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Entrevista

Adela Cortina: "La polarización es uno de los problemas principales hoy en la política"

Maestra y discípulo, dos profesores universitarios, conversan sobre ética y filosofía y además sobre las fuerzas magnéticas del momento, que decía Sartre.

Adela Cortina: "La polarización es uno de los problemas principales hoy en la política"

Nos citamos en su despacho sito en el sexto piso de la Facultad de Filosofía y CCEE. Si se dice que los edificios tienen vida propia, dicho espacio lo tiene más todavía porque es el centro de una muy reputada actividad docente y, en general, de una sobresaliente carrera universitaria. Un maratón en el caso de Adela Cortina que se nutre de incontables artículos, proyectos de investigación de excelencia y varias decenas de libros publicados. El último, Aporofobia rechazo al pobre (Paidós), está teniendo gran repercusión, como prueban los premios recibidos (Premio Sancha de los editores, Premio de los críticos valencianos€), además de haber sido admitido el concepto creado por la Catedrática de Ética en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, y de haber sido considerada como palabra del año de 2017 por Fundéu.

El despacho de Cortina no tiene paredes: su actividad académica siempre ha estado abierta a los debates fundamentales de nuestro tiempo. De ahí sus conferencias, artículos de prensa y los señalados libros que han calado tanto en el ámbito académico como en un número cada vez mayor de lectores que siguen su impagable estilo y profundo esfuerzo aclaratorio. Nuestra conversación adquiere el tono de «maestra» y discípulo.

Enrique Herreras: Cuando estudio Filosofía me encuentro en un ámbito universitario en el que predominan conceptos como «posmodernidad» y «escepticismo». En ese ambiente, me atrajeron sobremanera las ideas de una profesora que impartía sus clases desde paradigmas distintos.

Adela Cortina: Me gusta decir que mi filosofía tiene dos raíces, una germana y otra hispana. La hispana sigue la línea de Ortega, Aranguren, Marías€, y la germana de Kant y la Ética del discurso.

E. H.: Tu predilección por la filosofía kantiana te hace viajar a Alemania, y te encuentras con la señalada Ética del discurso desarrollada por J. Habermas y K. O. Apel. ¿Qué aportó esta filosofía tanto a ti como a la filosofía española del momento?

A.C.: Me aportaron mucho. En la Transición política existía una preocupación por ver si se podía encontrar una ética «seria» cívica común a todos los españoles, o si, por el contrario, estábamos abocados al politeísmo moral, a distintos códigos que no se pueden poner de acuerdo. El reto, como intelectual, era encontrar una filosofía moral que tuviera un fundamento para esa moral cívica. La ética kantiana, que siempre me pareció extraordinaria, tenía alguna insuficiencia al ser monológica, es decir, la del individuo que trata de ver cómo se universaliza el imperativo que está en su conciencia. El gran descubrimiento, en Frankfurt, fue la percepción de una ética kantiana que tenía pretensión de universalización, pero no a partir de un monólogo, sino a través del diálogo de los afectados para determinar si una norma es más justa. Me parecía una ética óptima para fundamentar la moral cívica de una sociedad pluralista.

E.H.: Hoy podemos decir que A. C. ha logrado lo más difícil, tener una voz propia en el panorama filosófico actual. Una voz que ya tiene nombre y apellido: «Razón cordial». Una voz que ha ido ofreciendo calidez a una filosofía considerada como fría y formal.

A.C.: Cuando, en 1985, publico un libro sobre Apel, Razón comunicativa y responsabilidad solidaria, ya señalé algunos límites a la Ética del discurso. Invité al propio Apel a realizar un epílogo para que pudiera contestar a las limitaciones que expuse y que se centraban, sobre todo, en el déficit de motivación para cumplir las normas. Me pareció que era interesante hacer una antropología de la ética, y preguntar qué elementos son necesarios para poder formular juicios sobre la justicia. Me di cuenta de que estos elementos no solo eran formales, sino que también estaban relacionados con valores y sentimientos.

