tras pronunciar estas palabras, el espectro desaparece y el sueño se quiebra.

La obra, y la Comedia que compondrá años después con idéntico motivo, es un encargo onírico y una revelación. Esta segunda visión ocurrió en la novena hora del día. Poco después escribe una balada: «Balada, quiero que tú busques a Amor, y con él te presentes a mi dama, para que mi disculpa tú le cantes€». Tras el hecho extraordinario, comienzan a combatirle y tentarle muchos y diversos pensamientos. Uno de ellos le susurra: «es bueno el señorío de Amor, que aparta el entendimiento de su vasallo de todas las cosas viles». Otro: «no es bueno el señorío de Amor, ya que cuanta más fe tiene en él su vasallo, más graves y dolorosas circunstancias ha de pasar».

Cuando unas damas preguntan al poeta en qué reside su felicidad, éste responde: «En las palabras que alaban a mi dama». Así emprende su viaje. «Yendo por un camino a lo largo del cual fluía un río claro, me vino un deseo grande de escribir». Pero piensa que no es conveniente hablar solo de Beatriz, sino de lo femenino. Lo cual no significa dirigirse a todas las damas, «sino sólo a aquellas que son gentiles y no simplemente hembras». Dante canta a la nobleza de un mundo natural divino. «Amor y noble corazón son la misma cosa [€] Naturaleza los hace cuando está enamorada. Amor es su señor y el corazón su casa. Y entonces aparece la belleza en una discreta dama».

Le sobreviene una dolorosa enfermedad y apenas puede moverse durante nueve días. Le asalta el presentimiento de la muerte de Beatriz y comienza a angustiarse. Los rostros de unas mujeres desgreñadas se le aparecen y le dicen: «Tú también morirás». Pierde la noción del tiempo y del lugar. El sol se oscurece, los pájaros caen muertos al suelo, la tierra tiembla. Maravillado y asustado por su fantasía, imagina un amigo que viene a decirle: «¿Todavía no lo sabes? Tu admirable dama ha dejado este mundo». Entonces comienza a llorar piadosamente e imagina una multitud de ángeles que cantan gloriosamente. Y le parece ir a ver el cuerpo donde había estado aquella santa y nobilísima alma. «En esta imaginación, me invadió tanta humildad por haberla visto, que yo llamaba a la Muerte y le decía: Dulcísima muerte, ven a mí, y no seas descortés€ ven a mí ahora, que mucho te deseo, pues ya llevo tu color». Tan poderosa es la imaginación de Dante que, efectivamente, la muerte villana acaba por llevarse a la noble dama. Recuerda versos antiguos: «Muerte villana, enemiga de la piedad». «Del siglo ha partido la cortesía y lo que es virtud en una dama: [muerte villana] has destruido el amoroso encanto de la alegre juventud. Quién no merezca salvación, no espere jamás recibir su compañía».

Al cabo, habiéndose recuperado un poco, se propone escribir lo ocurrido. Y entonces ocurre el tercer sueño de este libro onírico. Sentado en cierto lugar, siente un temblor en su corazón, como si se encontrara en presencia de Beatriz. Le sobreviene una visión de Amor, que parece venir de dónde su dama está. Le dice: «Piensa en bendecir el día en que yo te tomé, debes hacerlo». Y el poeta tiene el corazón tan alegre que ve acercarse a una bella y conocida dama, llamada Juana, y le sigue la admirable Beatriz. Pasan junto a él una tras otra.

Tras la visión, recupera la capacidad de reír. Trata de describir cómo influye sobre él su virtud y el día que se cumple un año de su partida lo pasa dibujando ángeles en unas tablillas. Verá de nuevo a Beatriz, con aquel vestido rojo sangre de la primera vez. Y escribe: «los ojos tengo vencidos, y no se atreven a mirar a quien los mira». Una última visión le persuade a no hablar más de su dama hasta poder tratar de ella más dignamente. «Y me esfuerzo cuanto puedo por conseguirlo, como en verdad sabe ella. Así, si quiere Aquel por quien todas las cosas viven que mi vida dure algunos años, espero decir de ella lo que nunca fue dicho de ninguna.» Y en este punto aventura su profecía: «Quiera el señor de la cortesía que mi alma pueda ir a ver la gloria de su dama, la cual contempla el rostro del eterno Bienaventurado.» Ha visto pasar a unos peregrinos y él mismo se hará peregrino, saldrá a la búsqueda de Beatriz. Pero para verla de nuevo tendrá que purificarse y esa limpieza exige un descenso a los infiernos, ver cara a cara la atadura de la codicia y el odio. Sólo de este modo se puede alcanzar «la esfera que más amplia gira», el amor que mueve las estrellas.

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