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Intervalos de oportunidad

La autora de Capitalismo y cuerpo es una investigadora cuajada en la antropología urbana y en el feminismo, con una amplia experiencia docente, intelectual y vital, de ahí que este libro no sólo se lea con suma facilidad, sino que aporte muchísima información sobre la historia occidental, su cultura y su arte.

Fernández Martorell traza una estructura elemental que explica el porqué las mujeres son las grandes ausentes de dichos ejes identitarios: para excluirlas del poder, la razón masculina se convenció de que las mujeres no eran más que personas bellas e inútiles, sin acceso a la inteligencia preclara de los varones. Así pues, las cosificó, las convirtió en seres inferiores, sujetas a reglas sociales y privadas, externas e internas - cómo vestir y comportarse, pero también qué hacer y qué (no) pensar-. Por supuesto, la normativa venía aparejada, como siempre, con los preceptivos premios y castigos (más desproporcionados estos últimos), de manera que, para cuando el Humanismo se instaló en nuestros pagos, las mujeres habían aprendido que «lo mejor, lo más prudente, era vivir adscrita a un hombre, pertenecerle, disponer de un cuerpo conforme a ordenanza».

Puesto que las mujeres no habían sido dotadas de inteligencia, y para evitar que cundiera el mal ejemplo de las excepciones conocidas que confirmaban tal regla, los doctos varones decidieron que no tuvieran acceso a la escritura, así no mancillarían con su osada ignorancia los libros sagrados. De aquí a excluirlas de todos los estudios reglados sólo hubo un paso, tan fácil de dar que las mujeres tuvieron que luchar a brazo partido desde la segunda mitad del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX para poder cursar estudios universitarios, que se les reconociera su título para poder trabajar y que se les admitiera como docentes e investigadoras.

Todo esto se explica en este libro, cuyo tema sintetiza su autora: «el devenir de los cuerpos desde que se inauguró el sistema económico-político capitalista hasta hoy». Un devenir que pasa por la criminalización del cuerpo femenino (brujas, prostitutas y adúlteras) y por su medicalización («cosas de mujeres», inestabilidad emocional y desarreglos nerviosos).

Uno de los ejemplos más bizarros que ofrece la autora procede de la antropología, cuando «los hombres aseveran que todos los recursos alimenticios que recoge la mujer de la tierra proceden de las prácticas religiosas que ellos activan, provienen del trabajo ritual que el hombre realiza». Fenández Martorell quiere creer que esta línea de pensamiento es historia pasada y que los cuerpos «viviendo en humano», sin etiquetas de raza o adscripción sexual, se han ganado el derecho a la individualidad, a la diversidad y a la diferencia.

La misma editorial, Cátedra, ha reeditado en estas fechas, en la Colección Feminismos, un libro clásico, Ni putas Ni sumisas, publicado en Francia en 2003. El título hace alusión al movimiento del mismo nombre iniciado por las mujeres inmigrantes de las barriadas parisinas, quienes tuvieron que sufrir la intolerancia, no ya de unos padres educados en una cultura estricta y distinta, sino de unos hermanos varones frustrados en su hombría al ser considerados inferiores por los blancos «de sangre francesa».

La cruel paradoja de estas mujeres es que «desde fuera se nos percibe como sumisas y desde dentro se nos llama putas. Las dos cosas son falsas». El detonante de su asociacionismo fue el asesinato en París de una mujer de 18 años en 2002 por los varones de su entorno, por no plegarse al modo de vida exigido por ellos. Su hermana mayor se rebeló y buscó el apoyo de otras mujeres para clamar contra tamaña tiranía.

El movimiento alcanzó repercusión nacional e internacional, y aunque no se solucionaron todos los problemas, al menos se suavizó la represión secular contra las mujeres de estos grupos desfavorecidos. El libro narra la situación de desamparo en que vivían y la gesta que hubieron de emprender para mejorar parcialmente sus circunstancias.

Se destaca a lo largo del texto una palabra clave: tolerancia; aparentemente, esta es una de las actitudes más difíciles de conseguir en la sociedad contemporánea en general. Se cita en el epílogo a Juan Goytisolo, que apela a cosas tan obvias y tan inalcanzables como el respeto estricto a la ley, el derecho de ciudadanía y la libertad individual - el «vivir en humano», sin otros condicionamientos, a que se refería tan sencilla y sabiamente Fernández Martorell.

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