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El saber entusiasta del profesor: Emilio Lledó

Emilio Lledó Levante-EMV

La colección KRK Ediciones.Pensamiento ha publicado los dos volúmenes que acompañan a esta nota y en los que se presentan los textos que recogen el magisterio del profesor Lledó, dado a conocer con motivo de actividades académicas o bien al ser entrevistado en distintos medios de comunicación. Una conjunción de afecto, rigor intelectual y conocimiento de la profesión, ha dado de sí una edición que alcanza la perfección editorial y hace justicia a un propósito nuclear del pensamiento de E. Lledó: poner sus reflexiones a la mano de esa amplia capa de población a la que siempre ha considerado y buscado como objetivo de sus reflexiones. Y, a decir verdad, lo ha logrado.

Lledó nunca condenó su mensaje a pervivir exclusivamente en el mundo académico. Tal modo de pervivir lo consideró como la peor de las traiciones a las que la filosofía podría verse sometida. En compensación cabe afirmar que el profesor Lledó siempre ha tenido y encontrado su lector cuando nos mostraba su fascinación ante el poder de la palabra, del texto. Las 1.300 páginas que recogen estos volúmenes salen al reencuentro de ese lector y destilan una personalidad que tiene un fuerte sentido social y que evoca como «una bella experiencia» las clases impartidas en una cafetería de Heidelberg a emigrantes que «no habían recibido ni clases de gramática española».

Estos textos, consideradas sus dimensiones y forma de decir, invitan a su lectura porque el pensamiento vertido en los mismos goza de plena actualidad tanto por el análisis y caracterización de la situación en la que vivimos, como por los principios expuestos para hacer frente a problemas endémicos, como, por ejemplo, el de la educación. ¿Por qué ha sido reclamado el profesor Emilio Lledó por los medios más dispares? El juicio emitido por J. Á. Canal hace justicia a tan selecta e intensa demanda: en razón de «su enorme y contagiosa capacidad de transmitir conocimiento y entusiasmo por la filosofía y el saber». Estas mismas páginas son una muestra más de algo que ha sido ganado desde sus clases y sus textos: «una nutridísima fratría de discípulos, admiradores y atentos seguidores de sus libros, artículos e intervenciones públicas, cuyo vivo aglutinante es la simpatía, ese sentimiento común de apreciar sus reflexiones, de compartir un punto de vista que dista de ser escéptico pero que es inequívocamente antidogmático, y de desear aprender de su sencillez, tan alejada del envaramiento pretenciosamente docto, así como de su machadiano ser, en el buen sentido de la palabra, bueno» (J. Á.Canal). Dar cuenta de ese machadiano ser bueno y de su invitación a la lectura de los clásicos constituye todo un programa y forma de pensar y vivir del que nuestras aulas como la misma sociedad siguen tan distantes como necesitadas.

El lector de estos textos va abriendo una posibilidad, va aceptando que podría «ocurrir que en esta época tecnológica, con tantas posibilidades de comunicarse, con tantas formas de oír la voz y sus palabras, nunca hubiéramos estado más obnubilados, más mudos, más inermes». Y el lector de la mano de Lledó se ve arrastrado al análisis de esa posibilidad. ¿Por qué no prestar atención a «la manipulación más o menos consciente de las palabras, ya vacías, que ponemos en circulación?». No es banal que un lector acepte esta pregunta como una pregunta real.

