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Arúspices culturales

Cuando uno echa pestes de los profesionales que se dedican a hacer pronósticos siempre se acuerda de los meteorólogos y de los economistas. Para qué vamos a engañarnos: con demasiada frecuencia el pronóstico adverso del tiempo que hará durante el fin de semana nos hace retraernos y quedarnos en casa, mientras los hosteleros se echan las manos a la cabeza al comprobar cómo les van cancelando una tras otra las reservas. Luego resulta que no pasa nada, que luce un sol espléndido, y que todo quedó en conato. Por supuesto que el profesional te dirá que solo ha pronosticado un 80% de probabilidad de lluvia y no que estaría lloviendo casi todo el día, pero la gente no entiende estas sutilezas estadísticas y lo toma como lo toma. Los economistas son el segundo grupo de agoreros profesionales del siglo xxi: resulta que para ell@s el IBEX siempre está a punto de hundirse, que la deuda pública ya no hay quien la aguante, que el ciclo expansivo se acaba, que la burbuja va a estallar de un momento a otro?, y aquí seguimos tirando como podemos y fundiéndonos el sueldo en las rebajas y en el bar, igual que en los tiempos de Viriato, seguramente porque, aunque alguna vez acierten, los economistas casi siempre se equivocan.

Yo, la verdad, prefiero a los arúspices antiguos, aquella gente que adivinaba el futuro basándose en el examen de las vísceras de un animal. Tampoco eran mancos los que interpretaban los sueños para que el monarca supiera a qué atenerse en su labor de gobierno, profesión que más tarde se puso la bata blanca de la respetabilidad y se dedicó a inmiscuirse en la vida sexual de sus pacientes, como hacía Freud. Desde luego, tenían más mérito los primeros porque, si se equivocaban, recaía sobre ellos la venganza del soberano, mientras que los psicoanalistas siempre te cobran una pasta, cuando aciertan y cuando no. En cualquier caso, la modernidad ya no castiga a los adivinos que marraron el tiro. Ya me gustaría a mí condenar a los meteorólogos que se equivocaron a tomar el sol un día entero en la playa vestidos de buzo. U obligar al economista frívolo a vivir en ese chalet en medio de la nada y a cincuenta kilómetros del trabajo que me compré en plena euforia del annus mirabilis del pelotazo.

Bueno, pues igual de poco fiables son los arúspices culturales, esa gente que se pasa el día profetizando espectáculos espectacularmente espectaculares. Ya saben: la ópera del siglo, la novela definitiva, el estreno teatral de tu vida, el cuadro que marcará época y todo así. Menos humos. La cultura española actual es bastante deprimente y la valenciana tampoco está para echar cohetes que digamos. Uno esperaría que la vieja función de la crítica responsable fuera asumida por algunos valientes, que la madurez del trabajo de un artista se considerase un valor y no un baldón vergonzante, que se entendiese que la primera obra de un autor jovencísimo no es motivo de alharaca, sino casi siempre una ocasión para tirarla a la papelera y seguir adelante (es lo que Clarín aconsejó a Valle Inclán cuando le mandó una obra primeriza y este se lo agradeció).

La cultura actual se confunde con la publicidad e imita sus técnicas propagandísticas. Yo me lo pensaría. ¿No se dan cuenta de que uno está cambiando continuamente de marca de yogur, de tienda de ropa, de modelo de automóvil?, porque en realidad no sigue su gusto, sino el que le dictan los anunciantes? Pues en el mundo cultural valenciano y español hace tiempo que está pasando lo mismo. Por eso no pintamos nada allende los Pirineos, y el que no me crea que compre cualquier fin de semana media docena de grandes cabeceras internacionales y cuente los españoles que aparecen en sus suplementos culturales. Nos hacen falta arúspices culturales, pero de los buenos, de los que remueven las entrañas de las obras y adivinan la promesa que hay detrás de ellas y que casi siempre está al margen de las modas tontorronas del best seller y del espectáculo. Amén.

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