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Yonquis y farmacias

Drugstore Cowboy, la novela negra que sigue la vida de estrés de un drogadicto delincuente

«Entré en la farmacia, me abrí paso hasta los dos armarios de madera que colgaban de la pared trasera, y allí estaba, una auténtica fortuna esperando a que la pillara. Había benzos, dilaudid, morfina, cocaína, alvodina, pantopón, desoxyn, ritalín, dexedrina, preludín y percodán. Me llevé la maldita farmacia entera».

Es Bob Hughes, personaje principal y narrador de Drugstore Cowboy, quien habla. Varón, blanco, 35 años y adicto desde la adolescencia, es el mejor ladrón de farmacias de la costa Oeste de los Estados Unidos. Planea los golpes y los ejecuta junto a su banda -Diane, Nadine y Rick- que trae de cabeza a los agentes de policía Gentry y Halamer. Esta novela negra, que cuenta desde dentro y sin compadecerse el abismo de la adicción, tiene la peculiaridad de haber sido concebida por James Fogly (Elcho, Wisconsin, 1936 - Monroe, Washington, 2012), al igual que el personaje de Bob, un adicto que atracó farmacias incluso después de que una de las diversas novelas que escribió en presidio -la única que se ha publicado de momento- le diera fama gracias a la película que Gus Van Sant hizo sobre ella en 1989, con Matt Dillon en el papel de Bob Hughes y William Burroughs interpretando al viejo Tom, un adicto decadente en el que Bob se ve reflejado. Tras la adaptación cinematográfica, y gracias a los arreglos del guionista Daniel Yost -Fogle había estudiado solamente hasta sexto grado y tenía evidentes problemas con la gramática y la trama- la novela se publicó con éxito y Yost fue el depositario de otras obras que Fogle -hijo de un soldador que lo maltrataba, ladrón desde la adolescencia y especialista en farmacias para mantener su adicción- iba escribiendo durante sus frecuentes estancias en prisión. De hecho seguiría escribiendo hasta su muerte, que le pilló cumpliendo condena por el atraco a una farmacia en Seattle en 2010.

Desde mediados de los años cincuenta, y pese al éxito de Drugstore Cowboys y, con ello, a la posibilidad de cambiar de vida, según él mismo manifestó, «nada fue realmente diferente? Siempre volví a lo que sabía». Un tipo de vida que no es nada sencilla, como Bob Hughes le manifiesta a su compañera Diane en Drugstore Cowboys: «Nunca te prometí un jardín de rosas. ¿Quién te dijo que ser una drogata era pan comido? Coño, es la hostia de duro, eso es. No es otra cosa que trabajar a destajo de sol a sol. No hay ni un solo currela de la construcción, haciendo dos turnos al día, que saque adelante tanto trabajazo y se estrese tanto como nosotros, y lo sabes. Y una vez que aflojas, estás perdido».

La adicción, además, como le dice Bob a la señora Simpson cuando entra en un programa de rehabilitación y ésta le pregunta por qué consumía estupefacientes, tampoco se explica fácilmente: «Cuando le pregunta a un drogadicto por qué consume droga, es como si le preguntara a una persona normal por qué le gusta el sexo. Y supongo que cada persona le dará una respuesta diferente: porque se sienten bien, porque no pueden resistir el impulso, porque es un aspecto del amor, únicamente para tener niños. Señora Simpson, los drogadictos le darán las mismas respuestas, con excepción tal vez de la última».

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