E.H.: En tu caso, si la ética discursiva habla de dialogar en serio sobre la justicia, le ofreces un pulso vital como queda patente en esta cita tuya: «¿por qué alguien va a querer dialogar en serio sobre lo justo y lo injusto si no aprecia el valor de la justicia?».

A.C.: No solo hace falta la motivación para actuar, sino la motivación para preguntarse: ¿para qué alguien puede querer entrar en un diálogo con el propósito de perfilar qué es lo justo o injusto si efectivamente no aprecia la justicia? Si no se responde esto, podemos acabar en un simulacro.

E.H.: Vemos, por tanto, que hay en tu filosofía una propuesta complementaria a la Ética del discurso. ¿O hablamos de una alternativa?

A.C.: ¿Qué quiere decir alternativa? ¿Cambiamos una cosa por otra? Otra cosa es pensar en sentido hegeliano: de diferentes elementos sale un tercero que contiene todo lo mejor de los dos anteriores. Es una alternativa, no y sí, porque ya no defiendes una teoría en su factura originaria, sino que toma otro nombre y otras connotaciones.

E.H.: Todavía estamos absortos por la posmodernidad, por esa defensa, por resumir, de Lyotard de los «pequeños relatos» frente al dominio de los grandes en la modernidad. Pero, el problema no son tanto los pequeños relatos, sino cuando ya no hay relatos.

A.C.: Nunca me he sentido posmoderna. Tampoco veo la definición de una sociedad líquida (Bauman). Esto me hace regresar al tema de la justicia. Cuando el movimiento feminista dice que las mujeres hemos sido relegadas, alienadas, no están haciendo un planteamiento relativista, ni líquido. La sociedad parecerá líquida pero hay muchos elementos sólidos. Persisten una gran cantidad de exigencias sólidas. Por eso me he mantenido en ese tipo de éticas que tienen elementos incondicionados relacionados con los derechos humanos.

E.H.: En tu obra hay una relación muy clara entre ética y filosofía política. En tu libro Democracia radical y éticas aplicadas, describes una democracia radical en la que las éticas aplicadas tienen un papel muy importante. De manera concreta diriges una asociación como Étnor€

A.C.: Efectivamente, hay que diferenciar la sociedad civil del Estado. En una democracia, es necesario que los profesionales funcionen y no solo la política. La idea es que no podemos ser solo buenos técnicos, sino buenos profesionales. Encontrarte con un buen médico, o un buen profesor, es lo que da riqueza a una sociedad.

E.H.: ¿Hubo algún tipo de rechazo al concepto «aplicado» desde el ámbito académico?

A.C.: A partir de los 80, en el campo de la ética, cambiamos el empeño de fundamentar por la preocupación por ver cómo se aplican esos principios en cada esfera de la vida. Esto no fue bien visto por quienes pensaban que ese paso significaba ensuciarse demasiado con la vida cotidiana. Con el tiempo han obtenido un gran éxito ya que ha calado su sentido la búsqueda de orientaciones en diversos sectores (médicos, empresarios, periodistas, etc.). Cada vez que la UE debate un problema, lo primero que hace es reunir a un grupo de expertos. El aumento tecnológico nos pide orientaciones éticas.

E.H.: Otra herencia del pensamiento posmoderno: hemos jugado, tanto con la verdad que finalmente el resultado es la posverdad. Por ejemplo, en los medios de comunicación.

A.C.: Yo creo que el punto de vista del buen periodista sigue comprometido con la verdad. Hay medios muy serios que, a pesar de que haya sesgos, tratan de comprobar sus noticias. El problema lo veo más en las redes, donde hay de todo.

E.H.: No me gustaría caer en el tono trágico habitual, pero parece que si no se cambia la política, la economía y la cultura neoliberal, nuevas tensiones se abrirán. Y ya hay bumeranes que nos están rebotando. La ultraderecha está reapareciendo, como ha ocurrido con la gran cantidad de votos que ha obtenido Jair Bolsonaro, alguien que ha confesado su misoginia y racismo, en la primera vuelta de las elecciones brasileñas. He oído algún testimonio que señala que da igual su ideología, porque lo importante es la gestión.

