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Poesía y tradición

Poeta de reconocido prestigio y vasta cultura, profesor de literatura en universidades españolas y norteamericanas, Guillermo Carnero aceptó nuestro reto para seleccionar a los mejores poetas de la tradición occidental a lo largo de la historia en apenas unas líneas

Poesía y tradición

¿Quiénes son los poetas más importantes de la tradición literaria occidental, vista a comienzos de este siglo xxi? La pregunta no puede afrontarse sin tres observaciones preliminares. La primera, que la poesía como género -entiéndase la poesía culta- no tiene en sí misma ninguna importancia, o la tiene minúscula en una sociedad como la nuestra, donde la educación lleva varias décadas fracasando por voluntad de las autoridades políticas, que la gestionan para formar una masa de despistados insensibles a toda motivación que no sea seguir los cencerros de la publicidad y del pensamiento único. La segunda, que en efecto debe hablarse de poetas en plural y no en singular, porque toda actividad meritoria es y ha sido siempre obra colectiva, y sólo los fanáticos y los ignorantes pueden creer lo contrario y andar corriendo tras un único líder. La tercera, que nadie puede dar una respuesta que se pretenda de alcance universal, porque los gourmets de la cultura prefieren la carta al menú.

Yo diría que debemos empezar por Grecia y Roma, ya que allí y entonces se pusieron las bases de nuestra cultura occidental, a la que habría que llamar grecorromana antes que cristiana. De Grecia y Roma yo destacaría a Teócrito, Horacio y Virgilio, por haber creado el ideal del ser humano en armonía con la naturaleza y consigo mismo. En cuanto a la realidad del amor, más acá del paraíso, Catulo, Propercio, Ovidio y Tibulo; los cuatro por sondear los espacios de la emoción, el primero por hacernos ver que la naturaleza humana no está reñida con la espiritualidad, y que los sentimientos no se degradan al llamar a las cosas por su nombre.

De la Edad Media mis poetas preferidos son Juan Ruiz (el arcipreste de Hita) y Francisco Petrarca. El arcipreste por su prestidigitación intelectual al afrontar las relaciones entre hombre y mujer; Petrarca por su metafísica amorosa, unión de pensamiento, placer, contienda y lamento.

Del Renacimiento, Garcilaso de la Vega, porque añadió al bagaje petrarquesco la acuñación del verso endecasílabo, el más musical y grato al oído de cuantos existen en español, el único que puede ser a la vez conversacional y metafísico, el que nunca fatiga en los poemas extensos, el que en ellos no es tan excesivamente ligero como el octosílabo, ni tan pesado como el alejandrino, ni tan artificioso como el dodecasílabo y cualquier otro, excepto el eneasílabo.

Del Barroco a Luis de Góngora, el que dio al verso español el rango de obra de arte que nadie ha superado, el autor de la obra capital de nuestra literatura, la Fábula de Polifemo y Galatea. Junto a Góngora, Quevedo, Villamediana y dos ingleses, John Donne y John Milton. Villamediana y Donne por insertar magistralmente pensamiento en la lírica, Milton por su uso del verso blanco (sin rima).

Del xix dos ingleses, Percy B. Shelley y John Keats, un italiano, Giácomo Leopardi, y un alemán Friedrich Hölderlin, por mostrarnos cuánto gana el intimismo romántico unido a la tradición clásica. Nuestro Rubén Darío por su imaginación abierta a todas las épocas y tradiciones, y su técnica insuperable del verso, culminada en la Epístola a la señora de Lugones. Un francés, Charles Baudelaire, por asomarnos a los ámbitos más oscuros y menos autocomplacientes de la espiritualidad. Los creadores ingleses del monólogo dramático (Robert Browning, Alfred Tennyson), y su mejor émulo en la poesía española, Luis Cernuda. Del siglo xx me quedaría con Cernuda y con Jaime Gil de Biedma, que fue una brillante síntesis de Baudelaire y Catulo.

Me dejo muchos en el cajón y en el tintero, pero aún así excedo el folio concedido.

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