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Todos los santos

El próximo jueves celebraremos el día de todos los santos y el viernes, el de difuntos. He aquí una distinción de la que la gente no suele ser consciente, seguramente porque el día festivo en el que vamos a los cementerios es el primero de ellos o, tal vez, porque la cultura religiosa empieza a ser un arcaísmo entre nosotros. Los santos son, naturalmente, aquellos que ya no tienen nada que purgar, mientras que los simples difuntos están todavía en el purgatorio en espera de mejoría. He aquí una distinción del cristianismo que no comparten las demás religiones. Días de difuntos se celebran en casi todas. Por ejemplo, en China el taoísmo ha impuesto la fiesta de Qingming, consistente en que las familias visitan los panteones de sus deudos y queman ofrendas de papel en su honor ante el altar familiar con sus fotos. Una vez visité un cementerio chino y me sorprendió la familiaridad con los difuntos que mostraba todo el mundo. La gente pasaba varios días en el panteón familiar, el cual estaba acondicionado como una especie de hostal, con camas, lavabos y cocinas, para facilitar la convivencia con los antepasados.

En occidente, nuestro día de todos los santos destaca porque prevalece la exaltación sobre la conmemoración. Nadie busca recrear los momentos pasados y la distancia con los fallecidos aumenta en vez de disminuir. Por eso vamos un solo día al año, para cumplir y olvidarnos cuanto antes. En realidad, los difuntos valen en la medida en la que nos sirven a nosotros como antecesores gloriosos y, naturalmente, nos apresuramos a glorificarlos, porque la muerte se ha convertido en un tema tabú. Nada que ver con otras épocas en las que la cultura europea, de estirpe judeocristiana, exhalaba un tufo necrófilo, que solo pervive en esa macarrada de dulces y calabazas del Halloween Así surgió esa institución verdaderamente fascinante que es el purgatorio. Como sabemos que el difunto no carecía de defectos, y estos nos salpican a nosotros también, lo dejamos un tiempo purgando sus culpas, hasta que podemos presentarlo en sociedad como santo.

No crean que me tomo esto a broma. En realidad el purgatorio es una característica de nuestra cultura española, la cual desborda con mucho el ámbito religioso. En el mundo laboral cada vez hay más personal eventual, llámense becarios, contratados temporales o como se quiera. No les falta ni preparación ni ganas de trabajar, pero los tenemos en el purgatorio para que vayan haciendo méritos. En el mundo académico hay verdadero miedo a establecer baremos que discriminen inequívocamente entre los que valen y los que no. En teoría todos son válidos, solo que la mayor parte sigue en el purgatorio preparando alguna «recuperación» porque «necesita mejorar». En el mundo de la política, en fin, tampoco acaban de fiarse del personal, los líderes se queman en seguida y es más seguro tenerlos en el purgatorio de la confección de listas y candidaturas cerradas para que las responsabilidades se diluyan y los electores nunca sepan quién los representa.

La idea que subyace al día de todos los santos es que al final todos lo seremos (santos), es decir, que en el otro mundo habrá justicia, trabajo, amor, sabiduría. Lo cual resulta muy tranquilizador para los débiles y muy útil para los poderosos, que no tienen que cambiar nada mientras aquellos sigan en el purgatorio. Lo acabamos de ver con el asunto de los impuestos sobre las hipotecas, que han vuelta a recaer en la gente común, los paganos de toda la vida. ¿Pues qué se creían?

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