Análisis de la educación

Cuando las reformas se suceden para corregirse o para satisfacer a los grupos de presión, cuando solo se acumulan fracasos sobre posibles acuerdos para reorganizar la educación, desde la escuela a la universidad, la propuesta de E. Lledó recupera todo un espacio que los encargados de ello no han sabido llenar. Estos escritos pueden tener un gran interés porque otorgan un lugar preeminente al análisis de la educación; se reconoce que «uno de los grandes problemas de nuestro tiempo (€), de nuestro país es el problema de la educación». Y sentado este diagnóstico, sorprende la lucidez, la claridad y la crudeza con que se rebate tanto al político como al pedagogo; el primero ha llegado a creer que puede mejorar esa educación poniendo un ordenador sobre cada mesa ocupada por un escolar pues «ese instrumento tiene poco que ver con la educación. Educar es liberar, hacer pensar. Y ese pensamiento se va formando en el trato con las palabras, en el amor que sepamos despertar a través de la lectura». El segundo se siente en uno de sus mejores momentos porque se ha hecho con el lenguaje de las reformas, de los planes de estudio, de la determinación de los objetivos y de la satisfacción de la demanda, pero ha colaborado en favorecer el olvido de un principio fundamental: la docencia ha de considerarse como un espacio en el que el profesor «manifiesta su propia y particular experiencia intelectual, su larga marcha viva a través del saber del que puede ser especialista». A unos y otros les recuerda que la calidad del sistema político puede medirse en razón del trato dado a la educación: «Que€ no se haya logrado el efectivo aprovechamiento por todas las capas de la sociedad y siga recayendo en los más débiles la incultura es algo que no encaja con la cacareada democracia».

Estamos ante unas páginas que obligarán a revisar nuestras valoraciones, nuestro cansancio y que, por otra parte, mantienen con claridad principios que deberían quedar claros de una vez por todas. Este es el caso cuando se defiende que «el engancharse al subsuelo de humanismo es lo único que nos puede salvar». Para ello debemos de recuperar las virtualidades de la Institución Libre de Enseñanza, a la que no duda en calificar como «estimuladora y creativa», mucho más moderna que «nuestros modernistas tecnólogos». Denuncia el olvido y postula la recuperación.

El alcance de esta censura tiene unas dimensiones que solo se perciben cuando se aprecia cómo reitera de modo claro, insistente y preciso el ideal que debería de perseguir el maestro: «Es necesario un planteamiento innovador y revolucionario, no de metodologías y sistemas pedagógicos, que a veces encierran enormes trampas, sino de amor al arte, a la matemática, a la cultura. El amor es el principio del conocimiento». Y este principio se recupera en cada caso, en cada entrevista: «La educación, tanto como trasmitir contenidos, debe trasmitir amor hacia la materia que enseña. La vida intelectual es una transmisión amorosa. Esta proclividad hacia los otros, ese enlazar a los alumnos con los intereses comunes que los apasionen y dirigirlos hacia determinado saber es una de las misiones fundamentales del maestro». Mantener este ideal frente a las ofertas de «los mercachifles» de la enseñanza se convierte en una reivindicación que hemos sentido como la verdaderamente salvadora del quehacer docente y de la ilusión que anima el esfuerzo del discente. La reiteración en el mensaje puede adoptar distintas formas, pero este principio siempre queda a salvo y, por ello, no duda en reconocer que puede «haber gente preparada» en el sector de la enseñanza, pero se precisa que «tengan la suficiente sensibilidad (€) para demostrar que se ama lo que se enseña». Y, por supuesto, debe quedar claro que «la universidad es apasionamiento por los conocimientos» y que, provisto de esta concepción de la docencia, Lledó enfrenta las preguntas del entrevistador y aporta en cada caso propuestas muy concretas («poner en contacto al alumno con unos textos determinados», «el espacio universitario tiene que tener soledad», «soy un defensor decidido de la educación pública») y sin eludir las advertencias de las que la docencia está muy necesitada; este es el caso cuando defiende que «la transmisión de un autor contemporáneo no garantiza la calidad de la enseñanza», cuando denuncia que «la enseñanza se convierta en un objeto de manipulación económica e ideológica», o bien cuando pone toda su lucidez en destacar una finalidad muy dejada de lado: «la universidad tiene que ser creadora de cultura moral». Debe «generar moralidad».

Ante estas reflexiones ¿quién no comparte la necesidad de revisar estas páginas para tomar posición en el presente? Los docentes tienen ante sí un reto: hacer suyo alguno de los principios que he destacado y que, por supuesto, no agotan la riqueza de estas páginas. Todo lo contrario.

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