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Política retórica

El lenguaje que conocemos no sólo es una parte sustancial de la realidad, sino que crea la sustancia misma de la realidad que conocemos, aunque nos resulte difícil definirla. Está claro que buena parte de la realidad no es de naturaleza verbal: no lo son la fiebre, ni los dolores de cabeza, ni los mendrugos de pan, ni los polímeros sintéticos. Pero lo cierto es que para explicarnos todos esos asuntos, para fabricarlos, para vencerlos, para sufrirlos con entereza, necesitamos el lenguaje, lo que significa, a efectos prácticos, que la realidad y el lenguaje constituyen una unidad indivisible. La discusión acerca de sus diferencias y relaciones, de su mutua atracción y de su repelencia mutua representa un ejercicio intelectual de gran atractivo, pero es mejor dejarlo para los virtuosos del pensamiento.

La política es una actividad retórica que confirma esta unión necesaria entre las palabras y las cosas. Los hechos de la política nacen siendo declaraciones, se desarrollan como actos acompañados de discursos, y mueren transformados en consecuencias refrendadas o no mediante alocuciones y peroratas. Dime cómo hablan y te diré quiénes son. Dime cómo adjetivan y te diré qué quieren. Dime cómo citan y te diré qué buscan.

Las guerras estallan antes en los periódicos y en los libros que en los campos de batalla. Las revoluciones siempre se han gestado antes en los ensayos de unos cuantos ideólogos y en los panfletos que en las tomas de los Palacios de Invierno. Las épocas sombrías de la historia se han acompañado siempre de arengas maximalistas y de proclamas insulsas.

Vivimos un período retórico bastante chungo, que mezcla en proporciones distintas, según el cocinero y sus intenciones, la soflama y la cursilería, el insulto y la afectación. Nada nuevo bajo el sol de las palabras, sí, pero una nueva forma de tenderse en la arena para dejarse broncear: una mezcla, también, de afectación e insulto, de cursilería y soflama.

Los discursos de apariencia dura, de vocabulario machote y belicoso, están salpicados de bastante ridiculez íntima y exterior. La ultraderecha planetaria airea el odio y los miedos ancestrales hacia los diferentes, pero apela a la libertad y la dignidad humanas. El racismo científico de los nacionalismos invita a la acción de choque, pero la envuelve con lacitos, sonrisitas y golpecitos de pecho. Cada vez que los del púlpito reclaman a la población que esté a la altura de las circunstancias históricas, las circunstancias históricas acaban diezmando la población.

La autoayuda ha hecho mucho daño universal. Demasiado Me gusta, demasiado retwuitteo insípido, demasiado mensajito complaciente con amaneceres edulcorados, demasiada publicidad para la pandemia botarate. Se está alimentando un tipo de lector elemental que consuma la retórica precocinada del «No importa lo cerca que estén tus caídas, sino lo lejos que llegues cuando te levantes», del «Cada vez que pierdes una oportunidad, ganas la mejor de las ocasiones». Las pequeñas y grandes catástrofes comienzan con un lema hueco.

Corren malos tiempos retóricos, porque corren pésimos tiempos lectores. Hubo una época no muy lejana en que a quien nos venía con imperativos vocingleros -Apretad y todo lo restante- lo mandábamos a paseo por tonto peligroso.

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