A.C.: Comprendo que la gente esté harta de los partidos tradicionales por muchos motivos, por la corrupción, por la mentalidad del cortoplacismo, la sensación de que todos los días son elecciones, pero las soluciones «antisistema» son peores.

E.H.: ¿Hoy están en crisis los partidos socialdemócratas o la socialdemocracia?

A.C.: Los partidos socialdemócratas. Llevan tiempo muy pendiente en sus luchas internas y no terminan de saber exponer su mensaje. De lo que quieren proponer y de lo que quieren hacer.

E.H.: ¿La socialdemocracia sigue siendo un antídoto al populismo?

A.C.: La socialdemocracia es la mejor propuesta que hemos creado ya que está relacionada con el concepto de democracia liberal-social.

E.H.: Uno de los síntomas que percibo en la actualidad es que estamos pasando de la apatía a una repolitización de la sociedad, pero desde la polarización.

A.C.: La polarización es uno de problemas principales hoy en la política. No es nuevo, ya que el simplismo de reducir todo a dos posiciones tiene una base cerebral. Al cerebro le viene bien jugar con solo dos variables. Hoy se habla de otras polaridades (la casta y nosotros), pero no dejan de ser lo mismo: la tendencia a captar mensajes simples sin entenderlos. Necesitamos criterios más allá de los códigos supuestamente integrados en el cerebro. Y el problema se agrava cuando se radicaliza este modo de pensar como ocurre con el incremento de los discurso del odio€ Es paradójico que nuestra sociedad rezuma odio, cuando, comparado con otros lugares, estamos relativamente bien.

E.H.: ¿Te refieres a que, a pesar de los recortes, se mantiene el Estado de bienestar de alguna manera? Tú hiciste una crítica en su momento pero no para de-construirlo, como hicieron los neoconservadores, sino para mantenerlo.

A.C.: Nos hemos acostumbrado a tener derechos, y cuando estos se tocan, se multiplican las reivindicaciones, y aparece la justa indignación. Y la indignación es la motivación para buscar una alternativa, que es donde debe estar el nuevo esfuerzo. No una alternativa simplista; hay que reformar Europa, pero no destruirla. Los derechos sociales están tan interiorizados que hasta Le Pen y Salvini los reclaman. Pero, claro, solo para defender los de los europeos, y no para los que vienen de fuera, lo cual no tiene nada que ver con los ideales originarios de Europa.

E.H.: En esto último que dices cobra resonancia tu concepto de aporofobia.

A.C.: El término aporofobia se me ocurrió porque veía un fenómeno que no tenía nombre. Se hablaba mucho de la xenofobia, que es el odio al extranjero, de la prevención o el recelo al extranjero, y a mí me daba la sensación de que eso no acababa de ser así, porque hay extranjeros que son muy bienvenidos. Cuando Salvini, Le Pen o Trump quieren cerrar las fronteras, lo que molestan son los pobres, los que no tiene nada que ofrecer. Esto es una lacra que el siglo XXI debiera acabar.

E.H.: ¿Se pueden abrir las fronteras?

A.C.: Cuando viene gente en situación de indigencia, la solución no es cerrar las puertas, sino ver cómo lo articulamos. Es ahí donde deben de estar los políticos. No en sus batallas; me da igual que hagan másteres, o tesis, eso es secundario, porque lo importante son los problemas que hay que resolver.

E.H.: A veces se olvida el subtítulo de tu libro: «un desafío para la democracia». ¿La democracia tiene garantía de éxito?

A.C.: En estos momentos vivimos una clara decadencia de la democracia. Un declive de la fuerza que tomó en los 70 cuando hasta los países latinoamericanos entraron en esa senda en detrimento de los habituales golpes de Estado. Ahora estamos en una regresión, y el peligro es ir hacia una democracia «iliberal», donde sin dejar de haber elecciones, se pierdan derechos civiles, libertad de expresión, etc. La democracia es más que elecciones regulares.

E.H.: Sartre decía que el buen intelectual es el que por cálculo o por instinto sabe introducirse en las fuerzas magnéticas del momento, juntar en pocas palabras las palabras más fuertes de una época. Esa es Adela Cortina.

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