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Fran Silvestre, reinscribiendo la tradición mediterránea

Hace unos meses la revista norteamericana Bloomberg, una de esas publicaciones de referencia de las grandes compañías de negocios, le dedicaba un elogioso artículo; el autor escribía: «Fran Silvestre está construyendo algunas de las mejores casas del mundo». No era la primera vez que la arquitectura de Fran Silvestre (València, 1976) recibía los cumplidos de la prensa internacional. Sus construcciones, esa «audacia estructural» que señala el crítico de arquitectura David Cohn en una de las monografías dedicadas a la obra del arquitecto valenciano, hace tiempo que habían saltado a las páginas ilustradas de las revistas de arquitectura y diseño. «Mi destino profesional, la arquitectura, se puede decir que ya estaba trazado desde la infancia, cuando era pequeño recuerdo que me gustaba construir cosas, y por otro lado, provengo de una familia de ingenieros y eso también influyó, mi bisabuelo, Valentín Silvestre fue un ingeniero e inventor muy reconocido en su tiempo y que poseía una gran creatividad».

Una nueva monografía La belleza eficaz (Libria/Arianuova) con sello italiano reflexiona sobre la obra de este arquitecto que después de su paso por la Escuela de Arquitectura de València, encontraría su «piedra filosofal» en la figura del arquitecto portugués Alvaro Siza. «Trabajar con Siza para mi fue determinante» señala Fran Silvestre. En el estudio de Oporto aprende que la mente de un arquitecto es como «un cargador, una batería a la que le llegan muchas cosas y la formación de un arquitecto es precisamente asimilar la información». Junto a Siza profundiza en ese juego de encuentros y miradas, de espacios y formas que recorre la arquitectura. «Los grandes arquitectos son, a veces osados, y otras veces perfeccionan sus ideas hasta el final» le ha escuchado decir al arquitecto portugués. De regreso a València, y ahora ya con su propio estudio -fundado en el año 2004- Fran Silvestre desarrollará algunas de las enseñanzas. Una «osadía» que en su caso se refleja en esa vivienda conocida como La Casa del Acantilado situada en la Costa Blanca que parece volar sobre el mismo Mare Nostrum. «Este proyecto significó sin duda uno de los grandes retos para el estudio». «La parcela era de gran complejidad y además los propietarios nos pedían que la casa tuviese una sola planta. Para ello, generamos un proyecto que funcionase como dos libros de tapa dura, primero uno abierto en forma de L y luego otro cerrado encima, que es donde se desarrolla la vivienda. De esta manera evitábamos los movimientos de tierra y además resultó más económico que realizar una plataforma horizontal y rellenar la pendiente de tierra como ha sido habitual en las construcciones de la zona».

Las imágenes de La Casa del acantilado (2012) han abanderado en todos estos años el ADN icónico del estudio de arquitectura Fran Silvestre. «Más que hablar de estilo o lenguaje, que tendrían que ver con la caligrafía o tipografía con la que se escribe un texto, nos gusta pensar y trabajar en el contenido del mensaje. Y para cada proyecto, la historia y el mensaje siempre es diferente». La utilización del hormigón, ahora revestido de blanco, remite a la herencia de Souza. «Cada proyecto necesita unos materiales y una forma de aplicarlos diferente». «La utilización del color blanco como distintivo responde por una parte, a la propia tradición mediterránea y que tiene que ver con la ubicación de los proyectos en los que solemos trabajar. Y otra objetiva, que tiene relación con el trabajo en climas más calurosos, donde el color blanco funciona muy bien».

Desde los primeros tiempos, el estudio colabora con el diseñador e interiorista Andrés Alfaro Hofmann, una asociación que sin duda ha supuesto una relación en forma de vasos de comunicantes entre arquitectura y diseño. Una creatividad compartida. «Gracias a Andrés el estudio pudo tener las primeras oportunidades y seguimos disfrutando de trabajar cada día conjuntamente. El trabajo que desarrolla como diseñador en el estudio es importantísimo». Aunque una buena parte de sus trabajos se encuentran fuera de la ciudad de València o han traspasado las fronteras, no renuncia a su compromiso con una ciudad más sostenible. «En relación con la zona del Ensanche, la arquitectura de los patios interiores de manzana. Estos espacios estaban pensados originariamente como jardines, pero poco a poco se han transformado y el resultado es un conjunto de cubiertas de establecimientos comerciales. Estas cubiertas podrían convertirse en jardines, rehabilitando estas zonas y mejorando la calidad de vida de la ciudad». Sus próximos destinos pasan por Pekín, Los Ángeles y una isla de Croacia.

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